miércoles, 8 de octubre de 2014

Curiosidad - Una nueva historia

1 comentario:
 
Unas veces tanto y otras tan poco ¿verdad? En poquito tiempo estoy creando varias entradas y espero que no os canséis de mí, lobos y lobas, brujos y brujas.

Os dejo un nuevo cuento para entreteneros durante un rato. 
Espero que os guste:

Curiosidad




Mis hermanos y yo estábamos en casa de la abuela inmersos en la típica limpieza de primavera. Aunque a mi abuela este año le había dado por hacerla a lo grande y andábamos trasteando, arrojando y limpiando objetos que nunca antes habíamos visto. En algunas zonas, el polvo acumulado podía ser catalogado de prehistórico, pero todo tiene un lado positivo y a pesar de que íbamos acabar totalmente exhaustos y cubiertos de mierda, dábamos por seguro que encontraríamos alguna antigüedad que nos ayudaría a indagar en el pasado familiar.
Habíamos echado a suertes las zonas que teníamos que poner en orden, así que desde hacía casi una hora andaba metida en el desván luchando con telarañas gigantes y capas de polvo de al menos ochenta años que se mezclaba con mi sudor, dejándome una textura extraña en la piel. Por única compañera, una bombilla de luz anaranjada que estaba en las últimas.
Nunca antes había entrado en aquella habitación de la casa y todo era nuevo para mí. Así que, cuando ya estaba recolocando el último rincón, tarareando las canciones repetidas por undécima vez en la radio y pensando que no encontraría nada interesante, me topé con un baúl medio roto que abrí ilusionada. Dentro, ropa muy antigua y desgastada de mujer y un cofrecillo oscuro con las esquinas bastante deterioradas. Parecía que se iba a romper entre mis manos cuando lo cogí. Era muy pequeño, con relieves en los lados, una inscripción que no pude leer por la falta de luz y una cerradura oxidada. ¿Qué habría dentro? Busqué entre la ropa la llave, pero no encontré nada, así que lo dejé junto a la puerta, terminé de limpiar y bajé lo más rápido que pude para preguntarle a la abuela que había dentro y dónde estaba la llave; pero tardó un buen rato en hacerme caso de tan enfrascada como estaba intentando limpiar una mancha que solo ella era capaz de ver.
¿De qué cofre me hablas niña? dijo finalmente sin mirarme.
De éste abuela ¿sabes dónde está la llave?
Cuando me miró y vio lo que llevaba en las manos sus ojos se abrieron ligeramente, se le dilataron las pupilas y se le cayó la bayeta al suelo. Sus manos temblaron hasta que las apoyo en sus piernas y evitó mi mirada. Tras unos segundos tomó aire, recogió la bayeta y se puso a frotar el zócalo de nuevo.
La llave se perdió hace mucho tiempo. Arrójalo, no tiene ningún valor. 
—Pero ¿Qué hay dentro? ¿De quién es?
Era de tu abuelo y si la llave no está dónde has encontrado el cofre es que dentro no hay nada. Hizo una pausa, suspiró y volvió a mirarme Deshazte de eso ¿No ves como esta? Tiene que tener carcoma.
Resignada salí a la calle para arrojarlo, pero algo en la actitud de mi abuela mezclada con mi propia curiosidad me hizo volver dentro y guardarlo en mi mochila. Aunque en mi pueblo aseguran que la curiosidad no es buena consejera.
Al volver a casa me duché, me puse ropa cómoda y me encerré en mi habitación. No tenía ningún motivo para no contarles el descubrimiento a mis hermanos, pero no me apetecía lo más mínimo, así que lo limpié sola con un paño húmedo y estudié la inscripción.
Parecía una palabra, pero debido a la caligrafía infantil con la que estaba escrito, me costó unos minutos distinguir el nombre: María
       Repasé mentalmente mi árbol genealógico y caí en la cuenta de que sólo había habido una mujer con ese nombre en mi familia, mi tía abuela. Aquello sin lugar a dudas era una reliquia familiar, así que el cofre que sujetaba debía ser de ella, de la hermana mayor de mi abuelo, que murió siendo muy joven. Forcé la cerradora sin ningún cuidado y abrí la tapa; el olor a viejo alcanzó mi nariz mientras cogía unas hojas amarillentas de aspecto gastado, como si se hubieran leído una y otra vez durante mucho tiempo.
Las desdoblé y empecé a leer:
“No sé en qué manos ha caído este testimonio; ojalá fuera en las tuyas amor, pero lo dudo mucho.                                                                                                                                         
No se escribir, por lo que mi hermano pequeño está escribiendo esto por mí, porque comparte y entiende mi dolor. Madre me ha encerrado para que no vuelva a verte; ni siquiera me deja salir al mercado, así que ocupo el tiempo limpiando la casa una y otra vez.
Sufro por la falta de libertad, por saber que no tengo fuerza para enfrentarme a ella y por saber que no voy a volver a verte. Estoy cansada de esperar que las cosas cambien, triste porque no puedo vivir una vida que sólo alcanzo a ver en sueños y enferma. Mis hermanos intentan ayudarme todo lo que pueden, les preocupa mi salud, pero a mí, a estas alturas, todo me da igual. Aunque en un último y desesperado intento, he hablado con madre para hacerle entender que nos queremos y que eres lo suficientemente bueno para mí, para hacerme feliz. Pero intentar que me escuche ha sido como pretender derribar un muro de piedra con mis manos. Un esfuerzo inútil.
No tengo forma de protegerme de ella ni de su forma de cuidarme, siempre ha sido demasiado fría, intentando controlar la vida y felicidad de todos pero sin llegar a ser capaz de protegernos de lo verdaderamente dañino. Me ve débil, vulnerable y lo soy, pero es tarde para defenderme del mundo. Lo ocurrido no puede cambiarse; todos en esta casa lo sabemos, no se puede remediar el pasado pero ella, si quisiera, podría ayudarme a construir algo hermoso contigo, algo que me hiciera sentir normal y viva.
Tú y la rutina seríais un alivio para mi dolor. Pero nunca lograré hacer que lo entienda. Es imposible 
Mi hermano y yo somos conscientes de la maldición que pesa sobre la familia. Hace tiempo que el amor se alejó de nosotros montado en un tren camino a la guerra y acabó aplastado bajo el desastre y la pena de la sangre y las balas. Padre murió y con él, la esperanza de la felicidad. Sufriremos el desamor y el olvido durante generaciones. Moriremos jóvenes o envejeceremos solos. No hay cura, remedio o salvación para nosotros. El amor nos ha olvidado y ésta es nuestra herencia.
Pero a ti, amor, te libero. Quedas libre de estas cadenas. Reescribe tu historia y borra mi nombre de tu pensamiento. Graba uno nuevo en tu corazón.”

