Además bruj@s y lob@s, esta entrada también me va a servir para daros las gracias por las casi 8000 visitas que estamos a punto de alcanzar.
¿Tenéis ganas de leer? Sé que no soy muy original con los títulos pero, me lo perdonáis ¿no?
Allá va....
Nunca
El aterrizaje ha comenzado
y siento el nerviosismo agarrado al estómago. Creo que nunca voy a terminar de
acostumbrarme a los aviones, aunque sonrío porque tras dieciocho meses sin
estar junto a ella, sin oler su pelo, sin verla despertar por las mañanas y sin
besar su piel, hoy volvemos a vernos.
Estoy muy, muy ansioso y el
cosquilleo de mis dedos, que en otro momento me habría puesto histérico me
resulta placentero porque anticipa un reencuentro largamente esperado. Las
conversaciones por Skype tras tantos meses han empezado a resultar
insuficientes y los “te quiero”, de tanto darse de sí de una punta del mundo a
la otra, parecen a punto de quebrarse. Por lo que tras dos meses de horas
extras y recortes en cafés y periódicos aquí estoy, a punto de pisar de nuevo
mi tierra.
Cuando las ruedas del avión
tocan el asfalto de la pista de aterrizaje me da un vuelco el corazón y
recuerdo aquella conversación de hace unos cuatro meses; en la que no hubo
sonrisas ni normalidad., cuando por primera vez desde que nos habíamos alejado,
la noté fría y distante, aunque la excusé porque el tiempo que llevábamos
separados a mi también había empezado hacerme mella. Pero ese comportamiento
se fue haciendo habitual y mis dudas y temores también.
Salgo de mi ensimismamiento
y veo que los asientos de mi alrededor están casi vacíos, así que me echo la
mochila al hombro y salgo por la puerta deseoso de encontrarme con sus
ojos, aunque veinte minutos después
sigue sin aparecer y comienzo a impacientarme. He visto como otras parejas se
reencuentran entre abrazos y lágrimas, pero nosotros no, al menos no aún. Miro
el reloj por si acaso el avión se ha adelantado, pero no es así y siento con
dolor el peso de la mochila en mi hombro. Bajo la mirada al suelo y cuento las
manchas de las baldosas, parece como si tuviera cemento en los pies. ¿Porque se
retrasa? Ella nunca llega tarde a los sitios. Quizás...quizás se ha olvidado o
no le importe que haya venido o tal vez no le apetecía que lo hiciera. Quizás
haya otro en su vida... Desde hace semanas esa duda me atormenta, así que
sacudo la cabeza bloqueando cualquier pensamiento nocivo y comienzo a andar por
la terminal; haciendo tiempo por si ha pillado un atasco. Cuando me doy cuenta
estoy frente a la puerta de salida y ella, tan guapa como siempre ¡No, más
hermosa aún! Está a unos metros de mí. Nos miramos unos segundos; ella calmada
y yo, con el corazón bombeando fuertemente dentro de mi pecho corro a su
encuentro y la abrazo, sus manos tardan unos instantes en enredarse a mi cintura,
pero cuando finalmente lo hacen me estrecha con fuerza contra ella y mi cuerpo
se amolda al suyo a la perfección, como siempre. Suspiro satisfecho, huele a
coco, como recordaba. Le alzo el mentón y le beso en los labios con suavidad
una vez, dos y hasta una tercera.
─Hola ─me
dice cuando finalmente la dejo respirar.
Nos
agarramos de la mano y nos dirigimos a casa.
Sube
las escaleras por delante mío hasta llegar al piso. Esta más delgada, aunque lo
disimula bien con la falda de vuelo y la blusa ancha. Me parece extraño que no
lleve pendientes, pero no le digo nada porque el nuevo look con ese corte de
pelo me distrae, me gusta.
Al
llegar al descansillo la pego a mi costado y ella apoya la cabeza sobre mi
hombro con una media sonrisa que no ilumina sus ojos.
