lunes, 25 de mayo de 2020

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Érick Aguilar - Bioluminescencia



CAPÍTULO 14 - SORTILEGIOS DE MAR

El mar me hablaba, me contaba historias y me susurraba canciones. Una de ellas me despertó, me arrancó de un sueño de traiciones y pociones marinas hechas de lengua y desesperación. 
La orilla y la arena me atraían, así que salí de aquél esqueleto de dragón marino y me dirigí a la superficie muy despacio, debatiéndome entre la curiosidad de lo que me llamaba allí fuera y lo que tenía ahí dentro y que tampoco recordaba, aunque parecía ser mi hogar.  

Vi la luz filtrándose entre las olas y algo en la superficie flotando con una estela negra detrás. Me impulsé con los tentáculos, ocho extensiones de mis otros dos brazos y que igualmente se movían a mi voluntad y la abrace, recogiéndola, antes de que el mar la reclamara como suya. 
Era una mujer, inconsciente y con una enmarañada y preciosa melena oscura que redondeaba sus rasgos, relajados por el estado de desmayo. La saqué, deslizándome por la arena hasta la orilla, mis tentáculos iban desapareciendo conforme dejaban de sentir el agua salada rodeándolos. 
Perdí el equilibrio y caí al suelo cuando los perdí todos, dejé de oír la música cuando centre mi atención totalmente en mi y en la mujer que llevaba conmigo; que había acabado de nuevo en el agua, siendo nuevamente arrastrada. La enganché del tobillo sin sutilezas y la atraje hacia mi. 
El mar aullaba que era suya, que había ido hasta el para entregarle su vida y su dolor y por eso le pertenecía. Me enfurecí, la rabia me inundó, pero no necesité volver a entrar en el agua, introduje la mano en la arena mojada y el fuego que había sentido en el interior del estómago fue ascendiendo hasta el brazo para salir por mis dedos y crear una onda expansiva que levantó olas de entre cinco y seis metros. 
-Ahora es mía. Tendrá la oportunidad de vivir la que vida que vosotros le negáis. 
-¿La bruja da oportunidades? ¿La bruja va a ofrecerle una vida? ¿Una vida que nos entregó porque no quería vivirla? - la voz sonó como varias voces superpuestas. La voz de los mares y océanos que gobernaban la tierra. - La bruja nunca da oportunidades si no va a salir beneficiada de ello.
Tronaron a la vez.
Me erguí, manteniendo a la mujer fuera del alcance del agua y se arremolinaron las nubes y la tormenta sobre mi. Estaba enfurecida, las aguas me trataban como alguien interesado ¿qué sabrían? ¿que había olvidado yo? 
Grité y los rayos chocaron contra las olas, que acabaron relajándose y replegándose para darme más espacio de arena.
- Recuerda lo que te decimos, volverá a nosotros. No tienes nada que hacer con alguien que le ha ofrecido su mano a la muerte.  
Gritó su voz de mil voces, antes de apagarse y dejar tan sólo el rumor de la olas sumisas. 
Cuando me sentí totalmente segura de que habían cedido, me incliné sobre la mujer, puse la mano sobre su pecho y le dieron varias sacudidas antes de abrir la boca y expulsar todo el agua de su interior. 
Entreabrió los ojos. Había pena en ellos y quise retroceder, confusa. 
¿La tristeza y el sufrimiento interno tenían cura?
Deseche las dudas, para ayudarla tenía que saber su historia. 


 














sábado, 16 de mayo de 2020

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CAPÍTULO 11 - DE PIRATAS QUE SUEÑAN CON SER FELICES



Dejó a Campanilla en la almohada y se vistió. Pensó varios minutos si colocarse el garfio y luego desechó la idea, era muy temprano y sólo quería que le diera un poco el aire.

Antes de cerrar la puerta tras de él miró la cara de la pequeña hada, le sorprendía los rasgos tan adultos que encontraba detrás de tanto brillo dorado y supuso que siempre había sido así; una adulta en miniatura.

