jueves, 15 de octubre de 2020

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CAPÍTULO 17 - LA DESESPERANZA

 



"El destino se lleva siempre su parte y no se retira hasta obtener lo que le corresponde"

Haruki Murakami, escritor japonés. 


La tormenta los levantó, arrastrándolos más allá de las dunas, por encima del mar hasta la linde de un bosque con vistas al puerto marítimo. Pero ellos no lo sabían, porque el interior de la lámpara, por muy acogedora que resultara, no tenía vistas al exterior y sólo sintieron el movimiento, los bamboleos del viento y de forma repentina el choque al caer al suelo. 

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Cada pocos pasos miraba hacía atrás, esperando que el pirata me encontrara y me hiciera pagar por el asesinato de su amante, pero hacía días que había ocurrido aquél desastre y seguía viajando, buscando el puerto del que había oído hablar al Flautista, el puerto de la Desesperanza; allí encontraría a quien me ayudaría, "un amigo" lo llamó el tabernero, que sabía el valor de cada tesoro y aquello que se sacrifica por conseguirlo. Las calles olían a mar encarcelado, sal corroyendo madera, agua estancada, vida marina muerta y sueños abandonados en las notas de olor a alcohol que me llegaban mientras avanzaba. Atardecía ¿tan difícil iba a resultarme encontrar un cartel con el mismo nombre del puerto? Cada pocos minutos me sorprendía el sonido de gritos, a veces por la faena de los pescaderos, otras, por la muchedumbre que se escondía en las callejuelas al igual que ratas corriendo de sombra en sombra. Me golpeaba el corazón acelerado en los oídos, me martilleaba por el miedo mientras buscaba y al final, cuando el sol se había dormido y las estrellas comenzaban a verse, desde una de las calles vi el resplandor de la magia en un cartel. 

Aceleré, se veía suspendido sobre el tejado más bajo, brillando con suavidad, como una estrella más. Giré la esquina y allí estaba, una casa árbol sacada de un cuento y aunque no era un árbol real tenía el aspecto de serlo. Los ladrillos parecían madera y las ramas tubos de los que salía el humo de alguna estufa, colocados a ton ni son. Una cuerda colgaba de uno ellos como si fuera la soga de un ahorcado. Había magia allí, si, pero me estremecí por lo perturbadora que resultaba. 

Me hicieron esperar en lo que parecía una salita, llena de asientos, acogedora y con buena temperatura, pero desde el minuto uno me sentí observada, como si tuviera los ojos de un ser invisible clavados en mi persona, para estudiar mis gestos y expresión. No podía dar la sensación de estar nerviosa o fuera de lugar, como si aquella experiencia me estuviera grande y fuera a quebrarme con un pequeño susto. Crucé las piernas, apoyé la espalda en el sillón y respiré mientras contaba hasta diez muy lentamente, dejando la mente en blanco o al menos intentándolo. Creándome una fachada, creyendomela, mientras oía susurros entre las paredes y conversaciones apagadas.

-Bienvenida - giré el rostro para encontrarme con la sonrisa traviesa de un joven que me miraba sin parpadear. - Ya puedes entrar, por favor, por aquí.

Me indicó que pasara por la puerta que tenía justo enfrente. Entré antes que él a lo que parecía un despacho a la par que una cueva, las paredes eran de piedra y estaba decorada con un par de estanterías llenas de objetos a los que no le presté demasiada atención y pequeños tesoros. Una mesa y un sillón en el centro. 

Se sentó detrás del escritorio, acomodó los brazos sobre la madera, colocando una mano blanca y delicada bajo la barbilla y me miró con la misma sonrisa con la que me había hecho entrar. Confundida pestañeé un par de veces, después cogí aire y abrí la boca para hablar. No podía cagarla.

-No intentaré hacerme la listilla diciendo que no me sorprende la edad que aparentas, pero supongo que nadie es lo que parece. 

Ladeó la cabeza de forma encantadora, sin perder la sonrisa traviesa, y le sonreí a su vez. 

-Y tu, ¿que pareces?

Nos miramos fijamente y me acerqué.

-Más cándida de lo que soy. - Me senté en el borde del escritorio con una naturalidad que ni siquiera sabía que llevaba dentro, aparentando algo que quizás no era, o sí. Lo único que sabía es que ese juego iba a llevarme lejos, muy lejos y sólo esperaba que el precio no fuera demasiado caro. Al fin y al cabo quién no juega...- Traigo algo que venderte, pero creo que podemos hacer un trato mucho más jugoso.

La sombra que proyectaba en la pared de piedra se movió para centrar su atención en mi, él se movió unos segundos después, con gestos perezosos y juveniles, sin perder la sonrisa ni un instante, mirándome con unos ojos que mostraban al adulto que había realmente en él. Me estremecí. 

-¿A sí? Digamos que estoy interesando en oír tu propuesta ¿qué voy a ganar y lo más importante, que estás dispuesta a dar?

La sombra se alejó de su dueño para cerrar la puerta, la seguí con la mirada mientras iba y venía y me centré nuevamente en los ojos de mi anfitrión. Tragué saliva.

-Viviré contigo - esperé un par de segundos para que mis palabras se asentarán, brillaban sus ojos - Haré las tareas que me asignes sin rechistar. Tengo ambiciones que atender y necesito aprender.

-¿Cuando llegamos a la parte de mis ganancias? - enarcó una ceja.

-Tu ganancia soy yo, obviamente. - puse los ojos en blanco envalentonandome - Tienes un negocio en las sombras por dos posibles motivos, falta de carisma para llegar a otros estratos sociales y, o...miedo. 

Frunció el ceño unas décimas de segundo, lo suficiente para que me diera cuenta y poder sonreír para mis adentros porque me llevaba un tanto frente a su momento de vulnerabilidad. Quizás el no había perdido la memoria pero todo el mundo tiene sombras y algo que temer.

-No te necesito. 

Sonreí, temblando ligeramente pero inclinándome sobre el escritorio para que nuestros ojos quedaran a la misma altura.

-Me has necesitado toda tu vida. 

Tragamos saliva a la par. Nos habíamos metido en arenas movedizas. Su sombra se partía de la risa detrás de él; yo sólo quería que aquél instante acabara. 


CAPÍTULO 18: MIEDOS





No se veían lágrimas en los ojos del pirata ¿por quien lloraría si no la conocía? Solo había sido piel y sudor, la calidez de dos lenguas desesperadas por sentir el contacto con la otra y poco más. 

Y aún así, tumbado en el colchón, arropado por la oscuridad y con los ojos abiertos de par en par, sintió la humedad pesando hasta resbalar y perderse entre los mechones de su pelo negro, desapareciendo cualquier rastro de pena. Tenía el ceño fruncido, no lloraba por ella, ¿o si? No, en realidad no. No podía mentirse más así mismo; lloraba por él, por su sentimiento de soledad y la necesidad de sentir y buscar afecto. Porque una tormenta en océano abierto resultaba menos aterradora que el vacío que le vibraba por dentro y el nudo en el pecho que lo atormentaba, presionando y dejándolo sin respiración. Campanilla dormía pegada a él, soltando brillo con cada exhalación. Giró el rostro muy lentamente hacia ella y sonrió, sin luz en el profundo de sus ojos y con marcadas líneas dibujadas en su frente. Movió la mano hacia ella de forma involuntaria, extendiendo el dedo para acariciarle la mejilla, pero apretó el puño y volvió a colocar el brazo sobre el colchón y lloró, una vez más, en silencio, la presión cada vez más grande en su pecho. Se ahogaba por acallar los hipidos, no quería despertarla y estaba cayendo en picado, muy hondo, mientras los pensamientos mas oscuros y venenosos hacia si mismo se arremolinaban en su mente sin poder pararlos. La respiración se le agitaba en los pulmones robandole el aliento y los espasmos asfixiandole las pocas energías que le quedaban. Abrió los ojos por puro pánico, sin saber cuanto tiempo llevaba así, quizás segundos, quizás horas... para que sus ojos se chocaron con los pequeños iris azules de la mujer que llevaba anhelando desde que despertó sin memoria. Se miraron, un acto tan simple como ese y su respiración se fue calmando, se apaciguaron las voces de sus pensamientos y las lágrimas dejaron de brotar, porque el mar estaba en aquella mirada minúscula, no en la sal que había manado del pozo de sus ojos.