─Creo que has echado de menos mi mano en la cocina.
Mañana voy a hacerte un pisto para chuparte los dedos ¿te apetece?
─Ajá. Llevo sin comerlo desde que te fuiste.
─Normal, siempre se te quema el pimiento y eso es
un delito muy grave.
Vuelve
a sonreír y oculta el rostro en mi cuello, siento su aliento y la aprieto
contra mi con fuerza, pero se desenvuelve del abrazo demasiado pronto, saca las
llaves del piso y abre la puerta.
Nos
da la bienvenida el frío y el silencio, me estremezco.
─¿No has puesto la calefacción?
La veo frotarse los brazos y negar con la cabeza.
─He salido de casa muy rápido esta mañana y se me ha
olvidado.
─¿Y la música también? ¡¡Ay, que locuela!! ─la achucho a mi
lado y después voy a encender la caldera.
Cuando vuelvo está preparándose un café, me mira y aunque
parece distraída no me pierde ojo.
─¿Qué te apetece hacer ahora? ─me pregunta y la observo
cambiar el peso del cuerpo de un pie al otro. Eso solo hace cuando está
preocupada y me gustaría saber que piensa, que pensamientos le rondan la
cabeza. Pero no le digo nada de mis dudas.
─Ahora misma sólo me apetece estar contigo ─se estremece
ligeramente y me encojo, espero que no haya cambiado, al menos sus sentimientos.
Preparamos una cena ligera y comemos casi en silencio; el sonido
de los cubiertos empieza a darme dolor de cabeza, necesito escuchar algo,
aunque sea a mi mismo, así que le cuento anécdotas de Australia, algunas
repetidas, pero ella asiente y sonríe como si se las contara por primera vez.
Vemos las noticias y me pongo al día con la situación del país, después,
mientras pongo una película ella prepara palomitas en el microondas y la casa
comienza a oler a cine. Me hundo en el sillón.
La veo frotarse los ojos y bostezar antes de que termine el
filme.
─Estas cansada. Vamos a la cama.
─No, no, puedo esperar a que termine, a ti te está gustando
─La he visto tantas veces que me sé los diálogos.
Asiente y sonríe, mostrándome aquél gesto que me enamoró de
ella, una sonrisa verdadera que hace palpitar fuertemente mi corazón. Quizás no
todo está perdido.
Entramos al dormitorio y la abrazo por la espalda, le beso
el cabello y el cuello. La ayudo a desnudarse como tantas otras veces y
acaricio la piel de su espalda. Toco sus medias y las deslizo hacia el suelo
con delicadeza; cierra los ojos disfrutando del roce de mis manos y labios. La
tumbo sobre el colchón y me dejo llevar, arrastrándola conmigo.
Un rato después seguimos despiertos, agarrados el uno al
otro como si no hubiera mañana. Casi no me atrevo a respirar para no romper el
encanto de ese momento, una burbuja que nos aisla del mundo exterior. Se
acomoda pegando aún más nuestros cuerpos y suspira, relajando el cuerpo
totalmente. Ahí, en la oscuridad, la siento como siempre, no como la extraña que
me ha dado la bienvenida ¿o son los recuerdos de otras noches como aquella los
que me nublan la mente? No, es ella la que me agarra y respira pegada a mi
pecho, la Lucía que amo. Una duda atraviesa mi mente con la fuerza de un
vendaval. Inseguridad y miedo que dejan patas arriba cualquier pensamiento que
genere mi cabeza ¿piensa en mí o en otra persona? Su respiración se vuelve más
profunda y con la esperanza de que todo sea producto de mi imaginación me
obligo a dormir. No quiero que las dudas manchen aquél momento. Necesito
aquello, la necesito a ella.
Preparo el desayuno y lo coloco sobre la mesa cuando aparece
por la puerta de la cocina con el pelo despeinado y los ojos aún un poco
hinchados por el sueño. Está guapísima.
