domingo, 17 de agosto de 2014

Despedidas dulces, amargas, pero despedidas al fin y al cabo

5 comentarios:
 
Ya te has ido. He recibido tus primeras imágenes de aquél país que se me antoja muy lejano. Y pareces contenta.
Pasado el momento despedida y la crisis de "nunca he montado en un avión pero aquí estoy haciéndolo más cagada que nadie, nerviosa, sola y a cada paso que doy olvidando lo poco que sé del inglés", llegaste. Y una parte de ti, a pesar de las lágrimas, de los sofocos y de los nervios, sonreía; si, sé que sonreías.

Ya sólo te queda ir poniéndonos al día y disfrutar, mucho y a cada paso.
Por mi parte sabes que te voy a echar de menos. Dos meses, hasta octubre, se me antojan muy largos. Pero es la ley hermanil, echar de menos porque sé que es lo que tu deseas.

Una vez más me ayudas a inaugurar otra sección de mi blog: esta vez la de los cuentos.
¿Y porque no empezar con el que te regale hace unos meses, para tu cumpleaños? Ahí va....espero que te guste verlo aquí.

Besitos mi pequeña bruja.

                                                                                                                                               Aventura


Aquella mañana me levanté fatal. Y no precisamente por estar de cachondeo hasta las ocho de la mañana y haberme pillado un pedo del quince; si no por algo más loco, más simple y con lo que me había ganado un enorme cardenal en el culo del tamaño de una manzana…
Continuad leyendo, continuad….
Tengo 25 años, una edad perfecta para tener trabajo, ir de compras, discutir con mis padres y querer asesinar a mi hermana al menos una vez cada quince días porque no me hace ni puto caso. Pero no, si he de ser sincera soy demasiado pringá como para eso, así que solo me complico la existencia para buscar regalos buenos, bonitos y baratos para los cumpleaños y hacer de ese día algo un poquito más especial.
La historia comienza unos días antes del cumpleaños de mi hermana. Es la cuenta atrás desde que lleva dando el coñazo, a principios de octubre. ¿El problema? Que deseo hacerle un regalo único y especial para su veinte aniversario, pero ¿qué?
¿Libros? Muy visto, y tiene tantos que podría abrir una biblioteca ¿Películas? Es tan sencillo descargarlas que no tiene mérito ¿Algo manual, casero, hecho por mí misma? Podría montar un “mercaillo” alternativo en la puerta de casa con todo lo que tiene recogiendo polvo en su habitación. Así que… ¿Qué? Esa era mi gran duda existencial, la que me amargaba los días, me desvelaba las noches y me hacía tener pesadillas.
Miré por internet, la gran variedad de productos me abrumó: zapatillas calienta-pies (las metes en el microondas y desprenden un delicioso olor a lavanda), despertadores que vuelan para que te levantes apagarlos, otros te echan agua para que tengas una mañana fresquita, e incluso venden camisetas con mensajes graciosos que parecen las pantallas luminosas de las carreteras. Hay tanto….pero nada lo suficientemente bueno para su veinte cumpleaños porque los veinte, son los nuevos dieciocho y no se puede regalar cualquier cosa.
¿Sabéis que es un gamusino? No mucha gente sabe lo que es, incluso algunos pardillos creen que no existen, que son simples leyendas; formas que tienen la gente de los pueblos de reírse de los listillos de ciudad, pero no. Realmente existen, son de carne y hueso y yo los he visto.
Es un animal “tipical spanish”, no se puede encontrar en ningún otro lugar. Del tamaño de un furby, de grandes ojos oscuros y de colores pardos, aunque también los hay rojizos. Rápidos, inquietos, asustadizos y golosos. Suaves y adorables. Como ardillas esponjositas. Un regalo original, diferente, único… ¿El problema? ¡Ay amigos, que la teoría para hacerse con ellos es muy cómoda y satisfactoria! Y cuando tracé mi plan sentada en mi escritorio a lo calentito, no pensé en todo lo que padecería en la vida real, en la sierra herenciana, a menos dos grados y ¡a oscuras! ¡Si lectores míos! Allá en lo alto, helaica de frío y con luna nueva.
