lunes, 19 de marzo de 2018

El olor del café

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Lo conocí en otoño, entre hojas de árboles secas y olor de café.

Entró a aquél lugar como si le perteneciera y juro que durante un segundo todo quedo en silencio.
Se sentó en una de las mesas que hay frente a un cristal que da a la calle, mirando al exterior; a la forma en que el viento arrastraba las hojas, o ¡quién sabe! quizás esperaba que alguna persona concreta cruzara por enfrente; pero no ¡que digo! él no es de los que espera, él es de los que va al encuentro.

Olí el olor de su café, el más fuerte de cuantos allí se servían. Humeaba a su alrededor como si estuviera fumandose un cigarrillo, pero juro que jamás lo vi fumando, no iba con él.
Bebía de la taza con cierta prisa, mirando el móvil de cuando en cuando, como si tuviera mucho por hacer; después se puso en pie con la elegancia de una pantera y se marchó. Era la primera vez que lo veía, yo era clienta habitual de aquél lugar desde hacía un año, iba por el olor de cientos de cafés de todo el mundo, aunque siempre tomaba lo mismo y después de aquella tarde lo ví todas las semanas, casi cada día, más o menos a la misma hora. Se sentaba en el mismo taburete, se tomaba su café y se iba. Nuestras miradas no se cruzaban, incluso podría decir que no lo conocí, pero mentiría. Registré cada gesto, cada ademán, cada estado de ánimo y pude ver que el nerviosismo era algo intrínseco en él. Sus manos no paraban quietas casi nunca. Toqueteaba la taza, el móvil y de vez en cuando hacia girar las llaves del coche que casi siempre llevaba en la mano.
Recuerdo una tarde en que sus dedos tecleaban frenéticos la pantalla del móvil, la fijeza de sus ojos junto a sus labios hechos una línea recta me resultaron desconcertantes; aquél día el café se enfrió en su taza y ni siquiera lo acabó. Cuando se marchó, el ruido volvió al local, alguien soltó una risa y todo me pareció fuera de lugar, como si la energía de ese hombre se hubiera metido en mi y aún siguiera con los residuos de su enfado.
Otra tarde lo vi con un par de amigos, hablaban tranquilamente en otra lengua, sin prisa, sonreía abiertamente y mientras la luz del día se esfumaba pidieron una segunda taza de café. 
Si pienso detenidamente en él creo que nunca lo vi sentir miedo. Si, sus manos temblaron ligeramente alguna vez, dudaba y cuidaba sus movimientos, pero él, como cualquier animal, sabe que el miedo es cuestión de actitud.

Lo ví durante tantas semanas sentado en la silla frente al cristal, que pensé que formaría parte de aquél local para siempre, uno más en el paisaje de mi rutina. Pero aquél hombre no se conformaba con cualquier cosa, debería de haberme dado cuenta. Por lo que finalmente llegó el día y el momento que estaba esperando y que yo ni siquiera había intuído.

Ya casi había anochecido y a pesar de que aún no habíamos cruzado el portal de la primavera, aquella tarde la calle bullía de actividad porque el frío parecía algo lejano. La cafetería estaba casi vacía y el entró con su forma de andar de siempre, casi felina, pero esta vez llevaba las manos en los bolsillos y su ceño estaba fruncido. Se sentó con la espalda más arqueada de lo normal, apoyó las manos en la mesa y observó la calle con el ir y venir de la gente. El café poco a poco dejó de humear y él apenas lo había probado. Supongo que el móvil le vibró en el bolsillo, porque no escuché ningún tipo de timbre. Lo saco sin prisa, lo sujetó frente a él unos segundos antes de desbloquearlo y después se iluminó su cara con la luz de la pantalla.
Las arrugas de su frente se fueron relajando mientras leía y se enderezó ligeramente. Sus labios se estiraron hasta formar una sonrisa, no demasiado amplia, pero si real; diferente a cuantas le había visto hasta ese momento. Bloqueó el móvil, lo guardó, se bebió de un tirón el café y se puso de pie casi saltando. Se giró para irse y esta vez si, me miró; había un brillo en sus ojos que me hizo sonreirle, sus iris eran oscuros y su forma de mirarme intensa. Me hizo una pequeña inclinación de cabeza y salió. Supe en cuanto lo ví marcharse que no lo volvería a ver.
Aquella mirada era la de un hombre con el control de su vida, el control de su destino y no le daba miedo la perspectiva de enfrentarse a todo cuanto estuviera por llegar.




P.D. Salir adelante es duro, sobre todo si vienes de otro país y lo que te envuelve es el desconocimiento.
Ningún ser humano debería ser ilegal, porque de nadie es la tierra.






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