─Ven, siéntate aquí conmigo. He preparado un desayuno VIP y
no te puedes despegar de esta silla hasta que lo acabes ¿entendido?
─Muy bien caballero, a sus órdenes. Haré el esfuerzo de
tragar al estilo de los pavos.
Se echa a reír y en un arrebato natural y espontáneo me besa
en los labios. Un beso sencillo e inocente, sin pretensiones, pero que
igualmente me entusiasma y excita. Sonrío como un tonto, hasta que ambos
terminamos retorciéndonos de la risa en nuestra pequeña cocina. Justo en ese
momento me siento nuevamente en casa.
Enciende la radio
antes de sentarse, corta un trozo de pan, le echa un chorrito de aceite y le
unta tomate. Lo saborea cerrando los ojos, cuando acaba, ataca la torre de
tortitas y se bebe un cappuccino caliente con cacao. Finalmente deja de
masticar, se recuesta en la silla y cierra los ojos. Me siento satisfecho y la
sonrisa de bobo sigue dibujada en mi cara.
―Parece que te ha gustado ¿no?
Entreabre los ojos de forma cómica y se palmea la barriga.
—Buff estoy que voy a reventar. Hacía tiempo que no
desayunaba de esta forma. He echado mucho de menos tu talento en la cocina.
Me giro para quedar frente a ella y tiro de su silla para
atraerla hacia mí. Cuando la tengo a escasos centímetros me inclino y dejo que
mi nariz se deslice por su cuello. Se estremece y vuelve a reír.
―¿Es el único talento que has echado de menos?
—Por supuesto.
―¿Cómo que por supuesto? —y le pego un mordisco suave en el
hombro. Ella, a cambio, vuelve a besarme y durante unos instantes enredamos
nuestros alientos. Cuando paramos para coger aire, alejo mi cabeza de la suya
pero mantengo los cuerpos pegados ― Pausa. Tengo una noticia.
Alza una ceja recelosa.
—¿Buena o mala?
―Buena, supongo… —cojo una tostada, la muerdo y mastico
tomándome unos instantes. Cuando empieza a mover el pie con nerviosismo sé que
tengo que empezar hablar― Me fui a Australia para mantener mi trabajo, lo
sabes. No me gusta especialmente estar allí, te echo de menos y me está
resultando muy duro estar a tantos kilómetros. Por eso mismo, antes de venir
aquí hablé con mi jefe para pedir un traslado. Si era posible.
Hago una pausa para estudiar su reacción, pero no percibo
nada y continúo.
—Han pasado casi dos años desde que me fui y las cosas en la
empresa han mejorado notablemente así que creo que ha merecido la pena tirarme a
la piscina con la propuesta ―levanto el móvil que tengo sobre la mesa— Cuando
he salido a comprar he recibido una llamada suya y me ha dicho que hablaríamos
cuando volviera Australia, pero que posiblemente a finales de año podría volver
a España.
Sigue sin reaccionar y me sudan las manos.
—Tal vez no sea un traslado a esta ciudad pero… ―me desinflo
como un globo y me seco las manos en los pantalones intentando recobrar la
serenidad— Es una buena noticia ¿verdad?
Se aleja de mi y se frota la cara una, dos veces a la vez
que niega.
―Esto no está bien, esto no está bien —susurra mientras da
vueltas por la cocina. La música en la radio no para de sonar y tengo que
controlar un impulso violento para no estampar el aparato contra el suelo.
Desearía que la noche
de ayer no hubiera terminado, pero lo ha hecho, el sol está fuera e ilumina la
realidad con una luz difícil de ignorar. Sus ojos me hablan, me dicen que no
quiere nada de eso y la respiración se me atasca en los pulmones. Todo ha
pasado demasiado rápido.
―¿Quién es?
Para en seco su ir y venir, pero no me mira.
