martes, 25 de noviembre de 2014

Para un día de lluvia y tormentas nada mejor que un buen cuento.
¡¡Que disfrutéis!!


Por culpa de la lasaña




Nunca he creído demasiado en los flechazos, supongo que ser bombardeada desde pequeñas por las más variopintas y sensibleras películas románticas ha ayudado a que sea un poco cínica. Nunca nos enseñan las segundas partes de esos amores épicos que traspasan fronteras, épocas y hasta la muerte si es necesario.

No diré que no las he visto porque mentiría como una bellaca, e incluso he leído alguna que otra novela, pero digamos, por ser correctos, que no creo en nada de todo eso. Patochadas y memeces, nada más, porque no hay príncipes azules esperando a la vuelta de la esquina, ni ningún caballero andante que me salve de las dificultades de la vida. Siempre he sido yo la que ha batallado contra gigantes y demonios, la que ha sobrevivido a varios finales del mundo vaticinados por  lumbreras y aguantado el chaparrón de padres, profesores, jefes y demás imbéciles por el estilo... Sola. Y sigo vivita y coleando.

No he visto brillos especiales en la mirada de ninguna persona. Jamás he sentido mariposillas en el estómago o los deseos irrefrenables de caer rendida en los brazos de algún macizo macarra con buen corazón. Tengo veintiocho años y tal vez sea rara, pero hasta ahora...he sido feliz. 

Aún no tengo muy claro cómo pudo pasar; no sé si esa noche los planetas se alinearon, si un cúmulo de energías se concentró sobre mi casa, si se fragmentó una línea del tiempo o es que me volví idiota por cenar lasaña. Barajé todas y cada una de las posibilidades cuando al despertar, tiritando de frío, me encontré en un lugar que no era ni mi casa, ni mi cama.
Una cosa estaba clara, todo tenía que ser un sueño. O eso mismo era lo que deseaba pensar al mirarme y ver que estaba vestida con mi pijama de verano estampado con vaquitas, en un lugar que no conocía y descalza. Miré a mi alrededor, si estaba soñando podía ir a cualquier sitio ¿no? Pero nada de lo que alcanzaba a ver atraía mi atención de forma positiva. Tres caminos posibles y los tres cubiertos de piedrecitas pequeñas y puntiagudas (una delicia para mis pies delicados)
Cerré los ojos e intenté visualizarme con unas deportivas y una chaqueta, pero eso de controlar los sueños nunca ha sido mi fuerte, así que cuando volví abrirlos estaba con las mismas pintas de idiota y además, con cara de zopenca.
Eché andar por el camino de la izquierda, la luna apenas daba luz suficiente para iluminar mis pasos pero me resigné, nunca había sido miedosa y no corría ningún tipo de peligro; al fin y al cabo los sueños, simplemente, sueños son....

Una eternidad después y con un dolor terrible de pies vi cómo me acercaba a un pueblucho de mala muerte. Ni en mis mejores imaginaciones podría haber inventado algo así, supongo que en sueños soy mucho más ocurrente que despierta.

Un par de gatos con mirada de malaleche y un perro me dieron la bienvenida, el resto, eran muros de barro y paja, humo saliendo de chimeneas y olor a suciedad e inmundicia. Avancé con recelo y casi piso a un tipo inconsciente en el suelo, sé que estaba inconsciente y no muerto porque roncaba como un mulo. Lo sorteé y seguí hacia delante hasta acabar parada frente a una especie de posada de la que salía mucho ruido y olor a comida. Fruncí el ceño, aquél sueño cada vez me parecía más real y no me gustaba ni un pelo. No me dio tiempo de decidir si continuar mi vagabundeo o entrar,  cuando la puerta se abrió y vi salir a un tipo enorme y una mujer agarrada a su cuello. Ambos me miraron, ella riéndose como una idiota y él mirándome con un interés que me resultó bastante desagradable. Mi escasa ropa de pijama no ayudaba.

¿Cuánto? su voz estaba enronquecida y gastada, debido al alcohol y a los excesos segurísimo.

¿Perdón? no había entendido bien.

¿Cuánto pides por toda la noche?

Avanzaron hacia mí y a cada paso que daban yo retrocedía otro, hasta que mi espalda dio con algo rugoso que me impidió seguir retrocediendo. Sé que he dicho que nunca he sido miedosa, pero en esos momentos sentía el pavor recorriendo mi cuerpo ¡¡¿Cómo podía estar pasándolo tan mal en un sueño!!?

