¡¡Que disfrutéis!!
Por culpa de la lasaña
Nunca he creído demasiado
en los flechazos, supongo que ser bombardeada desde pequeñas por las más
variopintas y sensibleras películas románticas ha ayudado a que sea un poco
cínica. Nunca nos enseñan las segundas partes de esos amores épicos que
traspasan fronteras, épocas y hasta la muerte si es necesario.
No diré que no las he visto
porque mentiría como una bellaca, e incluso he leído alguna que otra novela,
pero digamos, por ser correctos, que no creo en nada de todo eso. Patochadas y
memeces, nada más, porque no hay príncipes azules esperando a la vuelta de la
esquina, ni ningún caballero andante que me salve de las dificultades de la
vida. Siempre he sido yo la que ha batallado contra gigantes y demonios, la que
ha sobrevivido a varios finales del mundo vaticinados por lumbreras y aguantado el chaparrón de padres,
profesores, jefes y demás imbéciles por el estilo... Sola. Y sigo vivita y
coleando.
No he visto brillos
especiales en la mirada de ninguna persona. Jamás he sentido mariposillas en el
estómago o los deseos irrefrenables de caer rendida en los brazos de algún
macizo macarra con buen corazón. Tengo veintiocho años y tal vez sea rara, pero
hasta ahora...he sido feliz.
Aún no tengo muy claro cómo
pudo pasar; no sé si esa noche los planetas se alinearon, si un cúmulo de
energías se concentró sobre mi casa, si se fragmentó una línea del tiempo o es
que me volví idiota por cenar lasaña. Barajé todas y cada una de las
posibilidades cuando al despertar, tiritando de frío, me encontré en un lugar
que no era ni mi casa, ni mi cama.
Una cosa estaba clara, todo tenía que
ser un sueño. O eso mismo era lo que deseaba pensar al mirarme y ver que estaba
vestida con mi pijama de verano estampado con vaquitas, en un lugar que no
conocía y descalza. Miré a mi alrededor, si estaba soñando podía ir a cualquier
sitio ¿no? Pero nada de lo que alcanzaba a ver atraía mi atención de forma
positiva. Tres caminos posibles y los tres cubiertos de piedrecitas pequeñas y
puntiagudas (una delicia para mis pies delicados)
Cerré los ojos e intenté visualizarme
con unas deportivas y una chaqueta, pero eso de controlar los sueños nunca ha
sido mi fuerte, así que cuando volví abrirlos estaba con las mismas pintas de
idiota y además, con cara de zopenca.
Eché andar por el camino de
la izquierda, la luna apenas daba luz suficiente para iluminar mis pasos pero
me resigné, nunca había sido miedosa y no corría ningún tipo de peligro; al fin
y al cabo los sueños, simplemente, sueños son....
Una eternidad después y con
un dolor terrible de pies vi cómo me acercaba a un pueblucho de mala muerte. Ni
en mis mejores imaginaciones podría haber inventado algo así, supongo que en
sueños soy mucho más ocurrente que despierta.
Un par de gatos con mirada
de malaleche y un perro me dieron la bienvenida, el resto, eran muros de barro
y paja, humo saliendo de chimeneas y olor a suciedad e inmundicia. Avancé con
recelo y casi piso a un tipo inconsciente en el suelo, sé que estaba
inconsciente y no muerto porque roncaba como un mulo. Lo sorteé y seguí hacia
delante hasta acabar parada frente a una especie de posada de la que salía
mucho ruido y olor a comida. Fruncí el ceño, aquél sueño cada vez me parecía
más real y no me gustaba ni un pelo. No me dio tiempo de decidir si continuar
mi vagabundeo o entrar, cuando la puerta
se abrió y vi salir a un tipo enorme y una mujer agarrada a su cuello. Ambos me
miraron, ella riéndose como una idiota y él mirándome con un interés que me
resultó bastante desagradable. Mi escasa ropa de pijama no ayudaba.
─¿Cuánto? ─su
voz estaba enronquecida y gastada, debido al alcohol y a los excesos
segurísimo.
─¿Perdón? ─no
había entendido bien.
─¿Cuánto pides por toda la noche?
Avanzaron
hacia mí y a cada paso que daban yo retrocedía otro, hasta que mi espalda dio
con algo rugoso que me impidió seguir retrocediendo. Sé que he dicho que nunca
he sido miedosa, pero en esos momentos sentía el pavor recorriendo mi cuerpo
¡¡¿Cómo podía estar pasándolo tan mal en un sueño!!?
─No seas tonta, lo pasaremos bien ─dijo la mujer que seguía
riendo.