-No puedo aportarte la luz que mereces. - Se sinceró con voz ronca. En medio de esa oscuridad y rodeados de silencio, no quedaba rastro del pirata despiadado que intentaba parecer, perforada la fachada, se descubría al hombre roto y sin esperanzas que era por dentro. Ella siguió mirándolo, impasible, con esa luz propia tan brillante y dorada y le comenzó a sonreír lentamente. El hombre juraría que dejó de sentir el bombeo de su corazón cuando además de sonreírle, puso los ojos en blanco y se señaló a si misma, transformando un gesto tan inocente como una sonrisa, en pura coquetería, lo que consiguió arrancarle a él una mueca dulce. Aun así, en su mente, seguían unidos hilos de confusión y el vínculo que los mantenía juntos, pululando, atormentándolo y dándole paz a partes iguales. Podía asegurar que en algún momento del pasado había usado su crueldad contra ella y sabía que no merecía más que soledad, aquella que notaba acechando en el nudo del pecho, en lo más oscuro de sus miedos, aguardando un segundo de debilidad, tan sólo uno. Y aunque supiera que lo que necesitaba era la luz de aquella mujer tan menuda, su calor, la paz que le trasmitía, el sosiego de sus carcajadas y las cien y una emociones que se dibujaban en su rostro, debía renunciar a toda ella ¿sería capaz? si no quería condenarla debía hacerlo. Todo cuanto tocaba acababa roto. 

La miró con ternura, no aguantaría que le ocurriera lo mismo que a la mujer pelirroja. 


El Flautista suspiró mientras sujetaba con firmeza el espejo de Bestia. Observarlos a todos era una tarea pesada pero necesaria después del traspiés con la sirena. La miró con pesar, bien sabía que no estaba muerta y aún así, verla inmóvil en aquella cama le hizo dudar del plan que había puesto en marcha. Las vidas se estaban cruzando de forma inesperada ¿Cenicienta y Peter Pan? ¡Quien lo hubiera dicho! Sacudió la cabeza, Peter había resultado ser un caso difícil, recordaba más que ninguno de los otros personajes, suponía que por su forma de aferrarse a su niño interior, pero sus miedos parecían haberse hecho mas grandes y resultaba imprevisible. 

Acarició el cabello rojo de la mujer, metió el espejo en el armario y echó la llave, no iba a arriesgarse a cometer el mismo error dos veces. Pensó en Hada Madrina ¿Cuánto tardarían en volver a verse? Salió de nuevo a la barra y se animó escuchando a los enanos montar la fiesta de esa noche con cajones improvisados. Bella bailaba en el centro, junto al hombre de los bosques. Garfio llevaba dos días sin aparecer, al igual que Campanilla. Suspiró de nuevo, tendría que volver a actuar para que nadie se quedara atrás. 











miércoles, 9 de septiembre de 2020



Aquí los capítulos anteriores Si quieres ponerte al día o te has perdido alguno.



CAPÍTULO 16 - MONSTRUOS

Me pides que te ate porque crees que puedes perder el control y atacarme. Y pienso con ironía las veces que me ha asaltado la idea de tenerte atado a una cama y pervertir tu forma de verme, cambiar el rol y ser la peligrosa, la que se debate entre el instinto primitivo que me insta a besarte o mantener mi fría distancia para no hacerte daño. Me pides que te ate con preocupación y sumisa confianza. Pero esa no es la forma en que quiero tenerte amarrado, quiero ver deseo en tus ojos y sonrisa en los labios. No el miedo de quien no sabe que o quien es, ni cuales son sus límites.

Tu cuerpo esta tenso y tus ojos no logran enfocarme. No soy capaz de razonar que esta ocurriendo o imaginar en que acabará tu dichoso experimento, pero me recorre sudor frío por la espalda y me siento atada de pies y manos al sentirme tan inútil.                                                                                   

Finalmente me resigno y saco las cuerdas, las siento tan ásperas mientras las cruzo por tus muñecas que pienso en no apretártelas demasiado, pero empiezas a convulsionar y acabo encima de ti, las cuerdas por el suelo, presionando tu cuerpo contra la tierra para que no te golpees y mi rabia contra ti y la anciana aumenta. Tanto tiempo deseando desde la parte de mi cerebro más oscura en subirme sobre ti y acariciarte con deseo y que ajena me siento ahora, rígida sobre tu pecho, luchando contras tus convulsiones y las ganas de llorar. Cojo aire, separo el brazo de tu cuerpo y con toda la fuerza de la que soy capaz descargo un golpe sobre tu rostro. Abres los ojos como si hubiera pulsado algún interruptor y enfocas las pupilas en mi cara, tus ojos oscuros lucen ahora un dorado centelleante y se me erizan los pelos de la nuca, pero me mantengo firme sobre ti. Inspiras con fuerza, no sólo quieres captar mi olor, si no que parece que buscas que mi esencia entre en ti para saber quien soy o cual es el sabor de mi alma. 

Sonríes, una sonrisa espeluznante mientras tu rostro se afila, parpadeo varias veces, no sé si es un efecto visual del miedo mezclado con las llamas del fuego o de verdad tu rostro esta cambiando de forma lenta y radical. Me estremezco, me aparto, pero tus dedos, con uñas afiladas y alargadas ahora, me agarran por las muñecas y me mantienen quieta. Te sientas y me deslizo por tus piernas, pegas la nariz en mi cuello y vuelves a inhalar. Gruñes y mis nervios hacen que la magia de la que estoy hecha vibre bajo mi piel. Parece que sonríes cuando te miro por el rabillo del ojo, pero en realidad sólo muestras colmillos en una mueca oscura. 

- Magia - creo que te oigo murmurar. Mi espalda se endereza y vuelvo a clavar los ojos en él. En ti. En ambos.

-¿Sigues siendo tú?

El dorado se mezcla con el oscuro y parece haber una batalla dentro de tus ojos, parpadeas y parece que asientes, pero no confío. El ser que hay en tu interior, el que se te aparecía en sueños cada noche y que tanto temías esta frente a mi, con el control total de tu cuerpo y no tengo ni la mas mínima idea de lo que debo hacer. 

-No me hagas daño y no te lo haré a ti - digo mientras me levantó muy despacio y pongo cierto espacio entre nosotros. Él, tu, giráis el rostro y me miráis con la cabeza ladeada, en vuestros ojos sigue batallándose el dorado y el oscuro. - No voy a dejar que te vayas de aquí. Mi amigo necesita saber que eres. 

El dorado refulge con fuerza en esos ojos que me resultan totalmente hipnóticos. He dicho un par de cosas que no se como voy a cumplir. No sé usar mi magia por mucho que sepa que esta en mi interior, así que lo de protegerme queda un poco más difícil de lo que he soltado a bote pronto como farol. 

-Soy él y él soy yo. 

Niego.

-No.

Me dedica una sonrisa llena de colmillos. No queda la belleza de mi amigo en su rostro y aún así, emana lo mismo, la oscuridad controlada, la tristeza, el peligro de lo imprevisible...

-Soy su parte animal en la superficie. - Vuestros ojos están tan fijos en los míos que no puedo apartar la vista - Debe aceptarme o acabaré con él.

-Acabaré contigo entonces.

Asientes.

-Puedes intentarlo y quizás... - te acercas e inspiras nuevamente - con la magia que huelo en tu interior, lo consigas; pero no sin antes llevarte conmigo. 

Me enfado y aprieto los puños. 

-No me amenaces, puedo eliminarte antes incluso de que te deshagas de él. 

La carcajada que vibra en tu garganta resuena en el exterior y me hace ver lo diferentes que sois. Observo atentamente tu cuerpo, pareces mas alto, aunque creo que es el efecto de las llamas con las sombras y que él esta estirado y no agacha la cabeza como tu. Su voz es ronca, nunca la he oído así en ti, como si las cuerdas vocales estuvieran a punto de quebrarse. 

Desliza una de sus uñas, tan larga, tan rota, por mi cuello. 

- Si me eliminas, lo eliminas a él, bruja. Así que ten cuidado. Esto es algo entre él y yo, no deberías meterte. - Se acerca tanto a mi cara que noto el vello que lo recubre y me estremezco. - Él te desea y yo también. 