La puerta gimió y dio un chasquido al cerrarla. Bajó los peldaños intentando no hacer ruido. La noche anterior había sido de lo más extraña, la mujer que había aparecido de golpe en mitad de la noche centro casi todas las atenciones y a él le había enmudecido la belleza y el exotismo de ese pelo rojo, la piel dorada y el azul mar de sus ojos. Pero algo en ella le desorientaba, le atraía a la par que repelía. Parecía vacía de emoción y a la vez ansiosa por agarrarse a un clavo, aunque ardiera. La idea le daba miedo, pero cuando la miró, quiso ser ese clavo.


Bajo las escaleras y al contrario de lo que había imaginado, en la sala había varias personas. La mujer pelirroja sentada en el piano, que el tabernero había llevado en un momento de la noche, aunque era incapaz de enfocar el momento exacto. Caperucita, que iba vestida con la camisa de Cherise y  un hombre que no había hablado demasiado desde que llegó y al que él mismo había llamado "el hombre de los bosques"; vestía de verde, llevaba un sombrero igualmente verde decorado con una pluma y no se desprendía del arco que llevaba colgado a la espalda.

La pelirroja lo miró con intensidad y se sintió azorado mientras salía lo más rápidamente posible a la calle. La puerta se cerró tras de él y respiró aliviado. Cuando esa mujer lo miraba le recorría un escalofrío desde la base de la columna hasta la nuca. Se frotó la cara.

-La mujer en la que piensas no está perdida, esta hueca porque nada le motiva y no tiene objetivos. Se aferrará a cualquiera que le haga el mínimo caso, sobre todo si ese hombre se encuentra en la misma situación.

Miró al tabernero frunciendo el ceño; era un hombre de lo mas peculiar. Estaba apoyado en la pared fumando en su pipa y soltando el humo muy lentamente por la boca ¿se la dejaría anoche en la mesa?

-¿Me cuentas eso por...?

-Porque todos cometemos errores - se encogió de hombros y volvió a chupar de la pipa - más graves cuanto más lejos de nuestro destino estamos.

-Huele bien, no es mi tabaco ¿qué es?

Sus ojos se hicieron más pequeños cuando sonrió.

-Hierbas mágicas ¿quieres?

El Capitán asintió. El humo entro por su garganta; en su mente apareció la imagen de unas flores azules y un punto dorado al borde de un acantilado. Cerró los ojos e intento recordar, pero ninguna imagen más acudió a su cabeza.

Retuvo el aire y lo soltó muy lentamente, se mareó durante unos segundos y sonrió. Sus hombros se relajaron, su cuerpo mismo perdió la rigidez que siempre lo acompañaba. Quiso dejarse llevar.

-Yo no estoy hueco.

-Ajam..

-Ni siquiera estoy perdido. Mi horizonte es imposible de conseguir.

-No hay nada imposible, si te apoyas en las personas adecuadas.

Lo miró alzando una ceja. El otro levanto las manos y soltó una carcajada.

-No necesariamente hablo de mi como el protagonista de esa ayuda; aunque si que es cierto que mantengo la mano extendida.

-Quiero ser bueno, Flautista y quiero ser feliz.

El otro lo miro como si nada le sorprendiera.

-¿Tienes algo en mente?

La mujer pelirroja se cruzo en su cabeza; el otro puso los ojos en blanco al adivinar sus pensamientos.

-Quizás tenga algo que me ronda, si.

-Y quizás hasta que no nos topamos con los errores no somos capaces de ver más allá de ellos.

Alguien abrió la puerta y le golpeó la espalda. La mujer pelirroja fijó los ojos en él y el pirata ni siquiera se acordó del hada, tan sólo podía pensar en lo sedoso que parecía el pelo de aquella mujer y en las ganas que tenía de hundir la mano en el.