Me sentí acorralada, sobre todo cuando se quedaron a dos
palmos de mí, olían a cerveza y a grasa. Me entraron ganas de vomitar pero
antes incluso de tener la primera arcada el hombre me cogió por la muñeca y
tiró de mí. Intenté zafarme de él, pero me había agarrado con demasiada fuerza.
A pesar del miedo y la tensión, conseguí dar lucidez a mi mente y reaccioné de
forma universal: patada en la espinilla y a correr.
Lo escuché maldecir a mis espaldas y a la mujer reír
estrepitosamente, pero no me paré para ver el espectáculo, corrí cuanto me
permitieran mis cortas piernas temiendo que me persiguiera y me alcanzara
cuando se recuperara. Tropecé con mis propios pies y caí sobre un charco lleno
de barro, pero me puse en pie como un muelle, seguí corriendo y me escondí
detrás de unos matorrales ¡¡Di gracias a la genética de mis padres por lo
retaco que soy!!
Recobré el aliento tras unos minutos y escudriñé los
alrededores. No vi nada ni a nadie que me hubiera seguido y me permití respirar
tranquila, aunque tenía claro que no volvería por ese lado ni de coña. Así que
me giré muy despacio, al estilo de las protagonistas tontas de las películas de
terror, y me fijé, con los ojos desorbitados en el paisaje que me daba la
bienvenida.
Un escalofrió me recorrió la espalda, no estaba ante un
bosque despejado y abierto como el de los dibujos de Disney ¡eso habría sido un
milagro en la situación en la que me encontraba! La baja niebla daba un aspecto
retorcido a las ramas de los árboles, que parecían sufrir de dolor y las
telarañas brillantes de rocío no hacían si no aumentar mi ansiedad. Y aun así,
algo dentro de mí, supongo que la maldita curiosidad (esa que mató al gato) me
hizo avanzar por ese ambiente sacado de una novela de Stephen King.
Caminé durante más de una hora, el sol ya había salido pero
apenas alcanzaba a verlo a través de los gigantescos árboles que me rodeaban. Y
no, la situación no podía empeorar, iba sudada, cubierta de pegajosas telarañas y de barro pestilente.
Desde que había entrado en aquél “maravilloso” bosque no habían parado de
picarme tábanos del tamaño de mi cabeza y me dolía todo el cuerpo. Aquella
caminata no tenía nada de gracioso y en nada se parecía a los cuentos de hadas
en los que cantaban los pajarillos y las ardillas eran tus amigos. El pijama se
me había enganchado una docena de veces entre las ramas y tenía los brazos y
las piernas llenas de arañazos, como si un gato salvaje se hubiera enzarzado
conmigo en una pelea. Y mis pies ¡¡pobres de mis pies!! Me dolían a morir. Si
no me hubiera perdido hubiera vuelto sobre mis pasos hasta llegar de nuevo
aquél pueblucho, que ahora se me antojaba una bendición de los dioses.
Terminé
por sentarme, agotada, en el saliente de una roca. No tenía ni la más remota
idea de la hora que era, pero empezaba hacer calor y sentía un asco hacía mi
misma que estaba comenzando a hartarme. Tenía un hambre de mil demonios y el
tirante dichoso del pijama no paraba de resbalar por mi hombro cada dos por
tres ¡¡Todo era desquiciante!!
Intenté relajarme, a pesar de los chorros de sudor que me
corrían por la frente; conté hasta diez con los ojos cerrados, respiré
profundamente y cuando los abrí... ahí estaba la belleza de aquél lugar.
Árboles centenarios con diferentes tonalidades de verde, el sonido de la
naturaleza, de los pájaros... Llegué a olvidar, durante unos instantes, mi pelo
estropajoso, las uñas rotas, el pijama hecho jirones y mis pies amoratados.
Aunque la belleza, no impidió que me asustara cuando escuché algo parecido a
pasos detrás de mí ¡El momento mágico había pasado! Y todo ocurrió en cadena...
Con el susto me eché hacia atrás, deslizándome sobre la
piedra y cayendo de culo sobre un montón de hojarasca seca. Me puse en pie
entre maldiciones y la camiseta volvió a engancharse, esta vez con una zarza
cubierta de espinas de la que intenté desprenderme de un tirón bestial que me
hizo tropezar con mis propios pies, perder el equilibrio y, de nuevo, caer;
esta vez a cámara lenta.
Juro
que vi la piedra en la caída, pero me resultó imposible sortearla y me la clavé
en el costado.