- ¿Qué eres? - le pregunto manteniendo la distancia, sin amedrentarme y con la espalda totalmente erguida y orgullosa. 

Pega su mejilla a la mía mientras sigue olfateando el olor de mi cuello. Siento la misma sensación que cuando tu me rozas sin querer al andar el uno junto al otro. Los mismos escalofríos, la misma tensión. Pero no eres tú ¿o si?

-Soy la oscuridad que intenta ocultar, la voracidad de su alma y el hambre que lo consume. Soy la sombra en la noche y quien aúlla a la luna provocando el miedo de quien me oye. Soy la parte de si mismo que no quiere aceptar.

Trago saliva. Intentando asimilar. Todos tenemos un monstruo dentro, pero el de él ha encontrado la manera de salir y tener forma y voz en el mundo real. 

-Y ahora ¿qué? - le pregunto sin saber si quiero oír la respuesta. 

Pega la nariz a la mía y me doy cuenta de que vuestro aliento huele igual. 

- Resultas un enigma increíblemente atractivo. Tanto para él, como para mi. - Te agarras la cabeza con una garra. - Pero hoy no para de luchar, no se fía de que este aquí contigo. Nunca recuerda nada cuando salgo a la superficie, esta vez lo he hecho por la droga de la anciana y no sé si me recordará, así que eres la encargada de refrescarselo. Se lo contarás.

Exige mientras me apoya en un árbol hasta conseguir que me sienta acorralada. 

Vuelve a sacudir la cabeza y se aleja un paso. 

-Haz que lo entienda o acabaré con él, para quedar sólo yo - me mira con tu intensidad y no puedo negar la respuesta de mi cuerpo, ni mentirme a mi misma, estoy excitada. Eres tú sin serlo, y tus dos facetas me gustan.



Querid@s lob@s y bruj@s, estamos en el punto de la historia en el que las pasiones de nuestros personajes se vuelven reales, palpables y peligrosas. Siempre he pensado que la pasión domina el mundo y hace que se mueva, como un molino de río necesita del agua para funcionar, o uno de viento el aire. Nosotros necesitamos de esa pasión para estar vivos.  

La rutina, el gris de la vida y la frialdad sólo pueden ser enfrentadas con pasión, una pasión que arda y que de velocidad al movimiento de nuestros corazones.                                                                        Pero hay pasiones desenfrenadas que condenan a quien se deja llevar por ellas, mientras que otras, como el calor de una hoguera, calientan nuestros cuerpos para mantenerlos vivos. 

¿Estáis preparados para continuar?















martes, 7 de julio de 2020

Seguimos con las historias de los cuentos enrevesadas y cruzadas; personajes perdidos y sin finales asegurados:
Si te has perdido algún capítulo pincha AQUÍ y ponte al día. 


Ahora toca disfrutar de la lectura




CAPÍTULO 15 -  ÁTAME 

Llevaban viajando algunos días, en busca de un pasado que ella estaba obsesionada en enfrentar, mientras él se debatía con un monstruo interno al que no conseguía poner cara ni forma. 
Lobo de vez en cuando la miraba y había empezado a admirar su fuerza de voluntad, la energía con la que cada mañana miraba el mapa que le había dado el Flautista para continuar con un camino que quizás la llevara al desastre; y sus silencios, también admiraba sus silencios, tan cargados de mensajes, tan complejos, tan compañeros de los suyos. 
Sus ojos grises le resultaban tan cálidos como el sol de las mañanas tras una noche fría. Andaba con el porte de una reina, pero no con el porte de una reina malvada, como ella misma se había descrito; si no más bien como el de una reina orgullosa y firme ante cualquier adversidad, a pesar de que su capa fuera cubierta del barro adherido por la escarcha. 
-Lo siento - le dijo el Lobo.
Ella se sobresalto y lo miró con el ceño ligeramente fruncido. 
-No deberías pedir disculpas por algo que te es imposible controlar - miró de nuevo hacia delante pero ralentizó el paso para quedar cerca de él - aunque creo que deberíamos hablar sobre ello y pensar en que momentos te ocurre, los motivos y que hacer al respecto. Cuanto más lo pospongas, más control tendrá sobre ti el miedo.
Él apartó la mirada pero pegó su hombro con el de ella.
-¿Tiene que ser ahora? - murmuró como un niño pequeño.
La Reina a quien él llamaba Diya lo miró y sonrió; aquella sonrisa le hacía querer besarla, sonreír y besarla de nuevo, pero se apartó un poco porque el ser que tenía dentro se removió. Sin darse cuenta, ella extendió la mano hacia su cabeza y le removió el pelo como si fuera un chiquillo.
-Claro que no, pero ya sabes que no voy a dejar que lo pospongas demasiado - le guiñó un ojo. 
Aquél gesto le arrancó una sonrisa por fin y es que aquella búsqueda le resultaba más fácil al lado de alguien como ella. 

Pero la calma, aunque sea relativa, se rompe para sacudir esquemas y cimientos; para profundizar un poco más en nosotros mismos y alcanzar verdades que nos hundan o resuciten. 
Y al salir del bosque y retomar el camino por el sendero, se toparon con Hada disfrazada de anciana. La espalda encorvada y el traqueteo del carro lleno de pócimas, magia, campanillas y molinillos de viento. Tanta parafernalia les hizo dejar de mirarse y clavar la vista en ella, que se sonrió para sus adentros.
-¡Jovencitos! - Les llamó e hizo señales con la mano para que se animaran a acercarse.  
Ellos se movieron como si un imán los atrajera y mientras la reina se quedaba un poco apartada del carro y de la anciana; el Lobo miró fijamente a los ojos de la extraña e inspiró con fuerza su olor; de forma insconsciente y primitiva abrió ligeramente las piernas, al acecho, asentando los pies en la tierra, con la espalda tensa, preparado para atacar si era necesario, ocultando con el cuerpo a su compañera de viaje.        
No fue consciente de lo que hacía, su compañera tampoco, pero Hada si se percató y con un ademán de anciana débil hizo una reverencia. 
-¡¡Ay queridos!! Hace días que no veo a nadie por estos caminos. ¡Que refrescante resulta la presencia de dos enamorados!
Dieron un respingo y se lanzaron una mirada rápida que imaginaron furtiva, pero que no paso desapercibida para Hada. Su mente iba a mil por hora ¿qué estaba pasando ahí? ¿Cuantos enredos se tenia entre manos El Flautista y que pretendía conseguir? 
-¿Andáis perdidos? ¿En busca de algo? ¿Puedo seros de ayuda? Tengo un don ¿sabéis? Perfeccionado y pulido con el paso de los años - les guiñó un ojo y vio como él se relajó, pero la mujer se mantuvo igualmente apartada y decidió centrar su mirada y esfuerzo en él. 
-¿Qué podrías tener para ayudarnos? - dijo el Lobo con una sonrisa
-¿Qué necesitáis? - preguntó Hada a su vez, provocandolo. 
Antes de que pudiera responder, la reina se adelantó. 
-Sabemos donde vamos y lo que buscamos, muchas gracias por su preocupación. 
La miró por encima de los hombros del hombre, se mantuvieron la mirada unos segundos y Hada sonrió, no era la misma que el personaje del cuento que había visto desenvolverse una y otra vez de la misma forma; y aún así, mantenía la determinación y los objetivos ¿la llevaría eso a pasar por encima de cualquier cosa y sobre cualquiera para alcanzar su meta? 
- ¿Y tu, querido? ¿Necesitas defensa? ¿Conocimientos? ¿Sabes lo que buscas? 
Lobo retrocedió un paso, valorando las palabras de la anciana y dejó caer los hombros. 
-Tengo una lucha conmigo mismo, ¿tienes algo para eso? - las palabras le salieron sin pensar, casi a borbotones.
Su compañera se acercó un paso, dejando que él notara su presencia y calor en la espalda. Fue un acto reflejo que no valoró cuanto los exponía. 
-¿Quieres conocer lo que hay en tu interior? ¿Contra lo que luchas? 
Él asintió, sin acertar a abrir la boca, colocando el brazo tras la espalda y buscando la mano de ella. La reina correspondió acariciando su palma con la yema de los dedos. Después entrecruzó los dedos con los de él y se apretaron las manos una contra otra. 
La anciana no se percató, rebuscaba entre cajones, botes e incluso se palpó los bolsillos, para finalmente sacar triunfante un botecito pequeño, oscuro, sin etiqueta ni nada y extenderlo hacia él. 
-¿A cambio de qué? - preguntó Diya desde detrás, mirando fijamente a la anciana, sin acabar de fiarse, pero sintiendo que no había maldad en ella. 
La otra mujer también la miró. 
-Mi deseo es que encontréis vuestro camino. Que sepáis el lugar al que pertenecéis y volváis a el. 
La reina se irguió. 
-¿Y si decidimos que ese lugar no es el nuestro?
Hada movió la cabeza de un lado a otro. 
-Somos lo que somos. La esencia de cada uno de nosotros no puede cambiarse - los miró alternativamente - Hay destinos que no están predestinados y que por mucho que intenten unirse, será como mezclar agua y aceite, puedes agitarlo tanto como quieras, pero acabarán separados. 
Sin separar las manos, la Reina se irguió.
-Anciana, he sido respetuosa, pero no permitiré que con tus palabras nubles nuestras decisiones o acciones. Seremos quienes queramos ser y con quien queramos serlo. 
La otra asintió, encorvándose ligeramente y manteniendo su actitud de anciana.
-El tiempo lo dirá - Los vio marcharse y se prometió a si misma estar pendiente de esa extraña pareja.