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CAPÍTULO 12 - FUEGO Y ORO


Apuré el combinado que me había hecho el Flautista y me di la vuelta para irme. Pero llamó mi atención como aquella sirena se acercaba lentamente hacia la puerta, intentando que nadie se diera cuenta de que iba a hacerse la encontradiza con el pirata. Mientras la puerta se cerraba tras ella el hada apareció revoloteando y miró a su alrededor, dejando caer los hombros al no encontrar al mismo hombre que la otra buscaba. Antes de que volviera a subir le silbe.

- Ven aquí pequeña, no estará muy lejos. - Ella asintió. No podía entender que les unía. - Quiero presentarte a alguien.

Animé a acercarse al hombrecillo de los bosques y los presenté. 

- Estoy segura de que os vais a llevar muy bien. 

Cada pieza estaba donde quería que estuviese, sonreí para mis adentros, no había tenido que esforzarme. Cada persona que conocía era un como una pieza de ajedrez esperando que la movieras. Todos teníamos una razón de ser y a veces era muy sencillo entender lo que otros deseaban para usarlo a mi favor. Estaba segura de que era innato en mi y que siempre me había resultado fácil  Miré hacia la planta de arriba, había dejado a Cherise durmiendo y mi cuerpo ya lo echaba de menos. Subí de dos en dos los escalones, abrí la puerta y me tumbe a su lado, acariciando su brazo hasta el cuello, bajando por el pecho y volviendo a subir por el brazo. Lentamente se dibujó una sonrisa en sus labios, se apreciaban sus dientes y me estremecí de placer. Me acerqué a su oreja, solté el aliento y susurré:

- Lo haremos esta noche. Conozco un sitio y a la persona adecuada ¿sigues conmigo?

Abrió perezoso sus ojos fluctuantes, ahora turquesas, después amatistas y me miró muy fijamente.

-El presente es lo único que tenemos, tú me lo has enseñado. - Me besó - Y mi presente sigues siendo tú. 

Me cogió por la nuca, me mordió los labios e introdujo su lengua para acariciar la mía, me revolví entre sus brazos para sentarme sobre él y me envolvió. Deslizó las manos por mi espalda, hasta sujetar mi culo y apretarme hacia él. Su fuerza resultaba erótica, la suavidad con la que su boca me devoraba excitante y la mezcla de ambas un contraste adictivo. 

Jadeé mientras el metía los dedos en la raíz de mi pelo y tiraba. Le mordí la clavícula y me moví sobre él. 

El presente era fuego. El futuro, nosotros cubiertos de oro.




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CAPÍTULO 13 - TORMENTAS QUE ABREN CAMINOS



El carro de Hada Madrina renqueaba tras de ella, iba cansada y peor aún, se sentía derrotada. Se había topado con algunos de sus personajes, una princesa árabe, la niña de rizos dorados, al niño que se había ido feliz con sus habichuelas y el príncipe que debía salvar a una princesa o a un cisne, según la versión que se encontrara de la princesa.

Aún así, miró hacia las nubes oscuras que se movían rápidas hacia el bosque, no auguraban nada bueno. Se estremeció. 


El Flautista elevo los ojos al cielo, algo se avecinaba. Muchas piezas, muchos caminos nuevos, pero algo oscuro estaba a punto de echarse sobre ellos. 



Había conseguido sacar partido a algo que no me gustaba, pasar desapercibida, pero después de descansar y haber llegado al pacto con el Flautista, me había dedicado a escuchar conversaciones y observar al resto de personas que había en esa posada. Subí tras la chica que la noche anterior llevaba una caperuza, esa muchacha era inteligente, aunque se había unido a un ser extraño e inquietante. Mi habitación estaba pegada a la de ellos y los había estado escuchando. Según aquella chica, la mujer pelirroja era una sirena; recordé la conversación con el Flautista: yo necesitaba escamas...

¿qué podía hacer? Esperar.


