lunes, 10 de febrero de 2020

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CAPÍTULO 9: LAS OLAS HABLAN DE DOLOR

Desperté rodeada de lujos, entre muebles, suelo y techos blancos. A la luz del sol que se filtraba por entre los ventanales, toda la estancia parecía brillar, como si hubiera muerto y hubiera despertado en aquél lugar que llaman cielo. Pero como todo lo que pasa en la vida, cuando enfocas la vista te das cuenta de que todo no son brillos y purpurinas y yo me topé con una estantería llena de tarros que encerraban corazones... 

(Hago una pausa para que nadie se escandalice. Quizás os preguntéis porque estás historias son a cada capítulos más sombrías ¡Hablamos de personajes de cuento! ¿Verdad? 
Pero todos los cuentos tienen una raíz oscura, un origen turbio que pretendía moralizar y enseñar. Pero se supone que en este siglo ya lo sabemos todos ¿no? No necesitamos aprender más, por lo que, ¿porque no mostrar lo que hay oculto dentro de nosotros mismos?
La Reina de Corazones siempre fue un tanto incomprendida, cómica incluso, nadie entendió nunca que fue el dolor la que la llevó hasta donde llegó; aunque tod@s la conozcamos por un conejo y una niña que cayó por un agujero a través de un árbol. 
Cuentan que el sufrimiento la hizo volverse así, que la pena, la hizo arrancarse el corazón y guardarlo en un cofre muy lejos de ella...
No, espera, eso no fue lo que pasó, eso lo he sacado de una película de piratas ;-) 

En realidad es una historia muy antigua, polvorienta y olvidada que habla de una tristeza profunda e intensa; hace tantos y tantos años de esto que no se sabe el verdadero motivo. Me atrevería a afirmar incluso, que ella ha olvidado el quien y que sólo siente el dolor en el pecho, en las articulaciones, en el peso de los ojos llenos de lágrimas, en la pena que la paraliza y que ha oscurecido todo su ser hasta el punto de dejar de ser quien era, para sólo quedar fantasmas, odio y sombras. 
Si eres una persona romántica puedes pensar en una traición o en la muerte de un amor idílico; pero puedes buscar cualquier motivo que tape los agujeros de esta leyenda sacada de un arcón a la luz de una hoguera. ¿Qué mas da? Lo verdaderamente importante es, como bien sabéis, que una reina sólo tiene el poder que le dan sus súbditos, y el oro, por supuesto. Ella no tenía magia, pero cuentan (en todas las buenas leyendas hay una) que sus consejeros al verla tan destrozada le hablaron de una bruja que vivía a las orillas del mar, y que con su magia podía, sin duda, aliviar cualquier mal. 
Lo que no le dijeron es que cualquier ritual, cualquier deseo y cualquier tipo de magia requiere un sacrificio. Y la reina, que no estaba acostumbrada a no conseguir lo que deseaba, acepto sin duda lo que la bruja le ofreció. ¿Y que fue? Os preguntaréis.  
Para aliviar el dolor de un corazón marchito lo que necesitas es alimentarte de otro corazón lleno de dicha, de alegría, de felicidad...En realidad da igual de que sentimiento este lleno el otro corazón, siempre y cuando te alivie tu dolor. 
Y así lo hizo, querid@s. No eran cabezas lo que la reina necesitaba, si no corazones, pero supongo que con el paso de los años cualquier dato se transforma y deforma. Y resulta mas sangriento pensar en una reina comiendo corazones que una reina loca que pide que le corten la cabeza a cualquiera que le lleve la contraria.
Y ahora queridos lob@s y bruj@s, después de esta pausa y de entender a nuestra Reina de Corazones, continuaré con la historia...)