El lobo sostuvo en la mano el regalo de Hada durante el resto del día. Sabía que su compañera estaba tensa desde las palabras que había intercambiado con la anciana, pero él apenas había pensado en el significado, de tanto darle vueltas a lo que le haría el líquido negro y de si por fin esa era la forma de poner rostro a su monstruo interior y enfrentarlo.
-Lo haré hoy. 
Ella resopló y cargó la dureza de sus ojos grises contra él. Lobo pensó en los contrastes de esa mirada, tan inflexibles en ese momento y tan frágiles cuando se empañaban, aunque no derramaran ni una sola lágrima. Sus labios eran una línea, como la del horizonte cuando se oculta el sol. Y al igual que cuando sonreía, deseaba besarla, enfadada y frustrada tambien, porque seguía siendo igualmente ella. 
La vio apretar los puños y mantenerse en silencio. Pero Lobo deseaba que se expresara y no controlara lo que burbujeaba por dentro. Que no se guardara nada, saber lo que le cruzaba la mente y comunicarse. 
Le dio la espalda y resopló de nuevo. Lobo abrió la boca para hablar pero ella se adelantó.
- ¿Estas seguro? ¿Sin saber lo que es...eso...el líquido...la guarrería esa te va a hacer? 
Sus puños seguían cerrados, totalmente contenida. 
-Mírame - le pidió él. 
No se dio la vuelta enseguida. Se tomó unos minutos, aunque quizás fueran segundos, a Lobo se le hicieron eternos. Después se giró lentamente, con los ojos cerrados y así se quedó un poco más, respirando, latiendole la rabia, la inseguridad y el miedo en las venas, en los músculos, en cada terminación nerviosa.
-No estoy seguro, claro que no. Pero te nec... - carraspeó - Por eso necesito que me apoyes. Tu ayuda, una vez más. 
-¿Y si finalmente te descontrolas? - lo miró por fin - ¿Y si es peor que en la posada? ¿Mas descontrolable que en tus sueños? Siento el poder que emana de ti cuando estas en esa situación y es primitivo y salvaje. 
Suspiró. 
-Por eso cuento contigo, para que me ayudes y pueda prepararme.
-¿Cómo? Si ni siquiera sé quien soy o de lo que soy capaz.
Acortó los pasos que los separaban y cogió las manos de ella.
-Como has estado haciéndolo hasta ahora. 

Hacía rato que la noche había caído y aunque no hacía frío encendieron un fuego pequeño para brindarse algo de falsa seguridad. 
Dicen que las noches albergan los peores temores, donde nacen las pesadillas, por lo que tener una luz, aunque fuera fantasmagórica, les hacía creer que estarían seguros. Los árboles se llenaron de sombras, el bosque de crujidos y lamentos pero Lobo tenía más miedo de lo que llevaba dentro que de los miles de peligros que podría haber allí fuera; la miró por encima de las llamas, quito el tapón y se bebió el potingue, que bajo por su garganta dejándole un toque amargo en la lengua. 
Pensó, con ironía, que sería muy frustrante que el final de aquella historia fuera igual de amargo.

Sintió el peso del líquido cuando le ocupó el estomago e hizo amago de ponerse en pie para ir al lado de ella. Pero en milésimas de segundo lo pensó mejor y se acomodó en el suelo de nuevo. La Reina, que parecía haberle leído el pensamiento, se puso en pie y se sentó a su lado. 
-Quizás deberíamos guardar unas distancia prudencial, por si me pongo igual de violento que cuando sueño. Y quizás no estaría de más que me ataras.
Ella negó con la cabeza y se abrazó las rodillas con el ceño fruncido.
-¿Cuanto tiempo habrá que esperar? Atarlo dice...-murmuró las últimas palabras más para ella misma que para él. 
Algo dentro de su estómago se removió.   
-Creo que no mucho. 

Cerró los ojos al sentir el vértigo que se siente cuando caes desde muy alto. El mundo, además, parecía dar vueltas a su alrededor, así que enterró los dedos en la tierra y la hojarasca, como si eso lo arraigara más al suelo y aguantó las arcadas. 
La mujer no había parado de mirarlo, el color caramelo de la piel del hombre había palidecido y ella comenzaba a sentirse inútil, allí parada sin saber que hacer. 
-Puede ser que la anciana también haya querido envenenarme, porque me siento exactamente como si fuera a morir - murmuró para quitar tensión.
Algo cálido le tocó la frente, supuso que la mano de ella e intentó sonreír, pero su cuerpo comenzó a temblar de forma descontrolada; la Reina, preocupada le sujetó por los hombros intentando mantenerlo quieto. 
Los dientes le castañeteaban pero pasados unos minutos eternos todo se quedó en silencio, su cuerpo, su mente y hasta el bosque dónde se encontraban y su cara dio contra la tierra en un golpe seco.
Intentó mirarla desde el suelo, se había vuelto una forma borrosa encima de él y le hizo una mueca que creyó iba a ser una sonrisa. La melena de la mujer le hizo cosquillas en la piel mientras el aroma de su cuerpo le llenaba las fosas nasales.
-Deberías atarme. - consiguió decir por fin.

Ella lo observó, en la punta de lengua mil replicas y frases mordaces que no verbalizo... 
 


 










lunes, 25 de mayo de 2020

Aquí  para leer los capítulos que te has perdido.


Érick Aguilar - Bioluminescencia



CAPÍTULO 14 - SORTILEGIOS DE MAR

El mar me hablaba, me contaba historias y me susurraba canciones. Una de ellas me despertó, me arrancó de un sueño de traiciones y pociones marinas hechas de lengua y desesperación. 
La orilla y la arena me atraían, así que salí de aquél esqueleto de dragón marino y me dirigí a la superficie muy despacio, debatiéndome entre la curiosidad de lo que me llamaba allí fuera y lo que tenía ahí dentro y que tampoco recordaba, aunque parecía ser mi hogar.  

