martes, 7 de julio de 2020

Seguimos con las historias de los cuentos enrevesadas y cruzadas; personajes perdidos y sin finales asegurados:
Si te has perdido algún capítulo pincha AQUÍ y ponte al día. 


Ahora toca disfrutar de la lectura




CAPÍTULO 15 -  ÁTAME 

Llevaban viajando algunos días, en busca de un pasado que ella estaba obsesionada en enfrentar, mientras él se debatía con un monstruo interno al que no conseguía poner cara ni forma. 
Lobo de vez en cuando la miraba y había empezado a admirar su fuerza de voluntad, la energía con la que cada mañana miraba el mapa que le había dado el Flautista para continuar con un camino que quizás la llevara al desastre; y sus silencios, también admiraba sus silencios, tan cargados de mensajes, tan complejos, tan compañeros de los suyos. 
Sus ojos grises le resultaban tan cálidos como el sol de las mañanas tras una noche fría. Andaba con el porte de una reina, pero no con el porte de una reina malvada, como ella misma se había descrito; si no más bien como el de una reina orgullosa y firme ante cualquier adversidad, a pesar de que su capa fuera cubierta del barro adherido por la escarcha. 
-Lo siento - le dijo el Lobo.
Ella se sobresalto y lo miró con el ceño ligeramente fruncido. 
-No deberías pedir disculpas por algo que te es imposible controlar - miró de nuevo hacia delante pero ralentizó el paso para quedar cerca de él - aunque creo que deberíamos hablar sobre ello y pensar en que momentos te ocurre, los motivos y que hacer al respecto. Cuanto más lo pospongas, más control tendrá sobre ti el miedo.
Él apartó la mirada pero pegó su hombro con el de ella.
-¿Tiene que ser ahora? - murmuró como un niño pequeño.
La Reina a quien él llamaba Diya lo miró y sonrió; aquella sonrisa le hacía querer besarla, sonreír y besarla de nuevo, pero se apartó un poco porque el ser que tenía dentro se removió. Sin darse cuenta, ella extendió la mano hacia su cabeza y le removió el pelo como si fuera un chiquillo.
-Claro que no, pero ya sabes que no voy a dejar que lo pospongas demasiado - le guiñó un ojo. 
Aquél gesto le arrancó una sonrisa por fin y es que aquella búsqueda le resultaba más fácil al lado de alguien como ella. 