—¿Quién es? ―insisto. Finalmente sus mirada se clava en la
mía y parece horrorizada por la pregunta que le he hecho —Hay otro tío ¿no?
―No —y comienza a sollozar, pero sé que me oculta algo ¿Por
qué no me lo dice?― Han pasado muchas cosas desde que te fuiste y…
—¿Y qué?
Agacha la cabeza y sale de la cocina. No voy detrás de ella,
no puedo moverme ¿cómo se ha podido estropear la mañana de esa forma si apenas
la habíamos comenzado? Escucho cerrarse la puerta principal. Se ha ido.
Mi cabeza va a mil por hora y lo único que tengo claro es
que no puedo quedarme aquí, en nuestra casa. Así que voy al dormitorio y
comienzo a recoger lo poco que he traído de Australia. Intento no pensar,
porque como lo haga sé que voy a arrepentirme y voy a volver a dejar los
trastos en el armario mientras la espero. Pero no, tengo que salir de aquí. Ya.
Cierro la cremallera, me echo la mochila al hombro y me
alejo del armario, de la cama, pero no llego a la puerta. Me detengo y
maldiciéndome a mí mismo vuelvo sobre mis pasos y rozo su ropa con la yema de
los dedos. Acaba de irse y ya noto el vacío, un dolor en el pecho que me
paraliza. Intento tragarme las lágrimas pero las siento inundar mis ojos y
deslizarse por las mejillas; la música, en la cocina, sigue sonando.
Una carpeta roja medio escondida entre las cajas de zapatos
llama mi atención. Dudo si abrirla o no, pero al final me puede la curiosidad.
Arrojo la mochila de cualquier manera, me siento en el borde de la cama y saco
los papeles que hay dentro.
Un montón de informes médicos y recetas con su nombre me
llenan la cabeza de preocupaciones, aunque saber que sigue amándome me alivia
momentáneamente, no puedo negarlo.
Dos palabras se repiten una y otra vez en todos los papeles
que me llenan de pavor:
Alzheimer precoz
―Voy a olvidarte —alzo la vista y la miro con un nudo en la
garganta. No la he oído regresar.
El aspecto fresco que tenía apenas unos momentos
atrás, ha desaparecido. Ahora parece que llevara el peso del mundo sobre sus
hombros y quiero llorar. Pero alargo una mano hacia ella y la atraigo hacia mí,
susurrando una y otra vez contra su pelo una única palabra: NuncaEspero que os haya gustado lob@s y bruj@s y recordar que todos los cuentos tienen guardados los derechos de autor.
Es muy triste, saber que vas a olvidar es muy triste
ResponderEliminarun beso
Hola reina, muchas gracias por leerlo. Si, es una realidad muy triste pero nos puede pasar a cualquiera ¿no? Pero también es bonito tener cerca a alguien que nos ame y luche a nuestro lado.
EliminarBesos
Por cierto, leí la carta que escribiste a tu bebé y he de decir que me gustó mucho.
EliminarYo también he comenzado a escribir una, pero no la he acabado aún
Me encanta esta historia...
ResponderEliminar:_________ que estoy llorando maldita XDDDDDD
ResponderEliminarHe vivido el Alzheimer de cerca con uno de mis abuelos y es muy duro.
Me ha gustado mucho ♥♥♥ Voy a compartirlo :D
Ah por cierto xD He tenido que ponerme el navegador al 125% de zoom porque sino no leía bien el texto xD está demasiado chiquitín.
EliminarHola cariño, me alegra que te haya gustado y aún más porque lo has vivido de cerca y sabes mejor que nadie lo que conlleva.
EliminarLo de la letra ya esta resuelto ¡mira lo que me lo dijo mi hermana! pero se me olvidó.
Gracias por leerme ;-)
Me acuerdo de muchas de las personas de la residencia con las que tuve el placer de compartir historias.. ����
ResponderEliminarEso es muy bonito, me alegra que te haya traído recuerdos
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