jueves, 20 de noviembre de 2014

Viaje a Irlanda 2º Parte

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Aquí estoy de nuevo lobos y lobas, brujas y brujos.

¿Os apetece seguir leyendo mi aventura por tierras irlandesas? Estoy encantada de compartirla con vosotr@s, porque además, creo que es el momento de comentaros ciertas cosas que vi y me volvieron loca.

1 -Primera y más importante: No os fiéis de los semáforos. Son una puta locura.
La primera noche allí yo pensaba que no había viejecitos irlandeses, porque si ya era para mí una odisea cruzar el paso de cebra con el semáforo en verde ¡¡imaginaos a gente con garrotilla!! Puedes estar perfectamente esperando unos 5 o 7 minutos a que el dichoso color pase del rojo al verde ¡¡PERO ATENTOS!! no os entretengáis hablando con el vecino, porque cuando no has hecho nada más que dar dos o tres pasos, el color de la esperanza comienza a parpadear y tienes que apretar el culo y casi correr.

Aunque también hay que reconocer que si se vuelve rojo y estás por la mitad esperan pacientemente y ni siquiera te pitan. (punto para los irlandeses)

2 -Pocos contenedores y papeleras: Eso es algo que me cabreó. Lo primero de todo no reciclan como nosotros, ellos tienen un contenedor morado y otro verde. Uno de ellos para el cristal, el cartón, el plástico, las latas....todo revuelto y en amor y compañía y el otro para los desperdicios orgánicos.

Y a pesar de las pocas papeleras que hay por las calles ¡¡os prometo!! que no he visto basura en el suelo, tan sólo una vez una rueda en el río de Cork y una botella en la linde de una carretera en el viaje por el "Ring of Kerry".
(punto para los irlandeses)

3 -La comida: es sumamente cara y sus horarios para los tentempiés me traían de cabeza, por mucho que lo hubiera intentando era imposible hacerlo como ellos, creo que solamente desayunábamos a la hora adecuada porque había que madrugar para aprovechar el día. (Punto para nosotros, la dieta mediterránea es la mejor)

4 -Cerveza: Si, amigos y amigas, he tenido que ir a Irlanda para cogerle un poco el gustillo a la cerveza, pero sólo la Guinness y como mucho una pinta, que es cara y mi bolsillo pequeño.
Pero no creáis que después de mi viaje me he vuelto una obsesiva-compulsiva de esa bebida ¡¡ni mucho menos!! (Punto para....¿para mí?)

5 - Horarios de juerga: Aún lo pienso y no doy crédito. A las dos y media de la noche los garitos cierran, te echan a la calle de forma descarada encendiendo luces y apagando la música. Ya sabes dónde toca irse: A la calle.
A esas horas la gente se amontona en los restaurantes de comida rápida y algunas personas cogen instrumentos y comienza una nueva fiesta a la intemperie.
En mi pueblo a las dos y media de la mañana aún te puedes encontrar a algún rezagao que no ha pisado todavía la calle, pero allí ya están más pedo que Alfredo y es que las fiestas se le suben a la cabeza ;-)

Ya os hablé del encanto de sus calles, de sus paisajes y de la humedad de sus días; todo me encanta y me ha enganchado (ya estoy ahorrando para un nuevo viaje ¿en San Patricio tal vez?)

6 - Taxistas y lluvias: Eso sí, nunca, nunca, nunca andeis cerca de charcos al lado de la carretera. Los taxistas irlandeses son unos capullos ¿Queréis saber por qué?

Cuando nos despertamos el martes en el hotel de Dublín sabíamos que nos íbamos a empapar. Desayunamos con cierta resignación mirando el mapa. Aún queríamos ver el área vikingo/medieval de Dublín y la catedral de Sant Patrick. El recorrido era alucinantemente largo, llovía bastante e iba cargada con una mochila bastante pesada y que me hacía herida en el hombro, menos mal que mi hermana llevaba parte del equipaje, pero para seros franca....me llevaba a remolque, ella bastante más rápida que yo y aunque intentaba alcanzarla me resultaba imposible (os prometo que acabé con agujetas en los tobillos ¡¡¡en los tobillos!!!)
Conseguimos ver la parte vikinga de la ciudad, si señores y señoras, Yara me mima. pero no íbamos sobradas de tiempo y la catedral estaba aún más lejos, por lo que la dejamos apartada para otra visita, que seguro segurisimo la habrá y retomamos el camino hacia el río y del río a la puñetera estación de tren que parecía estar en el fin del mundo.
Y allí estabamos Yara y yo, luchando contra el viento que se había levantado y contra la rotura de un paraguas que estaba empeñado en salir volando y llevarme con el como si fuera Mary Poppins. Casi corríamos por la acera porque mi mochila empezaba a chorrear agua y los pies de mi hermana habían empezado a nadar en sus deportivas hacía por lo menos media hora, cuando por fin, alcanzamos los terrenos de la empresa de cerveza Guinness y suspiramos pensando que estabamos a 5 minutos. Si...cinco minutos interminables que fueron por lo menos veinte, porque la puñetera fábrica de cerveza es también interminable y cuando pensábamos que había acabado, volvíamos a ver una entrada con su nombre en letras grandes.
Pasaban taxis, autobuses y coches particulares a todo trapo a nuestro lado y llegaron los charcos y con ellos nuestras maldiciones hacía los taxistas. ¡¡Manda cojones!! Uno de ellos pasó tan cerca y a tanta rapidez que nos empapó como los aspersores del parque de mi pueblo, pero éste más a lo bestia Llegamos a la estación del tren con las bragas empapadas, de agua.


















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