sábado, 1 de febrero de 2020

CAPÍTULO 7 Y 8

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CAPÍTULO 7: SÓLO TENEMOS EL PRESENTE

Bailando me siento bien y aquél lugar se había convertido en una discoteca improvisada con música que se metía en el corazón y te hacía moverte al ritmo que imponían aquellos enanos.
El hombre que tenía enfrente con ojos de gato se movía divinamente, me enganché a él y me pegué a su cintura ¡me sentía tan viva! el mundo era mío aunque no supiera quien era o que hacía antes de ese momento. Pero aquél presente era bueno y el presente era lo único que importaba.
Recordé la piel de lobo que había guardado en la habitación, me había despertado al lado de ella y no se me había cruzado por la mente la idea de desperdiciar esa belleza por la que me darían bastante oro.
Miré los ojos turquesas, no, amarillos; no, nuevamente turquesas, de ese ser extraño y me mordí el labio. Me gustaba su conversación y la locura que trasmitía. Me acerqué a su cuello y deposité un beso y un lametazo suave que lo estremeció. Se pegó un poco más, aunque creo que era imposible que nuestros cuerpos estuvieran mas unidos. Correspondió mi beso con un guiño y rozando en una caricia sensual mi cadera. El presente, sólo existía el presente y en el, solamente estaba la piel de lobo y aquél ser.
Lo cogí de la mano para llevármelo a la habitación cuando se abrió la puerta y el ruido cesó. Todos miramos hacía fuera y vimos el brillo de su vestido y el rojo de su pelo.
"Sirena" sonó una voz en mi cabeza. Miré como brillaban las escamas de su vestido, que parecían cosidas una a una con una delicadeza sobrehumana. Magia, pensé y sonreí para mis adentros sabiendo que iba a hacerme con ese vestido para venderlo en el mercado negro. "¿Mercado negro? repetí en mi interior, pero me encogí de hombros. No recordar todo no significaba no tener retazos e información de todo lo que anteriormente había vivido. Estaba segura de que había sido una verdadera pieza.
-¿Cómo te llamas? - Susurré en la oreja puntiaguda de mi acompañante. El presente, todo era el presente.
Sus ojos se achicaron en actitud burlona.
-No me quieres por mi nombre si no por lo que te ofrezco -dejó de mirar a la nueva huésped y me dio una vuelta sobre mi misma - Pequeña Caperucita, tienes claro al sitio al que quieres llegar por lo que, como yo no lo tengo tan claro, creo que seguiré tu camino. Me llamo Cheshire.
Me hizo una reverencia y el poder que me dio me hizo sonreír con descaro, agarrarlo de la mano y subir las escaleras hasta mi habitación con él justo detrás de mi. Le haría olvidar la imagen de aquella sirena y grabaría la mía a fuego en su retina y en su piel.




