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CAPÍTULO 9: LAS OLAS HABLAN DE DOLOR
Desperté rodeada de lujos, entre muebles, suelo y techos blancos. A la luz del sol que se filtraba por entre los ventanales, toda la estancia parecía brillar, como si hubiera muerto y hubiera despertado en aquél lugar que llaman cielo. Pero como todo lo que pasa en la vida, cuando enfocas la vista te das cuenta de que todo no son brillos y purpurinas y yo me topé con una estantería llena de tarros que encerraban corazones...
(Hago una pausa para que nadie se escandalice. Quizás os preguntéis porque estás historias son a cada capítulos más sombrías ¡Hablamos de personajes de cuento! ¿Verdad?
Pero todos los cuentos tienen una raíz oscura, un origen turbio que pretendía moralizar y enseñar. Pero se supone que en este siglo ya lo sabemos todos ¿no? No necesitamos aprender más, por lo que, ¿porque no mostrar lo que hay oculto dentro de nosotros mismos?
La Reina de Corazones siempre fue un tanto incomprendida, cómica incluso, nadie entendió nunca que fue el dolor la que la llevó hasta donde llegó; aunque tod@s la conozcamos por un conejo y una niña que cayó por un agujero a través de un árbol.
Cuentan que el sufrimiento la hizo volverse así, que la pena, la hizo arrancarse el corazón y guardarlo en un cofre muy lejos de ella...
No, espera, eso no fue lo que pasó, eso lo he sacado de una película de piratas ;-)
En realidad es una historia muy antigua, polvorienta y olvidada que habla de una tristeza profunda e intensa; hace tantos y tantos años de esto que no se sabe el verdadero motivo. Me atrevería a afirmar incluso, que ella ha olvidado el quien y que sólo siente el dolor en el pecho, en las articulaciones, en el peso de los ojos llenos de lágrimas, en la pena que la paraliza y que ha oscurecido todo su ser hasta el punto de dejar de ser quien era, para sólo quedar fantasmas, odio y sombras.
Si eres una persona romántica puedes pensar en una traición o en la muerte de un amor idílico; pero puedes buscar cualquier motivo que tape los agujeros de esta leyenda sacada de un arcón a la luz de una hoguera. ¿Qué mas da? Lo verdaderamente importante es, como bien sabéis, que una reina sólo tiene el poder que le dan sus súbditos, y el oro, por supuesto. Ella no tenía magia, pero cuentan (en todas las buenas leyendas hay una) que sus consejeros al verla tan destrozada le hablaron de una bruja que vivía a las orillas del mar, y que con su magia podía, sin duda, aliviar cualquier mal.
Lo que no le dijeron es que cualquier ritual, cualquier deseo y cualquier tipo de magia requiere un sacrificio. Y la reina, que no estaba acostumbrada a no conseguir lo que deseaba, acepto sin duda lo que la bruja le ofreció. ¿Y que fue? Os preguntaréis.
Para aliviar el dolor de un corazón marchito lo que necesitas es alimentarte de otro corazón lleno de dicha, de alegría, de felicidad...En realidad da igual de que sentimiento este lleno el otro corazón, siempre y cuando te alivie tu dolor.
Y así lo hizo, querid@s. No eran cabezas lo que la reina necesitaba, si no corazones, pero supongo que con el paso de los años cualquier dato se transforma y deforma. Y resulta mas sangriento pensar en una reina comiendo corazones que una reina loca que pide que le corten la cabeza a cualquiera que le lleve la contraria.
Y ahora queridos lob@s y bruj@s, después de esta pausa y de entender a nuestra Reina de Corazones, continuaré con la historia...)