Subí con ganas de comerme el mundo, abrigada con mi mejor abrigo (estilo inspector gadget) bufanda al cuello y guantes de piel de borreguito, pero con una gran duda que no dejaba de rondarme por la  cabeza: ¿cómo coño se caza un gamusino?
Regla número 1: Hay que ser rápidos, ágiles (y yo me tropiezo con mis propias piernas haciéndome un nudo doble)
Regla número 2: Paciencia, paciencia y paciencia, que para eso es la madre de la ciencia.
Y regla número 3: Llevar gusanitos de esos de bolsa azul, de los que comen los niños pequeños hasta quedar con las manos pegajosas y asquerosas; perfectos para el centrifugado de la lavadora.
Cabe decir que lo único que hice bien fue llevarme los gusanitos; lo demás… Sentaos y seguid leyendo:
Alcancé la cima de la sierra a la una de la madrugada, arreciaica de frío y con una linterna que estaba en las últimas. Dejé mi macuto entre un par de rocas, dentro llevaba una red para darle caza al bicho y un par de bolsas azules de más por si las moscas, además de un bocata por si me entraba el hambre. Me senté en una de las piedras y esparcí los gusanitos en hilera, como buena fan de E.T y esperé. Y esperé. Y esperé...
Cuento con la descabellada idea de que quien quiera que esté leyendo esto nunca ha vivido lo que yo, por lo que nadie sabe lo que es estar allí arriba, sola, en una noche sin luna y con una cabeza donde fermenta la imaginación y se reproduce. Además te estas clavando la roca en el culo y para colmo de males escuchas un ruido demasiado grande para que sea un gamusino saliendo a jugar. Entonces recuerdas los capítulos de Cuarto Milenio y las miles de conversaciones con tus amigos sobre ovnis, monstruos y demás seres sobrenaturales y dudas si iluminar con la linterna la zona donde te ha parecido escuchar el ruido o si hacerte la tonta y seguir a lo tuyo. La ley del cobarde es que si tú no ves, no te ve nadie. Así que contuve la respiración, entorné los ojos intentando distinguir algo en las penumbras y surgió la paranoia: Me vi rodeada de fantasmas y de extraterrestres que hacían cola para aterrizar sus OVNIS, sacudí la cabeza, todo era producto de mi imaginación. Intenté concentrarme y vi por el rabillo del ojo como un puñado de gusanitos desaparecían ¡LOS GAMUSINOS YA ESTABAN AHÍ! Entré en modo de ataque, iluminé con la linterna el cebo y abrí bien los ojos. Algo me rozó la pierna pero no llegué a verlo y otro puñado de gusanitos desapareció.
Me desmoroné al pasar una hora, dos, dos y media. Apenas veía figuras borrosas que se cachondeaban de mí y de mi ineptitud. Si apenas los veía ¿cómo iba hacerme con uno? Aguanté como una jabata hasta las seis de la mañana, pero a esas alturas el dios Morfeo tiraba de mis párpados con tanta fuerza que solo conseguía mantenerme despierta por miedo a morir congelada. Hacía ya rato que no sentía los dedos de los pies y de las manos, por lo que cansada, decepcionada y cabreada conmigo misma tiré el último puñado de chuches y me puse en pie. Moví las piernas y los brazos intentando desentumecerme, recogí los bártulos, me di la vuelta dispuesta a irme y….allí estaba. ¡Si, allí! Sujetaba un gusanito de maíz entre sus manitas, parecía tan feliz que me cabreé ¡en serio! ¿A las seis de la mañana? ¿Qué tenía que hacer ahora? Vacilé unos instantes, pero al final saqué poco a poco, para no asustarlo, la red de la mochila y me preparé. Durante unos momentos me encandiló su aspecto tan mono, parecía tan suave…. Conté hasta tres y me lancé en plancha a por él.
El impacto de mi cuerpo contra la tierra me dejó sin aire. No podía comparar aquél golpe con nada cuanto hubiera sentido antes; me mareé, boqueé buscando el oxígeno que no entraba en mis pulmones espachurrados y contuve un gemido. Creo que hasta la tierra tembló. Pero el gamusino, como si viera llover, apenas se había apartado unos palmos, lo justo para escapar de mí y seguir libre. Inhalé una vez más, comprobé que todo seguía donde debían estar y me puse de cuclillas; malamente, claro está, pero conseguí adoptar una postura medio digna antes de lanzarme nuevamente a por él.