─No seas tonta, lo pasaremos bien ─dijo la mujer que seguía riendo.

Me sentí acorralada, sobre todo cuando se quedaron a dos palmos de mí, olían a cerveza y a grasa. Me entraron ganas de vomitar pero antes incluso de tener la primera arcada el hombre me cogió por la muñeca y tiró de mí. Intenté zafarme de él, pero me había agarrado con demasiada fuerza. A pesar del miedo y la tensión, conseguí dar lucidez a mi mente y reaccioné de forma universal: patada en la espinilla y a correr.
Lo escuché maldecir a mis espaldas y a la mujer reír estrepitosamente, pero no me paré para ver el espectáculo, corrí cuanto me permitieran mis cortas piernas temiendo que me persiguiera y me alcanzara cuando se recuperara. Tropecé con mis propios pies y caí sobre un charco lleno de barro, pero me puse en pie como un muelle, seguí corriendo y me escondí detrás de unos matorrales ¡¡Di gracias a la genética de mis padres por lo retaco que soy!!
Recobré el aliento tras unos minutos y escudriñé los alrededores. No vi nada ni a nadie que me hubiera seguido y me permití respirar tranquila, aunque tenía claro que no volvería por ese lado ni de coña. Así que me giré muy despacio, al estilo de las protagonistas tontas de las películas de terror, y me fijé, con los ojos desorbitados en el paisaje que me daba la bienvenida.
Un escalofrió me recorrió la espalda, no estaba ante un bosque despejado y abierto como el de los dibujos de Disney ¡eso habría sido un milagro en la situación en la que me encontraba! La baja niebla daba un aspecto retorcido a las ramas de los árboles, que parecían sufrir de dolor y las telarañas brillantes de rocío no hacían si no aumentar mi ansiedad. Y aun así, algo dentro de mí, supongo que la maldita curiosidad (esa que mató al gato) me hizo avanzar por ese ambiente sacado de una novela de Stephen King.

Caminé durante más de una hora, el sol ya había salido pero apenas alcanzaba a verlo a través de los gigantescos árboles que me rodeaban. Y no, la situación no podía empeorar, iba sudada, cubierta de  pegajosas telarañas y de barro pestilente. Desde que había entrado en aquél “maravilloso” bosque no habían parado de picarme tábanos del tamaño de mi cabeza y me dolía todo el cuerpo. Aquella caminata no tenía nada de gracioso y en nada se parecía a los cuentos de hadas en los que cantaban los pajarillos y las ardillas eran tus amigos. El pijama se me había enganchado una docena de veces entre las ramas y tenía los brazos y las piernas llenas de arañazos, como si un gato salvaje se hubiera enzarzado conmigo en una pelea. Y mis pies ¡¡pobres de mis pies!! Me dolían a morir. Si no me hubiera perdido hubiera vuelto sobre mis pasos hasta llegar de nuevo aquél pueblucho, que ahora se me antojaba una bendición de los dioses.
Terminé por sentarme, agotada, en el saliente de una roca. No tenía ni la más remota idea de la hora que era, pero empezaba hacer calor y sentía un asco hacía mi misma que estaba comenzando a hartarme. Tenía un hambre de mil demonios y el tirante dichoso del pijama no paraba de resbalar por mi hombro cada dos por tres ¡¡Todo era desquiciante!!
Intenté relajarme, a pesar de los chorros de sudor que me corrían por la frente; conté hasta diez con los ojos cerrados, respiré profundamente y cuando los abrí... ahí estaba la belleza de aquél lugar. Árboles centenarios con diferentes tonalidades de verde, el sonido de la naturaleza, de los pájaros... Llegué a olvidar, durante unos instantes, mi pelo estropajoso, las uñas rotas, el pijama hecho jirones y mis pies amoratados. Aunque la belleza, no impidió que me asustara cuando escuché algo parecido a pasos detrás de mí ¡El momento mágico había pasado! Y todo ocurrió en cadena...

Con el susto me eché hacia atrás, deslizándome sobre la piedra y cayendo de culo sobre un montón de hojarasca seca. Me puse en pie entre maldiciones y la camiseta volvió a engancharse, esta vez con una zarza cubierta de espinas de la que intenté desprenderme de un tirón bestial que me hizo tropezar con mis propios pies, perder el equilibrio y, de nuevo, caer; esta vez a cámara lenta.
Juro que vi la piedra en la caída, pero me resultó imposible sortearla y me la clavé en el costado.