Salieron a última hora de la tarde y yo poco después. Había sido tremendamente aburrido estar toda la tarde paseando arriba y abajo aguardando algún tipo de movimiento. Las conversaciones de amantes no me interesaban, pero de vez en cuando captaba información que me convenía retener. Me peine rápido, me puse los pantalones y la camisa que el posadero me había cedido y salí con un pequeño atillo de comida. Pensé en el zapato que había dejado en poder del Flautista, quería recuperarlo, pero también podía encontrar el otro par. 

La sala estaba vacía cuando bajé, me metí en la trastienda buscando al dueño, quizás despedirme no era lo más inteligente, pero quería asegurarle que volvería a por lo que era mío. 

Todo estaba lleno de barriles y baúles, pero mis ojos se detuvieron en la vitrina apenas iluminada. 

Varias manzanas, mi zapato y un pico para trabajar en minas. Todo irradiaba luz, acerqué la mano y acaricié el cristal. Las manzanas parecían comunes, pero estaba segura de que había algún secreto en su interior. Mis ojos no podía apartar la vista de ellas; si me llevaba una no pasaría nada, no se notaría. Cogí la más roja, la que más brillaba, la metí en el atillo y salí rápidamente tras la pareja que me iba a llevar hasta mis escamas. 


Aún quedaban algunos rayos de sol cuando los oí, me mantuve a una distancia prudente y percibí cuando estábamos cerca de nuestro objetivo porque dejaron de hablar. Un claro cerca de un río y allí estaba Garfio y la sirena, abrazados, desnudos y ajenos a las tres pares de miradas que los espiaban.

Sacudí la cabeza, en realidad nunca pensé que fuera tan sencillo ¿por qué esa mujer había adivinado donde iban a estar? ¿había salido de la habitación en algún despiste mío y los había escuchado o incitado a ir allí? ¿tan predecible resultaba el deseo? Tenía muchas preguntas y nada que hacer. Sólo quería unas pocas escamas, eso no tendría porque ser un problema, podría llegar a un acuerdo con ellos ¿no? Sentía miedo al pensar en enfrentarme a ellos, Cherise tenía uñas afiladas y ella, bueno, no era capaz de adivinar todo lo que podría llegar a hacer ella. 


Me acuclillé tras unos matorrales ¿mi mejor opción era dejar que se fueran con el vestido e intentar convencer a la sirena de que me llevara hasta otra sirena con cola? Sacudí la cabeza, no es que fuera mi mejor opción, es que era la única si pensaba en el miedo a la confrontación. Me había embarcado en un viaje estúpido y en el fondo no tenía la valentía ni la fuerza de enfrentarme a ninguno de ellos. 

Me quedé paralizada al oír algunos ruidos, asomé la cabeza y vi como ocurría todo. Demasiado rápido para moverme o pensar: La muchacha de la caperuza roja se movía con una agilidad sorprendente y se acercaba hacía el montón de ropa de los otros dos incautos. Agarró el vestido, que captaba las últimas luces azules del final del día y corrió hacía donde estaba su amante. El pirata tuvo que verla u oírla, porque se puso en pie como un muelle y desenvainando la espada de la ropa dispersa por el suelo, corrió tras de ellos sin dudar, pero maldiciendo y gritando como un poseído. Si no hubiera estado tan nerviosa me habría reído por lo cómica que resultaba la escena, pero aproveché la ocasión para acercarme y ver como la sirena, entre desubicada y tímida, se acercaba al agua. 

Y a mi, ¿qué me tocaba hacer ahora? Me sentía fuera de lugar desde que había despertado, como si no estuviera siguiendo el guión que me tocaba y aún así, la idea de hacerme con todo lo que deseaba no se me iba de la cabeza ¿Por qué no iba a intentarlo y conseguirlo? en eso pensé cuando me acerqué sigilosa hasta la orilla, mientras los pies de la mujer tocaban el agua y se introducía con lentitud. 

Se giró, más por instinto que porque me hubiera oído y se tapó como pudo mientras seguía introduciéndose en el agua. 

-No tengo nada, me acaban de robar todo lo que tenía. 