Y esta vez, mis piños casi acaban clavados en la piedra donde momentos antes había estado el gamusino. Y mis codos, triste de ellos, acabaron totalmente despellejados. Me puse en pie, desechando el dolor e intentando recuperar la poca dignidad que me quedaba y que acabó abandonándome cuando me escurrí con el tomillo escarchado y di con el culo en el suelo, justo encima de una piedra. Dolía, dolía mucho y los ojos se me llenaron de lágrimas que no me permití el lujo de derramar. Dolorida pero orgullosa, recogí la mochila, la red, la linterna, que había terminado a un par de metros de mí y que milagrosamente aún seguía iluminando y me fui. Me fui lo más rápido que me lo permitieron mis cortas piernas. Huyendo de un gamusino de un palmo, con la dignidad por los suelos, pero prometiendo volver, como en las películas de miedo.
Durante las horas de sueño, pocas pero increíblemente reparadoras, restablecí el orgullo, la dignidad y planeé una nueva estrategia. Necesitaba un cómplice, un aliado. Aquello era la guerra.
Los observé mientras comíamos. ¿Cuál de entre ellos sería la mejor opción? Mi madre, ágil; mi padre, rápido, o mi hermana; la cumpleañera. Me encogí de hombros mentalmente ¿Qué mejor manera de pasar un cumpleaños que con una aventura?
Tengo que avisaros queridos lectores, que despertar a mi hermana en mitad de la noche conlleva un riesgo que muy pocos están dispuestos a correr. Aunque he de decir a su favor que ese noche le pegué un susto de muerte. Después de estar diez minutos llamándola suavemente tuve que darle un pescozón para despertarla y cuando abrió los ojos me encontró con la cara pintada al estilo indio americano y por poco le da un infarto y se muere. Escuché en un documental que los colores tienen magia y si desde tiempos inmemorables en las tribus se pintaban para sus ritos y celebraciones, ¿Por qué no iba hacerlo yo? Cualquier ayuda era poca…
Tras quince minutos de esfuerzo supremo para sacarla de la cama y unos minutos de rigor para que se vistiera, salimos de casa. Una parte de ella seguía durmiendo, lo tuve claro cuando la vi andar medio zombi por la calle con las manos metidas en los bolsillos. No me dirigió la palabra en todo el paseo y lo entendí, sabía que formaba parte de mi castigo por extralimitarme en mis deberes como hermana. Pero cuando se percató de hacia dónde nos dirigíamos no aguantó más.
     ¿Dónde coño vamos?
     A la sierra.
     ¿Y no podíamos haber ido por la mañana?
De nuevo aquella mirada asesina.
     Esto forma parte de tu regalo de cumpleaños, así que guarda silencio y sígueme.
Nos internamos en la oscuridad, ella resignada, yo totalmente emocionada ante la aventura y ascendimos. “Esto da canguelo”, la oí murmurar un par de veces, pero finalmente llegamos arriba resoplando y sin aliento. Ocupamos un lugar estratégico y abrí la mochila, saqué un termo con nesquik calentito y un par de magdalenas para cada una; rodilleras y coderas; guantes por si cuando lo cazáramos se defendía y un par de redes extra grandes. Lancé los gusanitos por el suelo.
     ¿Qué haces loca el puto?
     Sígueme el rollo y cuando oigas un ruido….ilumina con la linterna.
     ¿Qué hacemos aquí? – estaba perdiendo la paciencia.
     Buscar tu regalo
     “Buscar mi regalo…” – dijo repitiendo mis palabras con vocecita de querer lanzarse a por mí – Si, muy bien. Ahora me lo explicas un poco más detalladamente o me bajo ahora mismo y me vuelvo a meter en la cama.
Me removí incómoda. No sabía si decirle la verdad o una mentira, aunque si no le contestaba algo rápidamente sabía que se bajaría y me dejaría plantada. Opté por la verdad.
     Voy a regalarte un… un gamusino.
     ¿Cómo?
     Me has oído perfectamente.
     ¡Estás loca!
     Un poco sí. Pero es el regalo perfecto, eso no me lo puedes discutir.
     No existen, pringa.
     Si existen, vi uno ayer. Solo hay que tener paciencia.