Con la caída el bosque se llenó de ruidos, animales invisibles a mis ojos huían en desbandada por el escándalo que había montado en cuestión de segundos. Quizás en otro momento me hubiera reído de mi misma, porque estaba despatarrada en el suelo, cubierta de hojas secas y con un dolor terrible de culo. Pero en aquél preciso momento solo tenía ganas de llorar ¿por qué no me despertaba? Alguien me había maldecido o quizás la lasaña que había cenado estaba en mal estado y aquello era producto de los delirios de mi mente enferma. Nada tenía sentido, así que me armé de paciencia y me puse en pie ¡no me quedaba otra! Intenté limpiar el destrozo de pijama, pero a esas alturas resultaba imposible. Se veía parte de mi ombligo por el desgarrón que había causado mi caída y las vacas, de tanta suciedad, parecían gorrinos que se habían rebozado en barro ¡aquello era un despropósito!

Cuando acabé de compadecerme a mí misma levanté la mirada y lo encontré frente a mí.
Se me aceleró el corazón.
Yo no soy chica de campo ¿qué podía hacer frente a un animal como aquél? Su cornamenta medía al menos dos metros y sus ojos estaban fijos en mí ¡en mí! ¿Debía huir? Tenía ganas de gritar y correr hacía cualquier parte, pero temía que arremetiera con sus cuernos y me dejara aún más gilipollas de lo que ya era por naturaleza, así que hice lo único que tenía sentido... esperar a que se fuera. Pero las cosas, desde que había empezado ese desagradable sueño no estaban saliendo como esperaba por lo que cuando lo vi acercarse a mí y abrir su terrible boca cerré los ojos y me esforcé en despertar. Y seguí esforzándome hasta que sentí como tiraban de mi insistentemente. Abrí un ojo con miedo, el ciervo, o lo que fuera aquello, tiraba de mi pijama hacía él (en los documentales de la dos no te preparan para algo como aquello) Estaba agotada, mental y físicamente, así que me deje llevar.

Empecé a sentirme estúpida nada más dar los primeros pasos, pero ¿qué podía perder? Me moría de hambre, de sed y comenzaba hacerme pis, pero tal vez, como estaba en un sueño, me llevara a algún lugar paradisíaco.... Tal vez.
Una media hora después, ya estaba lamentándome de nuevo, pero no me apetecía perderle de vista así que intentaba dar zancadas a la vez que juntaba las piernas todo lo que podía para no mearme encima ¡Aquello era horroroso! 

Llegamos a marchas forzadas hasta el límite del bosque y allí me dejo tirada, porque echó a correr (y por ahí sí que no pasaba) y a chorro tirao me encontré mirando como una tonta ¡¡una cueva!! ¿Eso es lo que me quería mostrar el puñetero ciervo?
Durante el paseo me había auto convencido de que en los sueños todo pasa por una razón y que los animales suelen guiarte hacia senderos espirituales que te iluminan pero...¡¡Buaaa!! Tonterías nada más y allí estaba, meandome viva, exhausta y hasta el c..., parada frente a una puñetera caverna de la prehistoria.

Pero no sería yo la que metiera un pie en ese asqueroso sitio. Miré hacia el cielo, encomendando mi alma al dios Morfeo y suplicándole despertar, cuando vi que empezaba a oscurecer (en mi mundo onírico no se regían las mismas reglas que en el mundo real) Si no hacía fuego iba a quedarme a oscuras y no era una idea muy atractiva, así que después de echar una meada que hubiera cronometrado de haber tenido reloj, reuní todos los palos que pude encontrar y ¡¡allí me tenías, con casi treinta tacos, en cuclillas e intentando encender un fuego al estilo boy scout!! Quince minutos después había conseguido que una pequeña chispa prendiera unos pajotes y surgiera una llama pequeña y amarilla y un rato después ya estaba calentándome con una fogata que nada tenía que envidiar a las hogueras de San Juan.