Me llevé la mano al pecho y volví a tumbarme en el suelo, el frío de las baldosas en la cara apenas alivió el dolor intenso de mi pecho. Quise llorar, aunque no entendía porque y cerré los ojos y los puños con fuerza ¿de dónde venía aquella angustia? Me recogí la falda, tan negra en contraste con el blanco; no conseguí estirarme por la fuerza del sentimiento en mi pecho pero me puse como pude en pie. El eco de una música parecía querer sonar dentro de mi cabeza, pero el murmullo de una voz llorosa y oscura, un poco siseante también, eclipsaba cualquier nota musical.
Miré la estantería de corazones dentro de los tarros, tan brillantes que casi parecía que palpitaban y me estremecí. Una parte de mi quería huir y la otra acercarse y admirarlos como diamantes de un valor incalculable.
Me alejé, en parte huyendo de esa fascinación morbosa y por otro, deseando deshacerme del nudo del pecho y de la garganta, que me paralizaban y me impedían tragar.
Anduve por los pasillos, apoyándome en cada pared hasta que por fin, después de lo que me pareció un tiempo interminable, conseguí erguirme y salir al exterior. El pelo lacio me caía a ambos lados de la cara, metiéndose en mis ojos por la brisa; frente a mi, un muro hecho de arbustos frondosos y entrelazados parecían crear un laberinto del que no sabía si podía salir.
Corrí, impulsada por una desesperación incomprensible y me perdí a los pocos minutos de meterme en ese laberinto. Me agarré a los muros vegetales, lloré, con rabia y dolor, agobiada y llena de miedo y cuando caí de rodillas frente al hueco de salida, me di cuenta de que mi miedo no estaba provocado por la sensación de estar encerrada, sino por el ser que sentía vivir en mi interior; una serpiente retorciéndose en mis entrañas, notaba el palpitar de su pulso y su voz desmoralizante atormentándome con dureza. No entendía los motivos, las palabras a veces eran ajenas y aún así, la dureza y el veneno que había en ellas me ahogaban. Vi el mar a muchos metros frente a mi, oí el rugido de las olas y quise acabar con la voz, con el pesar y los nudos que me oprimían con lentitud.
Cogí aire pero no corrí, anduve hacia el agua con seguridad, como si aquél acto fuera mi única salida. La música volvió a sonar en mi cabeza y volví la cara hacia atrás, como si ese sonido me instara a ir hacia otro lado, pero la voz volvió a sisear, a doler y el agua lamió el bajo de mi vestido, avancé un paso más, me cubrió las rodillas y la cintura. El frío me dejó sin aliento, retuve el aire en el pecho y dejé de escucharla, aunque la música continuó.
Di un paso más, mi pelo ondeó como las algas alrededor de mi cuerpo, tiritaba de frío y la ropa mojada empezó a tirar de mi hacia las profundidades.
Cuentan que el sufrimiento la hizo volverse así, que la pena, la hizo arrancarse el corazón y guardarlo en un cofre muy lejos de ella...
No, espera, eso no fue lo que pasó, eso lo he sacado de una película de piratas ;-)
En realidad es una historia muy antigua, polvorienta y olvidada que habla de una tristeza profunda e intensa; hace tantos y tantos años de esto que no se sabe el verdadero motivo. Me atrevería a afirmar incluso, que ella ha olvidado el quien y que sólo siente el dolor en el pecho, en las articulaciones, en el peso de los ojos llenos de lágrimas, en la pena que la paraliza y que ha oscurecido todo su ser hasta el punto de dejar de ser quien era, para sólo quedar fantasmas, odio y sombras.
Si eres una persona romántica puedes pensar en una traición o en la muerte de un amor idílico; pero puedes buscar cualquier motivo que tape los agujeros de esta leyenda sacada de un arcón a la luz de una hoguera. ¿Qué mas da? Lo verdaderamente importante es, como bien sabéis, que una reina sólo tiene el poder que le dan sus súbditos, y el oro, por supuesto. Ella no tenía magia, pero cuentan (en todas las buenas leyendas hay una) que sus consejeros al verla tan destrozada le hablaron de una bruja que vivía a las orillas del mar, y que con su magia podía, sin duda, aliviar cualquier mal.