Guardamos silencio muuuucho tiempo, tanto, que pensé que se había dormido aunque cuando la iluminé tenía los ojos abiertos como platos y casi me saca los míos por cegarla con la luz. Entendía su mal humor, pensaba que estaba con su hermana en la sierra, de noche, por una simple alucinación o, dentro de lo malo, por una broma de mal gusto. Aguantaba por no dejarme sola, lo tenía claro y me alegraba que estuviera conmigo porque de esa forma, esa noche, no hubo seres sobrenaturales ni fantasmas que me acojonaran, además, a pesar de no querer hablar se había comido las magdalenas y se había bebido el cacao, así que no estaba tan enfadada.
Pasada la primera media hora y cuando ya pensaba que su paciencia había llegado al límite, los escuchamos. Me dio un meneo en la rodilla.
     ¿Has oído eso?
     Ya están aquiiiiií. – dije con voz de ultratumba.
Me enfocó la linterna en los ojos.
     Eso no tiene gracia, idiota. – Casi me eché a reír, pero era preferible ponerse las rodilleras y coderas de seguridad antes que enfadarla. Le di las suyas.
Observaba atónita como los gusanitos desaparecían ante sus ojos, sintiendo como los gamusinos pasaban a su lado y le rozaban, estaba alucinada.
     ¿Son de verdad?
Asentí y eché otro puñado más. Rezaba a todo el panteón griego porque el bichito que tan mal me lo había hecho pasar la noche anterior apareciera y nos permitiera cogerlo. Casi no había acabado de desearlo cuando señaló un punto a mi izquierda y digo muy bajito.
     Mira.
Allí estaba, mirándonos con esa cara tan tierna, con una chuche entre las manos y moviendo el hociquito. Saqué las redes y le di la suya.
     ¿Qué haces?
Me miraba con cara de mala leche y me encogí de hombros.
     ¿Cazarlo? – le pregunté sabiendo que aquello no era lo que quería oír.
     Ni de coña. Verdaderamente estás loca de remate. ¿Desde cuándo nos gusta la caza?
     Es que este es mi regalo para tu cumpleaños y no tengo otro.
     Pensaba que estabas de broma, pero ni locas vamos a cazar a un animal. Tu regalo ha sido bueno, me has enseñado un gamusino de verdad. Es suficiente.
Estaba decidida, lo vi en sus ojos, así que guardé las redes y me quité las protecciones. Estaba incómoda, no sabía qué hacer. Ella se puso de pie despacio, acercándose al bichejo con un gusanito en la mano. No lo asustó, olisqueó su mano y le robó el dulce.
     Dame otro.
Le di un puñado más. Esta vez mi hermana no le puso fácil coger la comida y se fue alejando de poquitos en poquitos hasta que estuvo nuevamente sentada en la roca y el gamusino comiendo felizmente entre nosotras. Cuando se acabaron las chuches se acercó a nuestros cuerpos olisqueando y buscando. Se subió a sus rodillas y a sus hombros, rebuscando entre los pliegues del abrigo y la bufanda.
     Será mejor que nos vayamos. Ya no tenemos nada más que darle. – Me miró sonriendo. – Muchas gracias. Ha sido muy bonito.
No supe que contestar así que sencillamente le sonreí, recogimos los bártulos y comenzamos a bajar la sierra. El gamusino nos siguió entre saltos y nos paramos. ¿Qué quería? Se subió sobre mi hermana, se acomodó entre sus manos y al cabo de unos segundos estaba roncando. El cielo comenzó a clarear detrás de nosotros.

(Si habéis llegado hasta aquí lobos y lobas, brujos y brujas, os lo agradezco. Habéis sido testigos de nuestra unión como hermanas, que tal vez no sea única pero si es especial.)

Todos los derechos reservados en el registro de la propiedad intelectual

5 comentarios:

  1. Tontita, me alegra que hayas Publicado ya uno de tuS preciosos cuentos...y no porque salga en el, sino porque se nota que es lo que te gusta y....si, os echó mucho de menos aunque sonría aqu, con las nenass es imposible no hacerlo. I love you too ;)

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  2. más vale tarde que nunca ¿no? te lo he dicho muchas veces: eres muy buena, persiste. lo más difícil ya lo has hecho, has comenzado. Ahora no te queda más remedio que seguir. Besicos

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    Respuestas
    1. Nenita lo has conseguido!!!!!
      Gracias, con gente como tú siempre hay más energía y ánimos para continuar ;-)

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