Vi la luz filtrándose entre las olas y algo en la superficie flotando con una estela negra detrás. Me impulsé con los tentáculos, ocho extensiones de mis otros dos brazos y que igualmente se movían a mi voluntad y la abrace, recogiéndola, antes de que el mar la reclamara como suya. 
Era una mujer, inconsciente y con una enmarañada y preciosa melena oscura que redondeaba sus rasgos, relajados por el estado de desmayo. La saqué, deslizándome por la arena hasta la orilla, mis tentáculos iban desapareciendo conforme dejaban de sentir el agua salada rodeándolos. 
Perdí el equilibrio y caí al suelo cuando los perdí todos, dejé de oír la música cuando centre mi atención totalmente en mi y en la mujer que llevaba conmigo; que había acabado de nuevo en el agua, siendo nuevamente arrastrada. La enganché del tobillo sin sutilezas y la atraje hacia mi. 
El mar aullaba que era suya, que había ido hasta el para entregarle su vida y su dolor y por eso le pertenecía. Me enfurecí, la rabia me inundó, pero no necesité volver a entrar en el agua, introduje la mano en la arena mojada y el fuego que había sentido en el interior del estómago fue ascendiendo hasta el brazo para salir por mis dedos y crear una onda expansiva que levantó olas de entre cinco y seis metros. 
-Ahora es mía. Tendrá la oportunidad de vivir la que vida que vosotros le negáis. 
-¿La bruja da oportunidades? ¿La bruja va a ofrecerle una vida? ¿Una vida que nos entregó porque no quería vivirla? - la voz sonó como varias voces superpuestas. La voz de los mares y océanos que gobernaban la tierra. - La bruja nunca da oportunidades si no va a salir beneficiada de ello.
Tronaron a la vez.
Me erguí, manteniendo a la mujer fuera del alcance del agua y se arremolinaron las nubes y la tormenta sobre mi. Estaba enfurecida, las aguas me trataban como alguien interesado ¿qué sabrían? ¿que había olvidado yo? 
Grité y los rayos chocaron contra las olas, que acabaron relajándose y replegándose para darme más espacio de arena.
- Recuerda lo que te decimos, volverá a nosotros. No tienes nada que hacer con alguien que le ha ofrecido su mano a la muerte.  
Gritó su voz de mil voces, antes de apagarse y dejar tan sólo el rumor de la olas sumisas. 
Cuando me sentí totalmente segura de que habían cedido, me incliné sobre la mujer, puse la mano sobre su pecho y le dieron varias sacudidas antes de abrir la boca y expulsar todo el agua de su interior. 
Entreabrió los ojos. Había pena en ellos y quise retroceder, confusa. 
¿La tristeza y el sufrimiento interno tenían cura?
Deseche las dudas, para ayudarla tenía que saber su historia. 


 














sábado, 16 de mayo de 2020

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CAPÍTULO 11 - DE PIRATAS QUE SUEÑAN CON SER FELICES



Dejó a Campanilla en la almohada y se vistió. Pensó varios minutos si colocarse el garfio y luego desechó la idea, era muy temprano y sólo quería que le diera un poco el aire.

Antes de cerrar la puerta tras de él miró la cara de la pequeña hada, le sorprendía los rasgos tan adultos que encontraba detrás de tanto brillo dorado y supuso que siempre había sido así; una adulta en miniatura.

La puerta gimió y dio un chasquido al cerrarla. Bajó los peldaños intentando no hacer ruido. La noche anterior había sido de lo más extraña, la mujer que había aparecido de golpe en mitad de la noche centro casi todas las atenciones y a él le había enmudecido la belleza y el exotismo de ese pelo rojo, la piel dorada y el azul mar de sus ojos. Pero algo en ella le desorientaba, le atraía a la par que repelía. Parecía vacía de emoción y a la vez ansiosa por agarrarse a un clavo, aunque ardiera. La idea le daba miedo, pero cuando la miró, quiso ser ese clavo.


Bajo las escaleras y al contrario de lo que había imaginado, en la sala había varias personas. La mujer pelirroja sentada en el piano, que el tabernero había llevado en un momento de la noche, aunque era incapaz de enfocar el momento exacto. Caperucita, que iba vestida con la camisa de Cherise y  un hombre que no había hablado demasiado desde que llegó y al que él mismo había llamado "el hombre de los bosques"; vestía de verde, llevaba un sombrero igualmente verde decorado con una pluma y no se desprendía del arco que llevaba colgado a la espalda.

La pelirroja lo miró con intensidad y se sintió azorado mientras salía lo más rápidamente posible a la calle. La puerta se cerró tras de él y respiró aliviado. Cuando esa mujer lo miraba le recorría un escalofrío desde la base de la columna hasta la nuca. Se frotó la cara.

-La mujer en la que piensas no está perdida, esta hueca porque nada le motiva y no tiene objetivos. Se aferrará a cualquiera que le haga el mínimo caso, sobre todo si ese hombre se encuentra en la misma situación.

Miró al tabernero frunciendo el ceño; era un hombre de lo mas peculiar. Estaba apoyado en la pared fumando en su pipa y soltando el humo muy lentamente por la boca ¿se la dejaría anoche en la mesa?

-¿Me cuentas eso por...?

-Porque todos cometemos errores - se encogió de hombros y volvió a chupar de la pipa - más graves cuanto más lejos de nuestro destino estamos.

-Huele bien, no es mi tabaco ¿qué es?

Sus ojos se hicieron más pequeños cuando sonrió.

-Hierbas mágicas ¿quieres?

El Capitán asintió. El humo entro por su garganta; en su mente apareció la imagen de unas flores azules y un punto dorado al borde de un acantilado. Cerró los ojos e intento recordar, pero ninguna imagen más acudió a su cabeza.

Retuvo el aire y lo soltó muy lentamente, se mareó durante unos segundos y sonrió. Sus hombros se relajaron, su cuerpo mismo perdió la rigidez que siempre lo acompañaba. Quiso dejarse llevar.

-Yo no estoy hueco.

-Ajam..

-Ni siquiera estoy perdido. Mi horizonte es imposible de conseguir.

-No hay nada imposible, si te apoyas en las personas adecuadas.

Lo miró alzando una ceja. El otro levanto las manos y soltó una carcajada.

-No necesariamente hablo de mi como el protagonista de esa ayuda; aunque si que es cierto que mantengo la mano extendida.

-Quiero ser bueno, Flautista y quiero ser feliz.

El otro lo miro como si nada le sorprendiera.

-¿Tienes algo en mente?

La mujer pelirroja se cruzo en su cabeza; el otro puso los ojos en blanco al adivinar sus pensamientos.

-Quizás tenga algo que me ronda, si.

-Y quizás hasta que no nos topamos con los errores no somos capaces de ver más allá de ellos.

Alguien abrió la puerta y le golpeó la espalda. La mujer pelirroja fijó los ojos en él y el pirata ni siquiera se acordó del hada, tan sólo podía pensar en lo sedoso que parecía el pelo de aquella mujer y en las ganas que tenía de hundir la mano en el.



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CAPÍTULO 12 - FUEGO Y ORO


Apuré el combinado que me había hecho el Flautista y me di la vuelta para irme. Pero llamó mi atención como aquella sirena se acercaba lentamente hacia la puerta, intentando que nadie se diera cuenta de que iba a hacerse la encontradiza con el pirata. Mientras la puerta se cerraba tras ella el hada apareció revoloteando y miró a su alrededor, dejando caer los hombros al no encontrar al mismo hombre que la otra buscaba. Antes de que volviera a subir le silbe.

- Ven aquí pequeña, no estará muy lejos. - Ella asintió. No podía entender que les unía. - Quiero presentarte a alguien.

Animé a acercarse al hombrecillo de los bosques y los presenté. 

- Estoy segura de que os vais a llevar muy bien. 

Cada pieza estaba donde quería que estuviese, sonreí para mis adentros, no había tenido que esforzarme. Cada persona que conocía era un como una pieza de ajedrez esperando que la movieras. Todos teníamos una razón de ser y a veces era muy sencillo entender lo que otros deseaban para usarlo a mi favor. Estaba segura de que era innato en mi y que siempre me había resultado fácil  Miré hacia la planta de arriba, había dejado a Cherise durmiendo y mi cuerpo ya lo echaba de menos. Subí de dos en dos los escalones, abrí la puerta y me tumbe a su lado, acariciando su brazo hasta el cuello, bajando por el pecho y volviendo a subir por el brazo. Lentamente se dibujó una sonrisa en sus labios, se apreciaban sus dientes y me estremecí de placer. Me acerqué a su oreja, solté el aliento y susurré:

- Lo haremos esta noche. Conozco un sitio y a la persona adecuada ¿sigues conmigo?

Abrió perezoso sus ojos fluctuantes, ahora turquesas, después amatistas y me miró muy fijamente.

-El presente es lo único que tenemos, tú me lo has enseñado. - Me besó - Y mi presente sigues siendo tú. 

Me cogió por la nuca, me mordió los labios e introdujo su lengua para acariciar la mía, me revolví entre sus brazos para sentarme sobre él y me envolvió. Deslizó las manos por mi espalda, hasta sujetar mi culo y apretarme hacia él. Su fuerza resultaba erótica, la suavidad con la que su boca me devoraba excitante y la mezcla de ambas un contraste adictivo. 

Jadeé mientras el metía los dedos en la raíz de mi pelo y tiraba. Le mordí la clavícula y me moví sobre él. 