Con la caída el bosque se llenó de ruidos, animales
invisibles a mis ojos huían en desbandada por el escándalo que había montado en
cuestión de segundos. Quizás en otro momento me hubiera reído de mi misma,
porque estaba despatarrada en el suelo, cubierta de hojas secas y con un dolor
terrible de culo. Pero en aquél preciso momento solo tenía ganas de llorar ¿por
qué no me despertaba? Alguien me había maldecido o quizás la lasaña que había
cenado estaba en mal estado y aquello era producto de los delirios de mi mente
enferma. Nada tenía sentido, así que me armé de paciencia y me puse en pie ¡no
me quedaba otra! Intenté limpiar el destrozo de pijama, pero a esas alturas
resultaba imposible. Se veía parte de mi ombligo por el desgarrón que había
causado mi caída y las vacas, de tanta suciedad, parecían gorrinos que se
habían rebozado en barro ¡aquello era un despropósito!
Cuando acabé de compadecerme a mí misma levanté la mirada y
lo encontré frente a mí.
Se
me aceleró el corazón.
Yo no soy chica de campo ¿qué podía hacer frente a un animal
como aquél? Su cornamenta medía al menos dos metros y sus ojos estaban fijos en
mí ¡en mí! ¿Debía huir? Tenía ganas de gritar y correr hacía cualquier parte,
pero temía que arremetiera con sus cuernos y me dejara aún más gilipollas de lo
que ya era por naturaleza, así que hice lo único que tenía sentido... esperar a
que se fuera. Pero las cosas, desde que había empezado ese desagradable sueño
no estaban saliendo como esperaba por lo que cuando lo vi acercarse a mí y
abrir su terrible boca cerré los ojos y me esforcé en despertar. Y seguí
esforzándome hasta que sentí como tiraban de mi insistentemente. Abrí un ojo
con miedo, el ciervo, o lo que fuera aquello, tiraba de mi pijama hacía él (en
los documentales de la dos no te preparan para algo como aquello) Estaba
agotada, mental y físicamente, así que me deje llevar.
Empecé a sentirme estúpida nada más dar los primeros pasos,
pero ¿qué podía perder? Me moría de hambre, de sed y comenzaba hacerme pis,
pero tal vez, como estaba en un sueño, me llevara a algún lugar paradisíaco....
Tal vez.
Una
media hora después, ya estaba lamentándome de nuevo, pero no me apetecía
perderle de vista así que intentaba dar zancadas a la vez que juntaba las
piernas todo lo que podía para no mearme encima ¡Aquello era horroroso!
Llegamos a marchas forzadas hasta el límite del bosque y
allí me dejo tirada, porque echó a correr (y por ahí sí que no pasaba) y a
chorro tirao me encontré mirando como una tonta ¡¡una cueva!! ¿Eso es lo que me
quería mostrar el puñetero ciervo?
Durante el paseo me había auto convencido de que en los
sueños todo pasa por una razón y que los animales suelen guiarte hacia senderos
espirituales que te iluminan pero...¡¡Buaaa!! Tonterías nada más y allí estaba,
meandome viva, exhausta y hasta el c..., parada frente a una puñetera caverna
de la prehistoria.
Pero no sería yo la que metiera un pie en ese asqueroso
sitio. Miré hacia el cielo, encomendando mi alma al dios Morfeo y suplicándole
despertar, cuando vi que empezaba a oscurecer (en mi mundo onírico no se regían
las mismas reglas que en el mundo real) Si no hacía fuego iba a quedarme a
oscuras y no era una idea muy atractiva, así que después de echar una meada que
hubiera cronometrado de haber tenido reloj, reuní todos los palos que pude
encontrar y ¡¡allí me tenías, con casi treinta tacos, en cuclillas e intentando
encender un fuego al estilo boy scout!! Quince minutos después había conseguido
que una pequeña chispa prendiera unos pajotes y surgiera una llama pequeña y
amarilla y un rato después ya estaba calentándome con una fogata que nada tenía
que envidiar a las hogueras de San Juan.
Pero...fiel a la ley de Murphy y teniendo en cuenta que
desde que había llegado aquél lugar nada había salido bien, las cosas podían
empeorar. Sentí como dos goterones de agua fría me caían sobre la piel, miré
hacia las nubes y lo vi: Un aguacero de mil demonios se abalanzaba sobre mí. Sin
pararme a pensar cogí un puñado de troncos y corrí hacia la cueva ¡al carajo
con mis reticencias anteriores! Y me choqué contra un muro, una piedra o algo
muy duro y caí panza arriba, como las cucarachas, con los palos ardiendo aún
lado y una conmoción cerebral de manual en mi cabeza. En cuestión de minutos
tendría un chichón del tamaño de una moneda de veinte duros. Gemí, no sólo de
dolor, sino por la situación absurda que empezaba a desbordarme y aun así, me
puse en pie como una jabata, recogiendo con cuidado mi fuego y haciendo caso
omiso a aquello con lo que me había golpeado. Un rato después aquél gato de la
curiosidad volvía hacer de las suyas ¿con que me habría chocado? ¿Una roca
gigante? ¿Un descomunal dragón dormido? Me fui girando poco a poco y en el
momento en que mis ojos se toparon con la sombra gigante de lo que me aguardaba
en la oscuridad, un relámpago iluminó la cueva y retrocedí espantada al ver a
un hombre enorme observarme desde lo alto. Grité como una loca mientras salía a
refugiarme entre los árboles, pero los truenos ahogaron mi chillido histérico.