Leí las últimas líneas con un nudo en la garganta. Las letras que graciosamente había comparado con las de un chiquillo de primaria eran de mi abuelo y habían acabado siendo un borrón casi ilegible que demostraba el sufrimiento que había vivido en aquellos momentos.
Mi madre nos había contado a mis hermanos y a mí que la tía abuela María murió de pena, alejada de quién amaba y por la carga emocional y física de haber sufrido los abusos que sufren las inocentes y los desprotegidos en un mundo de hombres.
Me estremecí, lentamente había caído en la cuenta del significado de las palabras de aquél documento ¿de verdad éramos portadores de una maldición de ese calibre? Si me paraba a pensar, era cierto que mi abuelo había muerto muchos años atrás, mi tío Juanjo se había separado al poco tiempo de casarse, la pareja de tía Carmen murió al poco de prometerse y mi padre estaba muy enfermo. Eran hechos a tener en cuenta después de leer la carta, y lo que me parecía más terrible es que ese supuesto sortilegio alcanzaba a terceros, a las parejas de mi familia, y los privaba, igualmente, de la felicidad. Pensé en mis hermanos y en mi misma ¿el destino iba marcando nuestro camino? Esperaba que no. Los gemelos vivían la vida y no parecían dispuestos a ser fieles, mi hermana acababa de empezar una relación y yo, yo vivía con el corazón roto desde hacía un tiempo. Pero ese tipo de cosas pasaban en cualquier casa ¿no?
Me fui a la cama con el corazón en un puño y pase la noche entre sudores y malos sueños.
Al día siguiente fui al cementerio con mi madre y visitamos la tumba de María.
¿Qué paso con el hombre?
¿De qué hombre hablas?
Del enamorado de María.
¡Ah! ¡Hablas de Plácido! Se casó con otra mujer años después de que muriera mi tía. Creo que tuvieron tres o cuatro hijos hizo una pausa y señaló la lápida contigua a la de ella─. Pidió que lo enterraran a su lado. Ésta es su lápida.
Miré alternativamente las fotos de las tumbas. La imagen de él me mostraba a un hombre moreno y de sonrisa cálida, la de ella a una muchacha triste y muy bella.
¿Crees que esta familia padece una maldición? le pregunté después de un rato en silencio.
¿Una maldición? ¿De qué tipo?
De amor.
Evitó mi mirada, acarició ambas fotografías y se alejó. La alcancé unos segundos después y esperé su respuesta. Suspiró.
A veces lo he pensado, pero es algo a lo que prefiero no darle muchas vueltas. La vida es como es, a veces demasiado dura y triste, lo que nos facilita creer en maldiciones y milagros hizo una pausa, cogió un mechón de su pelo y lo enredó una y otra vez en su dedo Y con respecto al amor, al tipo de amor que toca el alma y dura para siempre, quizás es algo tan frágil que solo pueda existir en los cuentos de hadas y las leyendas.

Tras aquella conversación no volvió a surgir el tema, aún no sé muy bien porque. Quizás sentí miedo. Pero escribo esto veinte años después, observando cómo se esconde el sol desde la terraza. Sola. No es un anochecer bonito, ni tiene colores memorables. Solo es la oscuridad engullendo a la luz entre tejados y chimeneas que escupen humo.
Maldición real o no, no hay nadie que me espere en casa. Nadie que me caliente las sábanas cuando me acuesto tarde y mucho menos que me sonría detrás de la taza del desayuno. El amor pasó por mi corazón, pero se fue, dejándome fría y con un profundo vacío.
Y es que, como aseguran en mi pueblo, la curiosidad no es buena consejera.


Todos los derechos reservados en el registro de la propiedad intelectual


1 comentario:

  1. Lo he leido muchas veces ya, y aun asi, se me siguen poniendo los pelos de punta...
    Sin duda este es tu elemento :)

    ResponderEliminar

 
© 2012. Design by Main-Blogger - Blogger Template and Blogging Stuff