Me llevé la mano al pecho y volví a tumbarme en el suelo, el frío de las baldosas en la cara apenas alivió el dolor intenso de mi pecho. Quise llorar, aunque no entendía porque y cerré los ojos y los puños con fuerza ¿de dónde venía aquella angustia? Me recogí la falda, tan negra en contraste con el blanco; no conseguí estirarme por la fuerza del sentimiento en mi pecho pero me puse como pude en pie. El eco de una música parecía querer sonar dentro de mi cabeza, pero el murmullo de una voz llorosa y oscura, un poco siseante también, eclipsaba cualquier nota musical.
Miré la estantería de corazones dentro de los tarros, tan brillantes que casi parecía que palpitaban y me estremecí. Una parte de mi quería huir y la otra acercarse y admirarlos como diamantes de un valor incalculable.
Me alejé, en parte huyendo de esa fascinación morbosa y por otro, deseando deshacerme del nudo del pecho y de la garganta, que me paralizaban y me impedían tragar.
Anduve por los pasillos, apoyándome en cada pared hasta que por fin, después de lo que me pareció un tiempo interminable, conseguí erguirme y salir al exterior. El pelo lacio me caía a ambos lados de la cara, metiéndose en mis ojos por la brisa; frente a mi, un muro hecho de arbustos frondosos y entrelazados parecían crear un laberinto del que no sabía si podía salir.
Corrí, impulsada por una desesperación incomprensible y me perdí a los pocos minutos de meterme en ese laberinto. Me agarré a los muros vegetales, lloré, con rabia y dolor, agobiada y llena de miedo y cuando caí de rodillas frente al hueco de salida, me di cuenta de que mi miedo no estaba provocado por la sensación de estar encerrada, sino por el ser que sentía vivir en mi interior; una serpiente retorciéndose en mis entrañas, notaba el palpitar de su pulso y su voz desmoralizante atormentándome con dureza. No entendía los motivos, las palabras a veces eran ajenas y aún así, la dureza y el veneno que había en ellas me ahogaban. Vi el mar a muchos metros frente a mi, oí el rugido de las olas y quise acabar con la voz, con el pesar y los nudos que me oprimían con lentitud.
Cogí aire pero no corrí, anduve hacia el agua con seguridad, como si aquél acto fuera mi única salida. La música volvió a sonar en mi cabeza y volví la cara hacia atrás, como si ese sonido me instara a ir hacia otro lado, pero la voz volvió a sisear, a doler y el agua lamió el bajo de mi vestido, avancé un paso más, me cubrió las rodillas y la cintura. El frío me dejó sin aliento, retuve el aire en el pecho y dejé de escucharla, aunque la música continuó.
Di un paso más, mi pelo ondeó como las algas alrededor de mi cuerpo, tiritaba de frío y la ropa mojada empezó a tirar de mi hacia las profundidades.









sábado, 1 de febrero de 2020

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CAPÍTULO 7: SÓLO TENEMOS EL PRESENTE

Bailando me siento bien y aquél lugar se había convertido en una discoteca improvisada con música que se metía en el corazón y te hacía moverte al ritmo que imponían aquellos enanos.
El hombre que tenía enfrente con ojos de gato se movía divinamente, me enganché a él y me pegué a su cintura ¡me sentía tan viva! el mundo era mío aunque no supiera quien era o que hacía antes de ese momento. Pero aquél presente era bueno y el presente era lo único que importaba.
Recordé la piel de lobo que había guardado en la habitación, me había despertado al lado de ella y no se me había cruzado por la mente la idea de desperdiciar esa belleza por la que me darían bastante oro.
Miré los ojos turquesas, no, amarillos; no, nuevamente turquesas, de ese ser extraño y me mordí el labio. Me gustaba su conversación y la locura que trasmitía. Me acerqué a su cuello y deposité un beso y un lametazo suave que lo estremeció. Se pegó un poco más, aunque creo que era imposible que nuestros cuerpos estuvieran mas unidos. Correspondió mi beso con un guiño y rozando en una caricia sensual mi cadera. El presente, sólo existía el presente y en el, solamente estaba la piel de lobo y aquél ser.
Lo cogí de la mano para llevármelo a la habitación cuando se abrió la puerta y el ruido cesó. Todos miramos hacía fuera y vimos el brillo de su vestido y el rojo de su pelo.
"Sirena" sonó una voz en mi cabeza. Miré como brillaban las escamas de su vestido, que parecían cosidas una a una con una delicadeza sobrehumana. Magia, pensé y sonreí para mis adentros sabiendo que iba a hacerme con ese vestido para venderlo en el mercado negro. "¿Mercado negro? repetí en mi interior, pero me encogí de hombros. No recordar todo no significaba no tener retazos e información de todo lo que anteriormente había vivido. Estaba segura de que había sido una verdadera pieza.
-¿Cómo te llamas? - Susurré en la oreja puntiaguda de mi acompañante. El presente, todo era el presente.
Sus ojos se achicaron en actitud burlona.
-No me quieres por mi nombre si no por lo que te ofrezco -dejó de mirar a la nueva huésped y me dio una vuelta sobre mi misma - Pequeña Caperucita, tienes claro al sitio al que quieres llegar por lo que, como yo no lo tengo tan claro, creo que seguiré tu camino. Me llamo Cheshire.
Me hizo una reverencia y el poder que me dio me hizo sonreír con descaro, agarrarlo de la mano y subir las escaleras hasta mi habitación con él justo detrás de mi. Le haría olvidar la imagen de aquella sirena y grabaría la mía a fuego en su retina y en su piel.