El presente era fuego. El futuro, nosotros cubiertos de oro.




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CAPÍTULO 13 - TORMENTAS QUE ABREN CAMINOS



El carro de Hada Madrina renqueaba tras de ella, iba cansada y peor aún, se sentía derrotada. Se había topado con algunos de sus personajes, una princesa árabe, la niña de rizos dorados, al niño que se había ido feliz con sus habichuelas y el príncipe que debía salvar a una princesa o a un cisne, según la versión que se encontrara de la princesa.

Aún así, miró hacia las nubes oscuras que se movían rápidas hacia el bosque, no auguraban nada bueno. Se estremeció. 


El Flautista elevo los ojos al cielo, algo se avecinaba. Muchas piezas, muchos caminos nuevos, pero algo oscuro estaba a punto de echarse sobre ellos. 



Había conseguido sacar partido a algo que no me gustaba, pasar desapercibida, pero después de descansar y haber llegado al pacto con el Flautista, me había dedicado a escuchar conversaciones y observar al resto de personas que había en esa posada. Subí tras la chica que la noche anterior llevaba una caperuza, esa muchacha era inteligente, aunque se había unido a un ser extraño e inquietante. Mi habitación estaba pegada a la de ellos y los había estado escuchando. Según aquella chica, la mujer pelirroja era una sirena; recordé la conversación con el Flautista: yo necesitaba escamas...

¿qué podía hacer? Esperar.


Salieron a última hora de la tarde y yo poco después. Había sido tremendamente aburrido estar toda la tarde paseando arriba y abajo aguardando algún tipo de movimiento. Las conversaciones de amantes no me interesaban, pero de vez en cuando captaba información que me convenía retener. Me peine rápido, me puse los pantalones y la camisa que el posadero me había cedido y salí con un pequeño atillo de comida. Pensé en el zapato que había dejado en poder del Flautista, quería recuperarlo, pero también podía encontrar el otro par. 

La sala estaba vacía cuando bajé, me metí en la trastienda buscando al dueño, quizás despedirme no era lo más inteligente, pero quería asegurarle que volvería a por lo que era mío. 

Todo estaba lleno de barriles y baúles, pero mis ojos se detuvieron en la vitrina apenas iluminada. 

Varias manzanas, mi zapato y un pico para trabajar en minas. Todo irradiaba luz, acerqué la mano y acaricié el cristal. Las manzanas parecían comunes, pero estaba segura de que había algún secreto en su interior. Mis ojos no podía apartar la vista de ellas; si me llevaba una no pasaría nada, no se notaría. Cogí la más roja, la que más brillaba, la metí en el atillo y salí rápidamente tras la pareja que me iba a llevar hasta mis escamas. 


Aún quedaban algunos rayos de sol cuando los oí, me mantuve a una distancia prudente y percibí cuando estábamos cerca de nuestro objetivo porque dejaron de hablar. Un claro cerca de un río y allí estaba Garfio y la sirena, abrazados, desnudos y ajenos a las tres pares de miradas que los espiaban.

Sacudí la cabeza, en realidad nunca pensé que fuera tan sencillo ¿por qué esa mujer había adivinado donde iban a estar? ¿había salido de la habitación en algún despiste mío y los había escuchado o incitado a ir allí? ¿tan predecible resultaba el deseo? Tenía muchas preguntas y nada que hacer. Sólo quería unas pocas escamas, eso no tendría porque ser un problema, podría llegar a un acuerdo con ellos ¿no? Sentía miedo al pensar en enfrentarme a ellos, Cherise tenía uñas afiladas y ella, bueno, no era capaz de adivinar todo lo que podría llegar a hacer ella. 


Me acuclillé tras unos matorrales ¿mi mejor opción era dejar que se fueran con el vestido e intentar convencer a la sirena de que me llevara hasta otra sirena con cola? Sacudí la cabeza, no es que fuera mi mejor opción, es que era la única si pensaba en el miedo a la confrontación. Me había embarcado en un viaje estúpido y en el fondo no tenía la valentía ni la fuerza de enfrentarme a ninguno de ellos. 

Me quedé paralizada al oír algunos ruidos, asomé la cabeza y vi como ocurría todo. Demasiado rápido para moverme o pensar: La muchacha de la caperuza roja se movía con una agilidad sorprendente y se acercaba hacía el montón de ropa de los otros dos incautos. Agarró el vestido, que captaba las últimas luces azules del final del día y corrió hacía donde estaba su amante. El pirata tuvo que verla u oírla, porque se puso en pie como un muelle y desenvainando la espada de la ropa dispersa por el suelo, corrió tras de ellos sin dudar, pero maldiciendo y gritando como un poseído. Si no hubiera estado tan nerviosa me habría reído por lo cómica que resultaba la escena, pero aproveché la ocasión para acercarme y ver como la sirena, entre desubicada y tímida, se acercaba al agua. 

Y a mi, ¿qué me tocaba hacer ahora? Me sentía fuera de lugar desde que había despertado, como si no estuviera siguiendo el guión que me tocaba y aún así, la idea de hacerme con todo lo que deseaba no se me iba de la cabeza ¿Por qué no iba a intentarlo y conseguirlo? en eso pensé cuando me acerqué sigilosa hasta la orilla, mientras los pies de la mujer tocaban el agua y se introducía con lentitud. 

Se giró, más por instinto que porque me hubiera oído y se tapó como pudo mientras seguía introduciéndose en el agua. 

-No tengo nada, me acaban de robar todo lo que tenía. 

Su voz era monótona, me estaba dando la información, pero no había ningún tipo de sentimiento en ella. 

-Sólo necesito infor... - empecé a decir, pero enmudecí cuando la vi transformarse, ni siquiera habían pasado un par de minutos desde que tocó el agua del lago, pero sus piernas dejaron de tener la forma esperada para fundirse en miles de escamas turquesas y azules - Sólo necesito unas pocas de esas. 

La sirena arqueó una ceja. 

-¿Para qué las querrías? 

Bufé. 

-Riquezas, poder. No quiero conformarme con harapos y mediocridad.- escupí la información nerviosa, intentando hacerle entender el porque de mi intromisión o intentando buscarme a mi misma una excusa para no sentirme mala persona. 

Por fin la vi sonreír. Una sonrisa fría, sin emoción. 

-¿Qué obtendría a cambio? Me pides un trozo de piel, un trozo de mi. 

Me erguí, sin saber donde me estaba metiendo y sin tener nada que ofrecer. Miré por el rabillo de ojo los fardos que llevaba y recordé la manzana. Me encogí de hombros mentalmente, quizás era una manzana corriente o quizás mi instinto me había guiado bien. 

-Magia - solté sin pensar y saqué la manzana. Quería acabar con todo aquello antes de que el pirata volviera ¿cuanto tiempo se puede correr por el bosque desnudo y con un sable? 

Los ojos de la sirena relampaguearon. 

-Acércate - dijo y así lo hice. 

Ella estaba tumbada, con la parte inferior de su cuerpo cubierto por el agua, pero se estiró ligeramente para apoyar los codos sobre la tierra con la pose y la naturalidad que sólo tienen aquellos que están seguros de si mismos. Estaba hermosa así, con el pelo alborotado, la piel brillante y la cara expectante, curiosa. 

Le ofrecí la fruta y la cogió con delicadeza. Aquella mujer tenía mucha clase, parecía una princesa sacada de un reino lejano, interesada en algo y a la vez, alejada de todo. 

La miró durante unos segundos, se la llevó a la boca y la mordió. Lo que no esperaba es que tras masticar y tragar, caería sobre la arena, muerta. 

Ni siquiera grité, la impresión cerro mi garganta y cualquier sonido que pudiera salir de ella. 

Hacía un momento me observaba con atención y ahora sus ojos me miraban sin una pizca de vida. Me estremecí, pero miré como el bamboleo del agua golpeaba la parte baja de su cuerpo y me mordí la lengua. Ahora o nunca. Ya estaba muerta, la había matada. Al menos debería hacer aquello que había venido a hacer. 

Mojé las botas al acercarme y le arranqué una docena de escamas o más antes de irme sin mirar atrás. 