Pero...fiel a la ley de Murphy y teniendo en cuenta que desde que había llegado aquél lugar nada había salido bien, las cosas podían empeorar. Sentí como dos goterones de agua fría me caían sobre la piel, miré hacia las nubes y lo vi: Un aguacero de mil demonios se abalanzaba sobre mí. Sin pararme a pensar cogí un puñado de troncos y corrí hacia la cueva ¡al carajo con mis reticencias anteriores! Y me choqué contra un muro, una piedra o algo muy duro y caí panza arriba, como las cucarachas, con los palos ardiendo aún lado y una conmoción cerebral de manual en mi cabeza. En cuestión de minutos tendría un chichón del tamaño de una moneda de veinte duros. Gemí, no sólo de dolor, sino por la situación absurda que empezaba a desbordarme y aun así, me puse en pie como una jabata, recogiendo con cuidado mi fuego y haciendo caso omiso a aquello con lo que me había golpeado. Un rato después aquél gato de la curiosidad volvía hacer de las suyas ¿con que me habría chocado? ¿Una roca gigante? ¿Un descomunal dragón dormido? Me fui girando poco a poco y en el momento en que mis ojos se toparon con la sombra gigante de lo que me aguardaba en la oscuridad, un relámpago iluminó la cueva y retrocedí espantada al ver a un hombre enorme observarme desde lo alto. Grité como una loca mientras salía a refugiarme entre los árboles, pero los truenos ahogaron mi chillido histérico.

Cinco minutos después, chorreando agua por todos los poros de mi cuerpo y tiritando, fui consciente de que aquél tío no se había movido ni un centímetro. Un nuevo relámpago iluminó la noche y el hombre seguía quietecito como una estatua ¿cómo podía ser posible? Simplemente con el grito que había dado tendría que haber cambiado de postura... Me reí de forma histérica ¿qué más daba? Y avancé, con más miedo que vergüenza, hasta el fuego, dándole la espalda a quien quiera que fuera aquél tipo.
No sabía si le tenía más respeto a la oscuridad que parecía me engulliría en cualquier momento o al hombre petrificado de mi espalda, por lo que, después de un rato y de nuevo seca, me di la vuelta y me enfrente a él (no hay nada mejor para sentirte bien contigo misma que enfrentándote a aquello que te acojona) Pero supongo que una parte de mí se desilusionó, no era un hombre, era una escultura muy realista y gigante, de mandíbula cuadrada y pelo largo. Brazos fuertes y espalda ancha ¡Super realista!
Lo toqué, asegurando que su textura era fría y no cálida como la de cualquier cuerpo humano. También resultaba rugosa, como una roca de montaña y suspiré. Era tremendamente atractivo e inanimado. Toda una decepción. Para un tipo con lo que me gustaría darme un revolcón resulta que es una piedra tallada ¡había que joderse!

Durante un rato reí y lloré, hablándole al “cacho de piedra”; necesitaba desfogar, contarle a “algo” aquella experiencia demencial que estaba teniendo, pero por mucho que me guste hablar, aquello resultaba insuficiente, no había replicas, ni conversación y eso me aburría. Los ojos se me empezaron a cerrar, así que cansada, abrumada por todo aquello y sintiéndome como una estúpida besé los labios de piedra de aquel hombre-roca en un arrebato totalmente infantil.
De verdad pretendía que fuera un simple beso de buenas noches, porque obviamente no imaginaba que cobrara vida delante de mis narices. Pero de forma alucinante en un momento estaba besando algo frío y sin vida y al siguiente unos labios cálidos y suaves me devolvían el beso. ¡Iba a enloquecer! Supongo que me dejé llevar un poco, pero cuando sentí que me rodeaba la cintura me despegué de él como si pinchara y lo miré. Después me miré a mí misma, volví a mirarlo a él y de nuevo dirigí la vista hacia mis pintas de zanguanga y enarqué la ceja con escepticismo.

─¿En serio?

Sonrió. Sus ojos brillaban con excitación y recordé las palabras de mi mejor amiga: “Cuando te ofrecen pasteles de chocolate, hay una voz en tu cabeza que te anima a disfrutar de su sabor ¿no? No puedes negarte a un momentito de placer. Pues con los hombres es lo mismo, cuando uno te gusta y él está interesado en ti...escucha esa voz en tu cabeza y disfruta...”
Y es que esa voz en mi cabeza chillaba ¡y que coño! Estaba en mi sueño, así que sin calentamientos previos ni preliminares me lancé sobre él continuando lo que había dejado a medias. Me sentí una fierecilla y disfruté.