Cinco minutos después, chorreando agua por todos los poros
de mi cuerpo y tiritando, fui consciente de que aquél tío no se había movido ni
un centímetro. Un nuevo relámpago iluminó la noche y el hombre seguía quietecito
como una estatua ¿cómo podía ser posible? Simplemente con el grito que había
dado tendría que haber cambiado de postura... Me reí de forma histérica ¿qué más
daba? Y avancé, con más miedo que vergüenza, hasta el fuego, dándole la espalda
a quien quiera que fuera aquél tipo.
No
sabía si le tenía más respeto a la oscuridad que parecía me engulliría en
cualquier momento o al hombre petrificado de mi espalda, por lo que, después de
un rato y de nuevo seca, me di la vuelta y me enfrente a él (no hay nada mejor
para sentirte bien contigo misma que enfrentándote a aquello que te acojona)
Pero supongo que una parte de mí se desilusionó, no era un hombre, era una
escultura muy realista y gigante, de mandíbula cuadrada y pelo largo. Brazos
fuertes y espalda ancha ¡Super realista!
Lo toqué, asegurando que su textura era fría y no cálida
como la de cualquier cuerpo humano. También resultaba rugosa, como una roca de
montaña y suspiré. Era tremendamente atractivo e inanimado. Toda una decepción.
Para un tipo con lo que me gustaría darme un revolcón resulta que es una piedra
tallada ¡había que joderse!
Durante un rato reí y lloré, hablándole al “cacho de
piedra”; necesitaba desfogar, contarle a “algo” aquella experiencia demencial
que estaba teniendo, pero por mucho que me guste hablar, aquello resultaba
insuficiente, no había replicas, ni conversación y eso me aburría. Los ojos se
me empezaron a cerrar, así que cansada, abrumada por todo aquello y sintiéndome
como una estúpida besé los labios de piedra de aquel hombre-roca en un arrebato
totalmente infantil.
De verdad pretendía que fuera un simple beso de buenas
noches, porque obviamente no imaginaba que cobrara vida delante de mis narices.
Pero de forma alucinante en un momento estaba besando algo frío y sin vida y al
siguiente unos labios cálidos y suaves me devolvían el beso. ¡Iba a enloquecer!
Supongo que me dejé llevar un poco, pero cuando sentí que me rodeaba la cintura
me despegué de él como si pinchara y lo miré. Después me miré a mí misma, volví
a mirarlo a él y de nuevo dirigí la vista hacia mis pintas de zanguanga y
enarqué la ceja con escepticismo.
─¿En serio?
Sonrió. Sus ojos brillaban con excitación y recordé las
palabras de mi mejor amiga: “Cuando te ofrecen pasteles de chocolate, hay una
voz en tu cabeza que te anima a disfrutar de su sabor ¿no? No puedes negarte a
un momentito de placer. Pues con los hombres es lo mismo, cuando uno te gusta y
él está interesado en ti...escucha esa voz en tu cabeza y disfruta...”
Y es que esa voz en mi cabeza chillaba ¡y que coño! Estaba
en mi sueño, así que sin calentamientos previos ni preliminares me lancé sobre
él continuando lo que había dejado a medias. Me sentí una fierecilla y
disfruté.
Cuando empezaba a despuntar el día me sentía exhausta; me
arropó entre sus brazos y me dejé acariciar con ternura.
Cerré los ojos, prolongué un silencioso bostezo y....
¡Escuché el despertador!
Nunca antes había odiado tanto ese sonido, así que sin
molestarme en abrir los ojos (aún intentaba aferrarme al sueño) lo callé a
manotazos. Pero finalmente tuve que mirar a mi alrededor para asegurar que
estaba, esta vez, en mi casa, en mi cama y en mi desastrosa vida. Me dio los
buenos días la pintura descascarillada del techo de mi habitación ¡¡yupi!! Había
vuelto a casa. Intenté resignarme y estoy segura de que lo hubiera conseguido
si el dolor no me hubiera hecho aullar de dolor al apoyar los pies en el suelo.