CAPÍTULO 8: LA VENDEDORA AMBULANTE

Tirar del carrito le resultaba molesto, sabía que podía hacer magia y hacerlo más ligero pero le restaría realidad a su papel de anciana ambulante y al menos eso lo tenía que hacer bien. Suspiró y meneó la cabeza de un lado a otro, no entendía como había acabado así, cuando todo iba tan bien... Escuchó el crujido de unas ramas y siguió avanzando por el camino, esperaba encontrarse a todos y cada uno de los personajes descarriados. La sorprendió un hombre de media melena castaña y con un arco colgado a la espalda. ¿Quién de todos los príncipes sería? Lo observó avanzar, todos le parecían iguales pero al menos ese no llevaba el pelo recortado y rubio. Frunció el ceño, se volvió hacía su carro mientras él avanzaba hacia ella y miró en el interior de la bola que tenía medio oculta entre hierbas y trapos. Atisbó un cisne sobrevolando las brumas del cristal y se golpeó la frente al sentirse tan tonta. ¿Dónde estaría Odette?
-Disculpe señora.
Ella se volvió con su sonrisa más tranquilizadora.
-Dígame joven.
Parecía confundido, abrió la boca para hablar pero volvió a cerrarla y nuevamente la abrió.
-Sé que estoy buscando algo, pero no tengo claro que y me pregunto si además de a mi, ha visto usted algo que me pueda indicar hacia dónde dirigirme. - Se tocó el pelo y miró a su alrededor - ¿Escuchas la música? No he parado de oírla desde que desperté, me ha traído hasta aquí.
Se encogió de hombros, mientras ella se enfurecía. Que siguieran escuchando aquella música infernal no le gustaba.
-Yo no oigo nada, pero claro, a mi edad ya no estoy tan fina como antes. Aún así, aquí tengo un producto que te ayudará para que no sea tan molesto.
Sacó unos polvos de un saquito y los espolvoreó por encima de su cabeza.
-No es molesto sólo que... - y dejó de hablar mientras estornudaba. Abrió los ojos y volvió a mirar a su alrededor - Cierto, ya no escucho nada. Sea lo que sea que hayas hecho es increíble.
El Hada Madrina sonrió con suficiencia, al fin y al cabo a todos nos gustaba ser adulados de vez en cuando.
-Joven, aquí tengo algunas cosas más que podrían serte de gran ayuda en tu camino. Pero tienes que indicarme como puedo ser de ayuda.
Abrió cajones y puertas del carro, como bolsillos escondidos dentro de la capa de una bruja. Los tarros brillaron a la luz del sol.
-¿Cómo puedo saber que necesito si no se nada de mi? Me he despertado con este arco a la espalda y unas pocas fechas. ¿Estoy de caza o me estoy protegiendo?
Se le veía tan perdido que Hada Madrina sintió compasión de él, pero no podía enseñarle su camino, sólo guiarlo y esperar que él mismo encontrara su destino. Que frustrante resultaba.

-Tengo un ungüento, joven caminante, que si te lo frotas en el pecho, tu corazón te indicará los deseos más profundos y enterrados que tengas, como una brújula. Bombeará más rápido cuando estés cerca de aquello que ansías. También tengo una poción que debes echar en un bol con agua en luna llena y te mostrará la imagen de aquello que vas buscando para que te sea más fácil la búsqueda - lo observaba mirar con ansiedad cada tarro - Un perfume que atrae hacia a ti el amor verdadero. Un tónico para ver las intenciones de los demás....
Se echó un par de pasos hacia atrás.
-No tengo ni idea, cuanta información mujer. - Hada Madrina sonrió con paciencia - Además no tengo con que pagarte.
-No te preocupes joven, no necesito pago, sólo una promesa.
El príncipe Derek ladeo la cabeza y después asintió.
-Recibiré lo que me des con gusto y cumpliré mi promesa.
Hada Madrina sacó la poción de luna llena y se la entregó junto a unas campanillas que debía colgarse al cuello.
-Recuerda, este tónico tienes que echarlo en un bol de agua reflejando la luna llena y verás una imagen de aquello que buscas; estas campanillas te servirán para cuando necesites ayuda, hazlas sonar y algo o alguien te ayudará. Y ahora, prométeme - se acercó a él y le cogió las manos entre las suyas - que por mucho que te sientas tentado, no entregues tu arco y sus flechas a nadie, aunque te den algo a cambio, no te deshagas de tu arma, de aquello que te representa. ¿Me lo prometes?
-Te lo prometo, anciana - dijo llevándose la mano al corazón - ¿Volveremos a vernos?
Ella asintió.
-Siempre que me necesites y recuerda que a veces las apariencias engañan. Abre bien los ojos y encontraras tu destino.

El príncipe se alejó y Hada Madrina soltó un suspiro, encarrilar a todos los personajes iba a ser una tarea muy pesada, sobre todo si Hamelin los encontraba antes.
Recogió el carro y siguió su camino seguida del sonido de las ruedas traqueteando cada vez que se encontraba con una piedra en medio del sendero.

La música del Flautista seguía sonando a través de las árboles y sus ramas retorcidas.














 
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