Cuando empezaba a despuntar el día me sentía exhausta; me arropó entre sus brazos y me dejé acariciar con ternura.
Cerré los ojos, prolongué un silencioso bostezo y....


¡Escuché el despertador!
Nunca antes había odiado tanto ese sonido, así que sin molestarme en abrir los ojos (aún intentaba aferrarme al sueño) lo callé a manotazos. Pero finalmente tuve que mirar a mi alrededor para asegurar que estaba, esta vez, en mi casa, en mi cama y en mi desastrosa vida. Me dio los buenos días la pintura descascarillada del techo de mi habitación ¡¡yupi!! Había vuelto a casa. Intenté resignarme y estoy segura de que lo hubiera conseguido si el dolor no me hubiera hecho aullar de dolor al apoyar los pies en el suelo. Los miré y estaban cubiertos de barro y heridas pequeñas. Fui hacia el baño sin atrever a mirarme hasta llegar al espejo y me agarré con sorpresa al lavabo. Tenía el pelo hecho un asco, como lija, los brazos cubiertos de arañazos y del pijama ni hablamos. Hecho jirones y manchado en cada centímetro de tela. Pero si miraba hacia mi interior tenía que reconocer que estaba contenta, muy contenta y tranquila ¿de verdad aquél sueño había sido real? El polvo había sido magnífico y pensar que, por elementos extraordinarios de la vida podía ser real me llenaba de alegría. Me duché, me embadurné de crema hidratante y fui a trabajar sin ser totalmente consciente de la obsesión que había empezado a formarse en mi cabeza y es que si ese sueño había sido auténtico para mí.... ¡aquél hombre-estatua debía respirar en algún punto del planeta!
Tenía que encontrarlo.

Durante una semana entera esperé volver a soñar con él.
Durante la primera semana entera me dormía entusiasmada y me despertaba con ganas de que la tierra me tragara.
No hubo más sueños, ni más mundos oníricos, ni nada.
Me deprimí y a los dieciséis días aproximadamente no pudo aguantarlo más y cambié de táctica:
Comer y cenar durante casi un mes, íntegro, un buen plato de lasaña. Las probé de todos los sabores y colores. Carne, atún, vegetal...incluso probé con los canelones, pero nada de nada, no había manera.

Un sábado me di cuenta que había perdido el control, sobre todo cuando abrí el frigorífico y vi envases de lasaña por todas partes. Sentí náuseas. Les había cogido un asco que para que las prisas, así que me vestí y salí a comprar, dispuesta a olvidarme de aquél asunto y despejar mi cabeza. Necesitaba que me diera el aire fresco, seguro que si hubiera tenido más amigos “con derecho a roce” no me hubiera obsesionado de esa forma.

De camino al supermercado casi me arrolla un coche al pasar por el paso de cebra, así que le saqué el dedo y grite algún que otro improperio. Entré al súper y cuando paseaba por sus pasillos con el carrito para la compra un tipo alto y monstruoso me empujó y tiré la pila de rollos de papel de cocina. Ni siquiera se dignó ayudarme a levantarme, así que roja como un tomate y totalmente indignada estuve ayudando a uno de los dependientes ¡¡era lo menos que podía hacer!!
Hice compra para todo el mes, tenía pensando encerrarme en casa todo el fin de semana y reventar a base de helado de chocolate y vainilla, así que no me podía faltar de nada. Llegué sin más incidentes junto a la cajera, pagué la cuenta y metí los productos en las endebles bolsas de plástico. Cuando estaba a punto de salir por la puerta..... ¡Pum! La bolsa se rompió y todo cayó al suelo. He de decir que nadie se inmutó en lo más mínimo, salvo un tipo que me ayudo a recogerlo todo y me tendió una de esas nuevas bolsas grandes de tela. Quería agradecérselo, pero me moría de la vergüenza por el cante que había dado desde que había traspasado las puertas; al final, cuando ya estaba todo recogido murmuré un “gracias” y lo miré.
Delante de mí y sonriendo, el hombre con el que había soñado hacía semanas y con el que había estado deseando volver a soñar ¡no podía creerlo! Sentí que me mareaba, pero me agarró antes de que diera un batacazo contra el suelo y salí con él a la calle prometiéndome a mí misma no despertar más.  