Su voz era monótona, me estaba dando la información, pero no había ningún tipo de sentimiento en ella. 

-Sólo necesito infor... - empecé a decir, pero enmudecí cuando la vi transformarse, ni siquiera habían pasado un par de minutos desde que tocó el agua del lago, pero sus piernas dejaron de tener la forma esperada para fundirse en miles de escamas turquesas y azules - Sólo necesito unas pocas de esas. 

La sirena arqueó una ceja. 

-¿Para qué las querrías? 

Bufé. 

-Riquezas, poder. No quiero conformarme con harapos y mediocridad.- escupí la información nerviosa, intentando hacerle entender el porque de mi intromisión o intentando buscarme a mi misma una excusa para no sentirme mala persona. 

Por fin la vi sonreír. Una sonrisa fría, sin emoción. 

-¿Qué obtendría a cambio? Me pides un trozo de piel, un trozo de mi. 

Me erguí, sin saber donde me estaba metiendo y sin tener nada que ofrecer. Miré por el rabillo de ojo los fardos que llevaba y recordé la manzana. Me encogí de hombros mentalmente, quizás era una manzana corriente o quizás mi instinto me había guiado bien. 

-Magia - solté sin pensar y saqué la manzana. Quería acabar con todo aquello antes de que el pirata volviera ¿cuanto tiempo se puede correr por el bosque desnudo y con un sable? 

Los ojos de la sirena relampaguearon. 

-Acércate - dijo y así lo hice. 

Ella estaba tumbada, con la parte inferior de su cuerpo cubierto por el agua, pero se estiró ligeramente para apoyar los codos sobre la tierra con la pose y la naturalidad que sólo tienen aquellos que están seguros de si mismos. Estaba hermosa así, con el pelo alborotado, la piel brillante y la cara expectante, curiosa. 

Le ofrecí la fruta y la cogió con delicadeza. Aquella mujer tenía mucha clase, parecía una princesa sacada de un reino lejano, interesada en algo y a la vez, alejada de todo. 

La miró durante unos segundos, se la llevó a la boca y la mordió. Lo que no esperaba es que tras masticar y tragar, caería sobre la arena, muerta. 

Ni siquiera grité, la impresión cerro mi garganta y cualquier sonido que pudiera salir de ella. 

Hacía un momento me observaba con atención y ahora sus ojos me miraban sin una pizca de vida. Me estremecí, pero miré como el bamboleo del agua golpeaba la parte baja de su cuerpo y me mordí la lengua. Ahora o nunca. Ya estaba muerta, la había matada. Al menos debería hacer aquello que había venido a hacer. 

Mojé las botas al acercarme y le arranqué una docena de escamas o más antes de irme sin mirar atrás. 

Sentía nauseas, miedo por lo que había hecho, pero por encima de todo, no quería ni podía pensar en lo que acababa de ocurrir. Tropecé varias veces, los árboles me arañaron y creí que las ramas eran manos que me agarraban y arrastraban. 

Tardo tanto en amanecer, que pensé que nunca más volvería a ver el sol. Al fin y al cabo no merecía volver a verlo.

Había matado a una mujer, sin saber que iba a hacerlo, pero lo había hecho. Mis tripas se revolvían mientras me alejaba y avanzaba lentamente.

Me tumbe en la tierra fría, sintiendo las piedras, la humedad y me hice una promesa sin dejar de llorar.

Enterraría aquella experiencia. Dejaría de pensar en ella. No volvería a ver la cara de aquella mujer, la olvidaría.

Me limpié la cara como pude. Tenía un objetivo muy superior. Aquello que había pasado dejaría de importar pasado un tiempo. Tendría poder. Reinaría en alguno de esos reinos de los que me había hablado el Flautista y enmendaría aquél error siendo una buena reina. 

Pero por ahora, debería olvidarlo.  

Me peiné el pelo con las manos y me levanté. Iba a ser fácil.

O eso pensé. 





 
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