CAPÍTULO 8: LA VENDEDORA AMBULANTE

Tirar del carrito le resultaba molesto, sabía que podía hacer magia y hacerlo más ligero pero le restaría realidad a su papel de anciana ambulante y al menos eso lo tenía que hacer bien. Suspiró y meneó la cabeza de un lado a otro, no entendía como había acabado así, cuando todo iba tan bien... Escuchó el crujido de unas ramas y siguió avanzando por el camino, esperaba encontrarse a todos y cada uno de los personajes descarriados. La sorprendió un hombre de media melena castaña y con un arco colgado a la espalda. ¿Quién de todos los príncipes sería? Lo observó avanzar, todos le parecían iguales pero al menos ese no llevaba el pelo recortado y rubio. Frunció el ceño, se volvió hacía su carro mientras él avanzaba hacia ella y miró en el interior de la bola que tenía medio oculta entre hierbas y trapos. Atisbó un cisne sobrevolando las brumas del cristal y se golpeó la frente al sentirse tan tonta. ¿Dónde estaría Odette?
-Disculpe señora.
Ella se volvió con su sonrisa más tranquilizadora.
-Dígame joven.
Parecía confundido, abrió la boca para hablar pero volvió a cerrarla y nuevamente la abrió.
-Sé que estoy buscando algo, pero no tengo claro que y me pregunto si además de a mi, ha visto usted algo que me pueda indicar hacia dónde dirigirme. - Se tocó el pelo y miró a su alrededor - ¿Escuchas la música? No he parado de oírla desde que desperté, me ha traído hasta aquí.
Se encogió de hombros, mientras ella se enfurecía. Que siguieran escuchando aquella música infernal no le gustaba.
-Yo no oigo nada, pero claro, a mi edad ya no estoy tan fina como antes. Aún así, aquí tengo un producto que te ayudará para que no sea tan molesto.
Sacó unos polvos de un saquito y los espolvoreó por encima de su cabeza.
-No es molesto sólo que... - y dejó de hablar mientras estornudaba. Abrió los ojos y volvió a mirar a su alrededor - Cierto, ya no escucho nada. Sea lo que sea que hayas hecho es increíble.
El Hada Madrina sonrió con suficiencia, al fin y al cabo a todos nos gustaba ser adulados de vez en cuando.
-Joven, aquí tengo algunas cosas más que podrían serte de gran ayuda en tu camino. Pero tienes que indicarme como puedo ser de ayuda.
Abrió cajones y puertas del carro, como bolsillos escondidos dentro de la capa de una bruja. Los tarros brillaron a la luz del sol.
-¿Cómo puedo saber que necesito si no se nada de mi? Me he despertado con este arco a la espalda y unas pocas fechas. ¿Estoy de caza o me estoy protegiendo?
Se le veía tan perdido que Hada Madrina sintió compasión de él, pero no podía enseñarle su camino, sólo guiarlo y esperar que él mismo encontrara su destino. Que frustrante resultaba.

-Tengo un ungüento, joven caminante, que si te lo frotas en el pecho, tu corazón te indicará los deseos más profundos y enterrados que tengas, como una brújula. Bombeará más rápido cuando estés cerca de aquello que ansías. También tengo una poción que debes echar en un bol con agua en luna llena y te mostrará la imagen de aquello que vas buscando para que te sea más fácil la búsqueda - lo observaba mirar con ansiedad cada tarro - Un perfume que atrae hacia a ti el amor verdadero. Un tónico para ver las intenciones de los demás....
Se echó un par de pasos hacia atrás.
-No tengo ni idea, cuanta información mujer. - Hada Madrina sonrió con paciencia - Además no tengo con que pagarte.
-No te preocupes joven, no necesito pago, sólo una promesa.
El príncipe Derek ladeo la cabeza y después asintió.
-Recibiré lo que me des con gusto y cumpliré mi promesa.
Hada Madrina sacó la poción de luna llena y se la entregó junto a unas campanillas que debía colgarse al cuello.
-Recuerda, este tónico tienes que echarlo en un bol de agua reflejando la luna llena y verás una imagen de aquello que buscas; estas campanillas te servirán para cuando necesites ayuda, hazlas sonar y algo o alguien te ayudará. Y ahora, prométeme - se acercó a él y le cogió las manos entre las suyas - que por mucho que te sientas tentado, no entregues tu arco y sus flechas a nadie, aunque te den algo a cambio, no te deshagas de tu arma, de aquello que te representa. ¿Me lo prometes?
-Te lo prometo, anciana - dijo llevándose la mano al corazón - ¿Volveremos a vernos?
Ella asintió.
-Siempre que me necesites y recuerda que a veces las apariencias engañan. Abre bien los ojos y encontraras tu destino.

El príncipe se alejó y Hada Madrina soltó un suspiro, encarrilar a todos los personajes iba a ser una tarea muy pesada, sobre todo si Hamelin los encontraba antes.
Recogió el carro y siguió su camino seguida del sonido de las ruedas traqueteando cada vez que se encontraba con una piedra en medio del sendero.

La música del Flautista seguía sonando a través de las árboles y sus ramas retorcidas.














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