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jueves, 20 de noviembre de 2014




Aquí estoy de nuevo lobos y lobas, brujas y brujos.

¿Os apetece seguir leyendo mi aventura por tierras irlandesas? Estoy encantada de compartirla con vosotr@s, porque además, creo que es el momento de comentaros ciertas cosas que vi y me volvieron loca.

1 -Primera y más importante: No os fiéis de los semáforos. Son una puta locura.
La primera noche allí yo pensaba que no había viejecitos irlandeses, porque si ya era para mí una odisea cruzar el paso de cebra con el semáforo en verde ¡¡imaginaos a gente con garrotilla!! Puedes estar perfectamente esperando unos 5 o 7 minutos a que el dichoso color pase del rojo al verde ¡¡PERO ATENTOS!! no os entretengáis hablando con el vecino, porque cuando no has hecho nada más que dar dos o tres pasos, el color de la esperanza comienza a parpadear y tienes que apretar el culo y casi correr.

Aunque también hay que reconocer que si se vuelve rojo y estás por la mitad esperan pacientemente y ni siquiera te pitan. (punto para los irlandeses)

2 -Pocos contenedores y papeleras: Eso es algo que me cabreó. Lo primero de todo no reciclan como nosotros, ellos tienen un contenedor morado y otro verde. Uno de ellos para el cristal, el cartón, el plástico, las latas....todo revuelto y en amor y compañía y el otro para los desperdicios orgánicos.

Y a pesar de las pocas papeleras que hay por las calles ¡¡os prometo!! que no he visto basura en el suelo, tan sólo una vez una rueda en el río de Cork y una botella en la linde de una carretera en el viaje por el "Ring of Kerry".
(punto para los irlandeses)

3 -La comida: es sumamente cara y sus horarios para los tentempiés me traían de cabeza, por mucho que lo hubiera intentando era imposible hacerlo como ellos, creo que solamente desayunábamos a la hora adecuada porque había que madrugar para aprovechar el día. (Punto para nosotros, la dieta mediterránea es la mejor)

4 -Cerveza: Si, amigos y amigas, he tenido que ir a Irlanda para cogerle un poco el gustillo a la cerveza, pero sólo la Guinness y como mucho una pinta, que es cara y mi bolsillo pequeño.
Pero no creáis que después de mi viaje me he vuelto una obsesiva-compulsiva de esa bebida ¡¡ni mucho menos!! (Punto para....¿para mí?)

5 - Horarios de juerga: Aún lo pienso y no doy crédito. A las dos y media de la noche los garitos cierran, te echan a la calle de forma descarada encendiendo luces y apagando la música. Ya sabes dónde toca irse: A la calle.
A esas horas la gente se amontona en los restaurantes de comida rápida y algunas personas cogen instrumentos y comienza una nueva fiesta a la intemperie.
En mi pueblo a las dos y media de la mañana aún te puedes encontrar a algún rezagao que no ha pisado todavía la calle, pero allí ya están más pedo que Alfredo y es que las fiestas se le suben a la cabeza ;-)

Ya os hablé del encanto de sus calles, de sus paisajes y de la humedad de sus días; todo me encanta y me ha enganchado (ya estoy ahorrando para un nuevo viaje ¿en San Patricio tal vez?)

6 - Taxistas y lluvias: Eso sí, nunca, nunca, nunca andeis cerca de charcos al lado de la carretera. Los taxistas irlandeses son unos capullos ¿Queréis saber por qué?

