lunes, 6 de mayo de 2019

Kyria de Valkyria

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Es difícil volver aquí después de tantos meses y hacerlo por la necesidad de escribir de una pequeña lucecilla que lleva acompañándome 14 años casi 15.

Se nos han ido tres perros en tres años consecutivos.
La edad, la pesadez de las enfermedades y la falta de fuerza no lo hace más fácil.
Al igual que con Bayron y Sholty, la pista del final ha sido la respiración y anoche me metí en la cama oyendo su esfuerzo y sabiendo que si amanecía igual, nos ibas a tocar decidir sobre el destino de nuestra rubia, y que difícil es hacerlo, sobre todo para poner el punto y final.

Amanece y me despierta el ruido, saber que se está ahogando es duro, pero le damos un paseo a los más jóvenes y aún hablamos como si existiera una opción. Pero sabemos que no es así, lo tenía claro desde la noche.

Kyria no se parecía a ninguno de los otros, parecía vivir a la sombra del gran oso y de solete, pero no er así. Tenía su forma única de atraer tu atención, aunque la mayor parte del día pasaba olímpicamente del mundo y de lo que existía a su alrededor. Vivía para comer y dormir.

Ojos pequeños y un brillo especial en ellos cuando te ladraba y tenía esos puntazos tan graciosos y tan suyos. Odiaba que le hicieras fotos y siempre se quitaba. Era una mala influencia en los paseos si los galgos pasaban en bicicleta junto a nosotros, pero si la soltabas para que corriera detrás, lo hacía hasta que se daba cuenta y en mitad del camino se volvía y nos miraba entre indignada y divertida moviendo el mini rabo que tenía. También era un poco cerdita.
Valiente, eso si y se achuchaba de una forma muy dulce a mi pecho cuando la llevábamos al campo en el coche.
Con un instinto nada adormecido por las comodidades de casa, para robar comida. Caminaba de forma muy pizpireta, siempre quería ir la primera.
Nuestra rubia tenía un cuerpo desproporcionado, orejas de murciélago y una cara pequeña con unos ojos llenos de brillo, aunque la edad, se los pintó de blanco.

Kyria, de Valkyria, nuestra pequeña vikinga que superó al gusano del corazón. Nos conquistaba con su ladrido, su pequeña locura y la forma de disfrutar cuando le rascábamos.
Muchos años, pero siempre parece que faltan, como si el tiempo regalado se nos quedara corto.
Cómo si en realidad no fuéramos agradecidos con todo lo que hemos vivido.





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