Pero la calma, aunque sea relativa, se rompe para sacudir esquemas y cimientos; para profundizar un poco más en nosotros mismos y alcanzar verdades que nos hundan o resuciten. 
Y al salir del bosque y retomar el camino por el sendero, se toparon con Hada disfrazada de anciana. La espalda encorvada y el traqueteo del carro lleno de pócimas, magia, campanillas y molinillos de viento. Tanta parafernalia les hizo dejar de mirarse y clavar la vista en ella, que se sonrió para sus adentros.
-¡Jovencitos! - Les llamó e hizo señales con la mano para que se animaran a acercarse.  
Ellos se movieron como si un imán los atrajera y mientras la reina se quedaba un poco apartada del carro y de la anciana; el Lobo miró fijamente a los ojos de la extraña e inspiró con fuerza su olor; de forma insconsciente y primitiva abrió ligeramente las piernas, al acecho, asentando los pies en la tierra, con la espalda tensa, preparado para atacar si era necesario, ocultando con el cuerpo a su compañera de viaje.        
No fue consciente de lo que hacía, su compañera tampoco, pero Hada si se percató y con un ademán de anciana débil hizo una reverencia. 
-¡¡Ay queridos!! Hace días que no veo a nadie por estos caminos. ¡Que refrescante resulta la presencia de dos enamorados!
Dieron un respingo y se lanzaron una mirada rápida que imaginaron furtiva, pero que no paso desapercibida para Hada. Su mente iba a mil por hora ¿qué estaba pasando ahí? ¿Cuantos enredos se tenia entre manos El Flautista y que pretendía conseguir? 
-¿Andáis perdidos? ¿En busca de algo? ¿Puedo seros de ayuda? Tengo un don ¿sabéis? Perfeccionado y pulido con el paso de los años - les guiñó un ojo y vio como él se relajó, pero la mujer se mantuvo igualmente apartada y decidió centrar su mirada y esfuerzo en él. 
-¿Qué podrías tener para ayudarnos? - dijo el Lobo con una sonrisa
-¿Qué necesitáis? - preguntó Hada a su vez, provocandolo. 
Antes de que pudiera responder, la reina se adelantó. 
-Sabemos donde vamos y lo que buscamos, muchas gracias por su preocupación. 
La miró por encima de los hombros del hombre, se mantuvieron la mirada unos segundos y Hada sonrió, no era la misma que el personaje del cuento que había visto desenvolverse una y otra vez de la misma forma; y aún así, mantenía la determinación y los objetivos ¿la llevaría eso a pasar por encima de cualquier cosa y sobre cualquiera para alcanzar su meta? 
- ¿Y tu, querido? ¿Necesitas defensa? ¿Conocimientos? ¿Sabes lo que buscas? 
Lobo retrocedió un paso, valorando las palabras de la anciana y dejó caer los hombros. 
-Tengo una lucha conmigo mismo, ¿tienes algo para eso? - las palabras le salieron sin pensar, casi a borbotones.
Su compañera se acercó un paso, dejando que él notara su presencia y calor en la espalda. Fue un acto reflejo que no valoró cuanto los exponía. 
-¿Quieres conocer lo que hay en tu interior? ¿Contra lo que luchas? 
Él asintió, sin acertar a abrir la boca, colocando el brazo tras la espalda y buscando la mano de ella. La reina correspondió acariciando su palma con la yema de los dedos. Después entrecruzó los dedos con los de él y se apretaron las manos una contra otra. 
La anciana no se percató, rebuscaba entre cajones, botes e incluso se palpó los bolsillos, para finalmente sacar triunfante un botecito pequeño, oscuro, sin etiqueta ni nada y extenderlo hacia él. 
-¿A cambio de qué? - preguntó Diya desde detrás, mirando fijamente a la anciana, sin acabar de fiarse, pero sintiendo que no había maldad en ella. 
La otra mujer también la miró. 
-Mi deseo es que encontréis vuestro camino. Que sepáis el lugar al que pertenecéis y volváis a el. 
La reina se irguió. 
-¿Y si decidimos que ese lugar no es el nuestro?
Hada movió la cabeza de un lado a otro. 
-Somos lo que somos. La esencia de cada uno de nosotros no puede cambiarse - los miró alternativamente - Hay destinos que no están predestinados y que por mucho que intenten unirse, será como mezclar agua y aceite, puedes agitarlo tanto como quieras, pero acabarán separados. 
Sin separar las manos, la Reina se irguió.
-Anciana, he sido respetuosa, pero no permitiré que con tus palabras nubles nuestras decisiones o acciones. Seremos quienes queramos ser y con quien queramos serlo. 
La otra asintió, encorvándose ligeramente y manteniendo su actitud de anciana.
-El tiempo lo dirá - Los vio marcharse y se prometió a si misma estar pendiente de esa extraña pareja.