Cuando nos despertamos el martes en el hotel de Dublín sabíamos que nos íbamos a empapar. Desayunamos con cierta resignación mirando el mapa. Aún queríamos ver el área vikingo/medieval de Dublín y la catedral de Sant Patrick. El recorrido era alucinantemente largo, llovía bastante e iba cargada con una mochila bastante pesada y que me hacía herida en el hombro, menos mal que mi hermana llevaba parte del equipaje, pero para seros franca....me llevaba a remolque, ella bastante más rápida que yo y aunque intentaba alcanzarla me resultaba imposible (os prometo que acabé con agujetas en los tobillos ¡¡¡en los tobillos!!!)
Conseguimos ver la parte vikinga de la ciudad, si señores y señoras, Yara me mima. pero no íbamos sobradas de tiempo y la catedral estaba aún más lejos, por lo que la dejamos apartada para otra visita, que seguro segurisimo la habrá y retomamos el camino hacia el río y del río a la puñetera estación de tren que parecía estar en el fin del mundo.
Y allí estabamos Yara y yo, luchando contra el viento que se había levantado y contra la rotura de un paraguas que estaba empeñado en salir volando y llevarme con el como si fuera Mary Poppins. Casi corríamos por la acera porque mi mochila empezaba a chorrear agua y los pies de mi hermana habían empezado a nadar en sus deportivas hacía por lo menos media hora, cuando por fin, alcanzamos los terrenos de la empresa de cerveza Guinness y suspiramos pensando que estabamos a 5 minutos. Si...cinco minutos interminables que fueron por lo menos veinte, porque la puñetera fábrica de cerveza es también interminable y cuando pensábamos que había acabado, volvíamos a ver una entrada con su nombre en letras grandes.
Pasaban taxis, autobuses y coches particulares a todo trapo a nuestro lado y llegaron los charcos y con ellos nuestras maldiciones hacía los taxistas. ¡¡Manda cojones!! Uno de ellos pasó tan cerca y a tanta rapidez que nos empapó como los aspersores del parque de mi pueblo, pero éste más a lo bestia Llegamos a la estación del tren con las bragas empapadas, de agua.


















jueves, 13 de noviembre de 2014

Estoy y estamos de enhorabuena ¡¡el blog ha superado las 1000 visitas!! así que imaginar lo contentísima que estoy.

Además voy a enseñaros una foto de mi libro de cuentos registrado en la propiedad intelectual; del que ya habéis leído algo ;-)


Quizás no sea muy glamuroso, ni tiene 200 páginas, pero antes de correr hay que andar y estos son mi primeros pasos, de los que me siento eufórica y super feliz.

Espero que a vosotr@s también os guste y ya sabéis, podéis comentar y preguntar cuanto queráis.

P.D. No desesperéis, a ratitos sigo preparando mi segunda entrada sobre Irlanda, no me olvido jejej

Besos, mordiscos y cariños para tod@s mis lobos y lobas, brujos y brujas ;-)

lunes, 3 de noviembre de 2014



Aquí estoy de nuevo, por tierras españolas y en mi rutina diaria, paseando por las calles de mi pueblo.
Creo que he traído conmigo la lluvia irlandesa, pero si lo pienso bien, es lo justo, en la isla esmeralda no sólo hay un trocito de mi corazón, ahora hay dos, porque he vuelto un poco más enamorada de aquella tierra y mi hermana sigue allí. Por lo tanto, para compensar las cosas, me he traído la lluvia, que buena falta hace en tierras manchegas ;-)

¿Queréis saber que tal me fue en mi viaje?
No puedo negarlo, se me nota en la cara y en mi forma de contarlo: Me fue tremendamente bien. vi tantas cosas que no sé por dónde empezar. Además, ver a mi hermana nada más salir del aeropuerto es algo fantástico. Los abrazos apenas alcanzan a explicar los ratos de ausencia y vacíos en la casa, pero supongo que esperar el autobús tranquilamente sentadas la una junto a la otra como si no nos hubieran separados kilómetros y kilómetros durante un par de meses es suficiente para sentirte bien.
Nuestra semana acaba de comenzar y lo había hecho bien.


Dublín es hermosa, intimidante, llena de misterios, envejecida, lluviosa hay cultura y una mezcla perfecta entre modernidad y antigüedad.
Es cara, agobiantemente cara, tiene muchos chicos guapos y hay muchos pelirrojos jejeje ¿qué mas se puede pedir?

No es una ciudad como Madrid, sus aires son distintos y andar por sus calles ha sido reconfortante y agradable.
He conocido a personas que me han hecho sentir muy cómoda. Era yo misma con ellos y he podido ver, con mis propios ojos, que mi hermana está en buenas manos.

Quizás no lo lean, pero gracias Ani, Mireia, Victor, David, Lisa y Cian. Eso sí, Yara ha sido la mejor compañía de todas jejej.

Me gustaría volver lobos y lobas, brujos y brujas, he dejado cosas sin ver como propósito para una nueva visita y... "maybe" como diría Yara, lo haga ;-)

La próxima entrada también será de Irlanda, aún quedan muchas cosas que contar, aunque espero que con ésta se os haya abierto el apetito, era mi intención.
Besos




 
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