Los miré y estaban cubiertos de barro y heridas pequeñas. Fui hacia el baño sin
atrever a mirarme hasta llegar al espejo y me agarré con sorpresa al lavabo.
Tenía el pelo hecho un asco, como lija, los brazos cubiertos de arañazos y del
pijama ni hablamos. Hecho jirones y manchado en cada centímetro de tela. Pero
si miraba hacia mi interior tenía que reconocer que estaba contenta, muy
contenta y tranquila ¿de verdad aquél sueño había sido real? El polvo había
sido magnífico y pensar que, por elementos extraordinarios de la vida podía ser
real me llenaba de alegría. Me duché, me embadurné de crema hidratante y fui a
trabajar sin ser totalmente consciente de la obsesión que había empezado a
formarse en mi cabeza y es que si ese sueño había sido auténtico para mí.... ¡aquél
hombre-estatua debía respirar en algún punto del planeta!
Tenía que encontrarlo.
Durante una semana entera esperé volver a soñar con él.
Durante la primera semana
entera me dormía entusiasmada y me despertaba con ganas de que la tierra me
tragara.
No hubo más sueños, ni más
mundos oníricos, ni nada.
Me deprimí y a los
dieciséis días aproximadamente no pudo aguantarlo más y cambié de táctica:
Comer y cenar durante casi un mes, íntegro, un buen plato de
lasaña. Las probé de todos los sabores y colores. Carne, atún,
vegetal...incluso probé con los canelones, pero nada de nada, no había manera.
Un sábado me di cuenta que había perdido el control, sobre
todo cuando abrí el frigorífico y vi envases de lasaña por todas partes. Sentí
náuseas. Les había cogido un asco que para que las prisas, así que me vestí y
salí a comprar, dispuesta a olvidarme de aquél asunto y despejar mi cabeza.
Necesitaba que me diera el aire fresco, seguro que si hubiera tenido más amigos
“con derecho a roce” no me hubiera obsesionado de esa forma.
De camino al supermercado casi me arrolla un coche al pasar
por el paso de cebra, así que le saqué el dedo y grite algún que otro
improperio. Entré al súper y cuando paseaba por sus pasillos con el carrito
para la compra un tipo alto y monstruoso me empujó y tiré la pila de rollos de
papel de cocina. Ni siquiera se dignó ayudarme a levantarme, así que roja como
un tomate y totalmente indignada estuve ayudando a uno de los dependientes
¡¡era lo menos que podía hacer!!
Hice compra para todo el mes, tenía pensando encerrarme en
casa todo el fin de semana y reventar a base de helado de chocolate y vainilla,
así que no me podía faltar de nada. Llegué sin más incidentes junto a la
cajera, pagué la cuenta y metí los productos en las endebles bolsas de plástico.
Cuando estaba a punto de salir por la puerta..... ¡Pum! La bolsa se rompió y
todo cayó al suelo. He de decir que nadie se inmutó en lo más mínimo, salvo un
tipo que me ayudo a recogerlo todo y me tendió una de esas nuevas bolsas
grandes de tela. Quería agradecérselo, pero me moría de la vergüenza por el
cante que había dado desde que había traspasado las puertas; al final, cuando
ya estaba todo recogido murmuré un “gracias” y lo miré.
Delante de mí y sonriendo, el hombre con el que había soñado
hacía semanas y con el que había estado deseando volver a soñar ¡no podía
creerlo! Sentí que me mareaba, pero me agarró antes de que diera un batacazo
contra el suelo y salí con él a la calle prometiéndome a mí misma no despertar
más.
Recordar que todos los derechos están reservados en el registro de la Propiedad Intelectual
Me encanta esta.historia... Jijiji
ResponderEliminar;-)
EliminarUn gusto leerte brujilla
ResponderEliminarMuchas gracias, siempre levanta el ánimo leer buenos comentarios. Besazos
EliminarTodo un placer leerte, locuela celta. Me ha encantado y me has hecho pasar un buen rato.Gracias.
ResponderEliminarBesicos
Ese es el objetivo, arrancar una sonrisa jejeje. Gracias reina ;-)
EliminarMuy bueno, Selena! Dese hoy no voy a poder ver a una simple lasaña con los mismos ojirris;). Un besete y no dejes de escribir, please.
ResponderEliminarjajajajajajajajaj la locura sigue corriendo por mis venas para soltar todas esas cosas y espero, como tú dices, que siga haciéndolo para no dejar de escribir.
EliminarGracias por leerme ;-)