El lobo sostuvo en la mano el regalo de Hada durante el resto del día. Sabía que su compañera estaba tensa desde las palabras que había intercambiado con la anciana, pero él apenas había pensado en el significado, de tanto darle vueltas a lo que le haría el líquido negro y de si por fin esa era la forma de poner rostro a su monstruo interior y enfrentarlo.
-Lo haré hoy. 
Ella resopló y cargó la dureza de sus ojos grises contra él. Lobo pensó en los contrastes de esa mirada, tan inflexibles en ese momento y tan frágiles cuando se empañaban, aunque no derramaran ni una sola lágrima. Sus labios eran una línea, como la del horizonte cuando se oculta el sol. Y al igual que cuando sonreía, deseaba besarla, enfadada y frustrada tambien, porque seguía siendo igualmente ella. 
La vio apretar los puños y mantenerse en silencio. Pero Lobo deseaba que se expresara y no controlara lo que burbujeaba por dentro. Que no se guardara nada, saber lo que le cruzaba la mente y comunicarse. 
Le dio la espalda y resopló de nuevo. Lobo abrió la boca para hablar pero ella se adelantó.
- ¿Estas seguro? ¿Sin saber lo que es...eso...el líquido...la guarrería esa te va a hacer? 
Sus puños seguían cerrados, totalmente contenida. 
-Mírame - le pidió él. 
No se dio la vuelta enseguida. Se tomó unos minutos, aunque quizás fueran segundos, a Lobo se le hicieron eternos. Después se giró lentamente, con los ojos cerrados y así se quedó un poco más, respirando, latiendole la rabia, la inseguridad y el miedo en las venas, en los músculos, en cada terminación nerviosa.
-No estoy seguro, claro que no. Pero te nec... - carraspeó - Por eso necesito que me apoyes. Tu ayuda, una vez más. 
-¿Y si finalmente te descontrolas? - lo miró por fin - ¿Y si es peor que en la posada? ¿Mas descontrolable que en tus sueños? Siento el poder que emana de ti cuando estas en esa situación y es primitivo y salvaje. 
Suspiró. 
-Por eso cuento contigo, para que me ayudes y pueda prepararme.
-¿Cómo? Si ni siquiera sé quien soy o de lo que soy capaz.
Acortó los pasos que los separaban y cogió las manos de ella.
-Como has estado haciéndolo hasta ahora. 

Hacía rato que la noche había caído y aunque no hacía frío encendieron un fuego pequeño para brindarse algo de falsa seguridad. 
Dicen que las noches albergan los peores temores, donde nacen las pesadillas, por lo que tener una luz, aunque fuera fantasmagórica, les hacía creer que estarían seguros. Los árboles se llenaron de sombras, el bosque de crujidos y lamentos pero Lobo tenía más miedo de lo que llevaba dentro que de los miles de peligros que podría haber allí fuera; la miró por encima de las llamas, quito el tapón y se bebió el potingue, que bajo por su garganta dejándole un toque amargo en la lengua. 
Pensó, con ironía, que sería muy frustrante que el final de aquella historia fuera igual de amargo.

Sintió el peso del líquido cuando le ocupó el estomago e hizo amago de ponerse en pie para ir al lado de ella. Pero en milésimas de segundo lo pensó mejor y se acomodó en el suelo de nuevo. La Reina, que parecía haberle leído el pensamiento, se puso en pie y se sentó a su lado. 
-Quizás deberíamos guardar unas distancia prudencial, por si me pongo igual de violento que cuando sueño. Y quizás no estaría de más que me ataras.
Ella negó con la cabeza y se abrazó las rodillas con el ceño fruncido.
-¿Cuanto tiempo habrá que esperar? Atarlo dice...-murmuró las últimas palabras más para ella misma que para él. 
Algo dentro de su estómago se removió.   
-Creo que no mucho. 

Cerró los ojos al sentir el vértigo que se siente cuando caes desde muy alto. El mundo, además, parecía dar vueltas a su alrededor, así que enterró los dedos en la tierra y la hojarasca, como si eso lo arraigara más al suelo y aguantó las arcadas. 
La mujer no había parado de mirarlo, el color caramelo de la piel del hombre había palidecido y ella comenzaba a sentirse inútil, allí parada sin saber que hacer. 
-Puede ser que la anciana también haya querido envenenarme, porque me siento exactamente como si fuera a morir - murmuró para quitar tensión.
Algo cálido le tocó la frente, supuso que la mano de ella e intentó sonreír, pero su cuerpo comenzó a temblar de forma descontrolada; la Reina, preocupada le sujetó por los hombros intentando mantenerlo quieto. 
Los dientes le castañeteaban pero pasados unos minutos eternos todo se quedó en silencio, su cuerpo, su mente y hasta el bosque dónde se encontraban y su cara dio contra la tierra en un golpe seco.
Intentó mirarla desde el suelo, se había vuelto una forma borrosa encima de él y le hizo una mueca que creyó iba a ser una sonrisa. La melena de la mujer le hizo cosquillas en la piel mientras el aroma de su cuerpo le llenaba las fosas nasales.
-Deberías atarme. - consiguió decir por fin.

Ella lo observó, en la punta de lengua mil replicas y frases mordaces que no verbalizo... 
 


 










 
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