Sentía nauseas, miedo por lo que había hecho, pero por encima de todo, no quería ni podía pensar en lo que acababa de ocurrir. Tropecé varias veces, los árboles me arañaron y creí que las ramas eran manos que me agarraban y arrastraban. 

Tardo tanto en amanecer, que pensé que nunca más volvería a ver el sol. Al fin y al cabo no merecía volver a verlo.

Había matado a una mujer, sin saber que iba a hacerlo, pero lo había hecho. Mis tripas se revolvían mientras me alejaba y avanzaba lentamente.

Me tumbe en la tierra fría, sintiendo las piedras, la humedad y me hice una promesa sin dejar de llorar.

Enterraría aquella experiencia. Dejaría de pensar en ella. No volvería a ver la cara de aquella mujer, la olvidaría.

Me limpié la cara como pude. Tenía un objetivo muy superior. Aquello que había pasado dejaría de importar pasado un tiempo. Tendría poder. Reinaría en alguno de esos reinos de los que me había hablado el Flautista y enmendaría aquél error siendo una buena reina. 

Pero por ahora, debería olvidarlo.  

Me peiné el pelo con las manos y me levanté. Iba a ser fácil.

O eso pensé. 





domingo, 22 de marzo de 2020

¿Te falta algo que leer? Aquí el resto de cuentos antes que este

Como prometí en instagram cuando llegaramos a las 30000 visitas, daría vida a uno de los personajes que me pidierais.
Aquí esta el principio de su historia.
aquí puedes empezar a seguirme en instagram.

Debido a la situación que estamos viviendo en España con el virus (COVID 19) que se esta paseando por todo el mundo y con el estado de alarma en el que estamos inmersos en mi país y en muchos otros, he planteado hacer esta semana un directo en instagram. 
Estoy pensando en hacerlo el miércoles 25, así que únete a mi en aquél mundo bruj@ y lob@.

Y ahora disfruta del nuevo cuento:

 CAPÍTULO 10: LOS MISTERIOS DEL DESIERTO. 


Merlín había abierto el paraguas para que el sol no le diera en los ojos. Nunca había sentido tanto calor y además estaba totalmente perdido. Había dejado atrás su cabaña, el bosque, los árboles y ahora andaba luchando contra arena para abrirse paso y encontrar el camino que lo llevaría al origen de aquella música, que ahora se le antojaba infernal. ¿Su sentido de la orientación? Nunca había tenido mucho, él siempre andaba con miles de pensamientos y olvidando dos mil ciento uno.
Miró al cielo, Arquímedes volvía a refunfuñar sobre su hombro y ya ni siquiera se entretenía en oír lo que murmuraba.
Tarareó una melodía al azar, quizás de algún recuerdo que no se había borrado del todo en su mente pero que no conseguía situar y alejó durante unos instantes el irritante sonido que no paraba de penetrar en sus pensamientos, como si sólo existiera eso en la vida. Empezaba a odiar esa música y gimió de frustración. El búho puso los ojos en blanco.
-Eres mago ¿no puedes hacer simplemente que desaparezca?
Merlín giró el rostro hacia él y se colocó la gafas mientras asentía.
-Soy mago ¿no? Claro, por supuesto. Eso lo puedo hacer.
Su entrecejo se arrugó.
-Pero ¿cómo lo hago?
El búho bufó.
-Canta tu otra canción.
Los ojos del mago se abrieron de par en par. Era una buena idea.
-Hokipi...-murmuro la otra melodía que oía en su cabeza, aunque no se sentía seguro- En realidad no sé que podría cantar ¿O sí?
Se arremangó casi tirando a Arquímedes y durante unos segundos guardó silencio para escuchar a su interior, después sus labios empezaron a moverse y el sonido tardó unos pocos segundos más en aparecer.
-Hokipi Pokiti, hokipi pokiti, hokipi pokiti... - repetía sin cesar y poco a poco surgieron más y más palabras, hasta que empezó a bailar y cantar, todo a la vez, cada vez más liberado, más consciente, aún sin recuerdos, de su propia esencia. Cerró el paraguas y lo movió a su son, se sentía divertido, con ganas de saltar y jugar. como si hubiera rejuvenecido años y por fin, sin darse cuenta, dejó de oír aquella otra melodía que volvía loca su cabeza y grito de felicidad.

-¡¡Arquímedes ya no la oigo!! Soy libre por fin ¡libre!
Dio patadas a la arena, se enterró sin querer hasta la rodilla y volvió a saltar saliendo de ella. Hasta que de golpe, en una de esas cabriolas, se golpeó el pie con un objeto duro y muy brillante.
-¡Auch!
Se frotó la piel dolorida y se acuclilló frente al objeto dorado sin atreverse a tocarlo pero con deseos de hacerlo.
Alargó la mano, la alejó y volvió a alargarla hasta que cogió ese brillo entre las manos y lo observó con el ceño fruncido. ¿Qué era aquello?
-¿Qué es Arquímedes?
-De por aquí ya te digo que no.
-¿De por aquí? Estamos en otro mundo, vieja rapaz loca, hemos salido del nuestro ¿qué será?
Se lo acercó a la oreja.
-¿Hay alguien ahí? - oyó que salía una voz desde dentro. Merlín casi soltó la lampara del susto.
-Este cacharro habla Arquímedes. -El búho lo miró desde lejos, había salido volando nada más oír esa voz enlatada - ¡Hay alguien encerrado aquí dentro!
-Suelta eso y vayámonos de aquí, el mundo se ha vuelto loco y da miedo.
-Ven aquí cobarde, tenemos que sacarlo de ahí dentro.
Sacudió la lampara intentando que el huésped cayera desde dentro al suelo cubierto de arena fina.
Pero no cayó nada, tan sólo volvió a oírse aquella voz gritando, casi imperceptible.
Merlín se sentó en la arena, su piel oscura aún lo parecía más después de tanta exposición al sol, los chorros de sudor le caían desde la frente hasta el cuello y se perdían por debajo de la túnica azul, pero aquello no parecía importarle, el enigma de aquél objeto exótico había ocupado toda su atención y el calor había había pasado a un tercer o cuarto plano.

Quizás pasaron horas, el sol comenzaba a esconderse y llevaba rato sin escuchar murmullos dentro de aquél metal.
-¿Se habrá muerto?
Arquímedes ni siquiera lo miró, estaba metido dentro del maletín con tan sólo una franja abierta para mirar al mago, pero si bostezó.
-¿Crees realmente que algo que está ahí metido se va a morir porque tu no lo saques? A lo mejor es como este maletín, que lleva toda tu casa dentro. A lo mejor vive en un palacio lleno de fuentes de agua fresca y comida a la que solo unos privilegiados pueden acceder.
-O una cárcel.
-Tu siempre tan optimista. - bufó
-Que no haya entendido lo que decía no implica que no reconociera un grito pidiendo ayuda. Una persona que esta a gusto en un palacio lleno de fuentes y comida no grita al oír una voz en el exterior.
Su compañero siguió mascullando dentro del maletín y él siguió dándole vueltas a la idea de que aquello fuera una cárcel.
¿Podría sacarlo cómo había hecho desaparecer la música del interior de su cabeza?
Miró hacía el cielo que se cubría de estrellas, en el horizonte quedaba aún el asomo de un sol rojizo que se escondía, pero hacía rato que no se limpiaba el sudor de la frente y eso le sorprendió. Una brisa fría le recorrió la nuca y supo que tenía que darse prisa.