Lo que no le dijeron es que cualquier ritual, cualquier deseo y cualquier tipo de magia requiere un sacrificio. Y la reina, que no estaba acostumbrada a no conseguir lo que deseaba, acepto sin duda lo que la bruja le ofreció. ¿Y que fue? Os preguntaréis.
Para aliviar el dolor de un corazón marchito lo que necesitas es alimentarte de otro corazón lleno de dicha, de alegría, de felicidad...En realidad da igual de que sentimiento este lleno el otro corazón, siempre y cuando te alivie tu dolor.
Y así lo hizo, querid@s. No eran cabezas lo que la reina necesitaba, si no corazones, pero supongo que con el paso de los años cualquier dato se transforma y deforma. Y resulta mas sangriento pensar en una reina comiendo corazones que una reina loca que pide que le corten la cabeza a cualquiera que le lleve la contraria.
Y ahora queridos lob@s y bruj@s, después de esta pausa y de entender a nuestra Reina de Corazones, continuaré con la historia...)
Me llevé la mano al pecho y volví a tumbarme en el suelo, el frío de las baldosas en la cara apenas alivió el dolor intenso de mi pecho. Quise llorar, aunque no entendía porque y cerré los ojos y los puños con fuerza ¿de dónde venía aquella angustia? Me recogí la falda, tan negra en contraste con el blanco; no conseguí estirarme por la fuerza del sentimiento en mi pecho pero me puse como pude en pie. El eco de una música parecía querer sonar dentro de mi cabeza, pero el murmullo de una voz llorosa y oscura, un poco siseante también, eclipsaba cualquier nota musical.
Miré la estantería de corazones dentro de los tarros, tan brillantes que casi parecía que palpitaban y me estremecí. Una parte de mi quería huir y la otra acercarse y admirarlos como diamantes de un valor incalculable.
Me alejé, en parte huyendo de esa fascinación morbosa y por otro, deseando deshacerme del nudo del pecho y de la garganta, que me paralizaban y me impedían tragar.
Anduve por los pasillos, apoyándome en cada pared hasta que por fin, después de lo que me pareció un tiempo interminable, conseguí erguirme y salir al exterior. El pelo lacio me caía a ambos lados de la cara, metiéndose en mis ojos por la brisa; frente a mi, un muro hecho de arbustos frondosos y entrelazados parecían crear un laberinto del que no sabía si podía salir.
Corrí, impulsada por una desesperación incomprensible y me perdí a los pocos minutos de meterme en ese laberinto. Me agarré a los muros vegetales, lloré, con rabia y dolor, agobiada y llena de miedo y cuando caí de rodillas frente al hueco de salida, me di cuenta de que mi miedo no estaba provocado por la sensación de estar encerrada, sino por el ser que sentía vivir en mi interior; una serpiente retorciéndose en mis entrañas, notaba el palpitar de su pulso y su voz desmoralizante atormentándome con dureza. No entendía los motivos, las palabras a veces eran ajenas y aún así, la dureza y el veneno que había en ellas me ahogaban. Vi el mar a muchos metros frente a mi, oí el rugido de las olas y quise acabar con la voz, con el pesar y los nudos que me oprimían con lentitud.
Cogí aire pero no corrí, anduve hacia el agua con seguridad, como si aquél acto fuera mi única salida. La música volvió a sonar en mi cabeza y volví la cara hacia atrás, como si ese sonido me instara a ir hacia otro lado, pero la voz volvió a sisear, a doler y el agua lamió el bajo de mi vestido, avancé un paso más, me cubrió las rodillas y la cintura. El frío me dejó sin aliento, retuve el aire en el pecho y dejé de escucharla, aunque la música continuó.
Di un paso más, mi pelo ondeó como las algas alrededor de mi cuerpo, tiritaba de frío y la ropa mojada empezó a tirar de mi hacia las profundidades.
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