Dio varios toquecitos al metal, como si llamara a una puerta y susurró muy cerca de la apertura.
-No te preocupes, te sacaré de ahí como sea.
Dejó la lampara en el suelo, volvió a remangarse pese al frío que empezaba a provocarle escalofríos y dijo las mismas palabras que había usado hacía unas horas. Nada.
-¿Y si pruebas a usar la varita? - soltó de forma despectiva su compañero.
Merlín asintió y sacó de un bolsillo interior la madera que tan perfectamente se amoldaba a su mano. Unos giros de muñeca, unos estiramientos, un poco de concentración...
Sacudió la cabeza.
-No sé lo que estoy haciendo.
El búho voló hacia él llevando consigo la maleta y le dio un golpe con el ala.
-¡Espabila! Concéntrate, olvídate de lo que hay a tu alrededor y fija tu intención en esa cosa rara que parece para servir el té. Piensa en su forma y siente al mago que eres dentro de ti. Déjate de tonterías.
Merlín lo miraba sin dar crédito y creyó que se sonrojaba por el calor que le subió a las mejillas de golpe, llevaba razón. Debía sentir al mago que llevaba dentro.
La luz era un línea fina en el horizonte y ya empezaba a entremezclarse de azulón y negro. Las estrellas sobre él brillaban con intensidad y pudo ver reflejada en la lámpara la vía láctea. Se concentró en las formas, en lo fría que era al tacto, en lo pulida que estaba y en que parecía oro de verdad. Se fijó en la forma y la imaginó igualmente por dentro, pero con más colores y con una luz cálida, allí no hacía ni frío ni calor.
Su muñeca dio varios giros sin que él pudiera controlarla, después un toque, unas palabras susurradas que se grabaron a fuego en su mente y que lo conectaron con la magia que vivía en él y...
Cuando abrió los ojos no había cielo, no había arena, si no un suelo cubierto de alfombras y un techo dorado con telas de mil colores colgando de cada rincón.
-¿Dónde estamos Arquímedes?
Lo buscó a su lado, el búho se tapaba los ojos con las plumas y movía la cabeza de un lado para otro.
-En mi casa - dijo una voz cantarina.
Levantó los ojos y se encontró a un ser del color de su túnica.
-No sé como habéis conseguido meteros dentro - se paso una mano por una calva tan azul como el resto de su cuerpo.
Merlín se mordió el labio levantando la mano.
-Culpable.
El otro ser se acercó a él flotando por encima del suelo, no tenía pies. Se tocaba la barbilla mientras giraba alrededor del mago y el búho, pensativo, haciendo más pequeños son ojos grandes. Interesado y cavilando.
-Encantado, culpable. Soy el Genio de la lámpara y si habéis entrado, supongo que podrás sacarnos de aquí.
Un sillón apareció de la nada y el genio se sentó en él soltando una gran carcajada.























lunes, 10 de febrero de 2020

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CAPÍTULO 9: LAS OLAS HABLAN DE DOLOR

Desperté rodeada de lujos, entre muebles, suelo y techos blancos. A la luz del sol que se filtraba por entre los ventanales, toda la estancia parecía brillar, como si hubiera muerto y hubiera despertado en aquél lugar que llaman cielo. Pero como todo lo que pasa en la vida, cuando enfocas la vista te das cuenta de que todo no son brillos y purpurinas y yo me topé con una estantería llena de tarros que encerraban corazones... 

(Hago una pausa para que nadie se escandalice. Quizás os preguntéis porque estás historias son a cada capítulos más sombrías ¡Hablamos de personajes de cuento! ¿Verdad? 
Pero todos los cuentos tienen una raíz oscura, un origen turbio que pretendía moralizar y enseñar. Pero se supone que en este siglo ya lo sabemos todos ¿no? No necesitamos aprender más, por lo que, ¿porque no mostrar lo que hay oculto dentro de nosotros mismos?
La Reina de Corazones siempre fue un tanto incomprendida, cómica incluso, nadie entendió nunca que fue el dolor la que la llevó hasta donde llegó; aunque tod@s la conozcamos por un conejo y una niña que cayó por un agujero a través de un árbol. 
Cuentan que el sufrimiento la hizo volverse así, que la pena, la hizo arrancarse el corazón y guardarlo en un cofre muy lejos de ella...
No, espera, eso no fue lo que pasó, eso lo he sacado de una película de piratas ;-) 

En realidad es una historia muy antigua, polvorienta y olvidada que habla de una tristeza profunda e intensa; hace tantos y tantos años de esto que no se sabe el verdadero motivo. Me atrevería a afirmar incluso, que ella ha olvidado el quien y que sólo siente el dolor en el pecho, en las articulaciones, en el peso de los ojos llenos de lágrimas, en la pena que la paraliza y que ha oscurecido todo su ser hasta el punto de dejar de ser quien era, para sólo quedar fantasmas, odio y sombras. 
Si eres una persona romántica puedes pensar en una traición o en la muerte de un amor idílico; pero puedes buscar cualquier motivo que tape los agujeros de esta leyenda sacada de un arcón a la luz de una hoguera. ¿Qué mas da? Lo verdaderamente importante es, como bien sabéis, que una reina sólo tiene el poder que le dan sus súbditos, y el oro, por supuesto. Ella no tenía magia, pero cuentan (en todas las buenas leyendas hay una) que sus consejeros al verla tan destrozada le hablaron de una bruja que vivía a las orillas del mar, y que con su magia podía, sin duda, aliviar cualquier mal. 
Lo que no le dijeron es que cualquier ritual, cualquier deseo y cualquier tipo de magia requiere un sacrificio. Y la reina, que no estaba acostumbrada a no conseguir lo que deseaba, acepto sin duda lo que la bruja le ofreció. ¿Y que fue? Os preguntaréis.  
Para aliviar el dolor de un corazón marchito lo que necesitas es alimentarte de otro corazón lleno de dicha, de alegría, de felicidad...En realidad da igual de que sentimiento este lleno el otro corazón, siempre y cuando te alivie tu dolor. 
Y así lo hizo, querid@s. No eran cabezas lo que la reina necesitaba, si no corazones, pero supongo que con el paso de los años cualquier dato se transforma y deforma. Y resulta mas sangriento pensar en una reina comiendo corazones que una reina loca que pide que le corten la cabeza a cualquiera que le lleve la contraria.
Y ahora queridos lob@s y bruj@s, después de esta pausa y de entender a nuestra Reina de Corazones, continuaré con la historia...)

Me llevé la mano al pecho y volví a tumbarme en el suelo, el frío de las baldosas en la cara apenas alivió el dolor intenso de mi pecho. Quise llorar, aunque no entendía porque y cerré los ojos y los puños con fuerza ¿de dónde venía aquella angustia? Me recogí la falda, tan negra en contraste con el blanco; no conseguí estirarme por la fuerza del sentimiento en mi pecho pero me puse como pude en pie. El eco de una música parecía querer sonar dentro de mi cabeza, pero el murmullo de una voz llorosa y oscura, un poco siseante también, eclipsaba cualquier nota musical.
Miré la estantería de corazones dentro de los tarros, tan brillantes que casi parecía que palpitaban y me estremecí. Una parte de mi quería huir y la otra acercarse y admirarlos como diamantes de un valor incalculable.
Me alejé, en parte huyendo de esa fascinación morbosa y por otro, deseando deshacerme del nudo del pecho y de la garganta, que me paralizaban y me impedían tragar.
Anduve por los pasillos, apoyándome en cada pared hasta que por fin, después de lo que me pareció un tiempo interminable, conseguí erguirme y salir al exterior. El pelo lacio me caía a ambos lados de la cara, metiéndose en mis ojos por la brisa; frente a mi, un muro hecho de arbustos frondosos y entrelazados parecían crear un laberinto del que no sabía si podía salir.
Corrí, impulsada por una desesperación incomprensible y me perdí a los pocos minutos de meterme en ese laberinto. Me agarré a los muros vegetales, lloré, con rabia y dolor, agobiada y llena de miedo y cuando caí de rodillas frente al hueco de salida, me di cuenta de que mi miedo no estaba provocado por la sensación de estar encerrada, sino por el ser que sentía vivir en mi interior; una serpiente retorciéndose en mis entrañas, notaba el palpitar de su pulso y su voz desmoralizante atormentándome con dureza. No entendía los motivos, las palabras a veces eran ajenas y aún así, la dureza y el veneno que había en ellas me ahogaban. Vi el mar a muchos metros frente a mi, oí el rugido de las olas y quise acabar con la voz, con el pesar y los nudos que me oprimían con lentitud.
Cogí aire pero no corrí, anduve hacia el agua con seguridad, como si aquél acto fuera mi única salida. La música volvió a sonar en mi cabeza y volví la cara hacia atrás, como si ese sonido me instara a ir hacia otro lado, pero la voz volvió a sisear, a doler y el agua lamió el bajo de mi vestido, avancé un paso más, me cubrió las rodillas y la cintura. El frío me dejó sin aliento, retuve el aire en el pecho y dejé de escucharla, aunque la música continuó.
Di un paso más, mi pelo ondeó como las algas alrededor de mi cuerpo, tiritaba de frío y la ropa mojada empezó a tirar de mi hacia las profundidades.









 
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